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jueves, 28 marzo, 2024
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¿Quién mató a Michael Jackson?

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Algunos de nosotros éramos tan jóvenes y tan bellos. Y para entonces hasta los malditos nos parecían hermosos. Porque se trataba de una identidad. Algunos de nosotros carecíamos por completo de ella. Y salíamos a la calle a buscarla, nos perdíamos en laberintos, encontrábamos la salida, nos negábamos a salir y volvíamos al encierro tenebroso llenos de dicha. Había quienes se colocaban un guante blanco en la mano para matar. Ese era su siniestro espectáculo: cadáveres de estudiantes aventurados sobre ríos de sangre. 1968.

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En cambio, años más tarde, el mundo parecía recién descubierto (porque era cierto que muchos lo habían descubierto): había quienes se colocaban un guante blanco para bailar. Pero también para imitar al hombre que para entonces ya era su ídolo. Algo aprendimos sobre la edificación de los ídolos con las culturas antiguas y algo aprendimos sobre la edificación de los ídolos cuando las luces del auditorio se apagaron, cuando las del escenario se encendieron y cuando allá, al fondo, aparecía una gigantesca silueta que tan pronto como aparecía avanzaba despacio por el piso del escenario, resbalando lo mismo que un anfibio, con un sombrero oscuro cuya ala caía lo mismo que caería él años más tarde, luces y más luces, nosotros aplaudíamos, apretábamos el puño sin quitarnos el guante blanco con cientos de estrellitas, ahí estaba él y para cerciorarnos de que existía había que repetir su nombre: Michael. Mejor aún: Michael Jackson. Y los dioses cabían en la primera fila de los asientos de un repleto estadio.

Michael Jackson es una marca registrada. Es decir, entras al súper, tomas el carrito, te pierdes por los pasillos de comida, saludas a uno que otro vecino, te sorprendes otra vez de lo cara que está la vida y llegas al estante donde se encuentra Michael Jackson: latas perfectamente apiladas de las sopas más nutritivas que el súper te puede ofrecer. Tomas las de tus sabores preferidos. Haces cálculos. Deben aguantar hasta el siguiente mes. El número de latas. Llegas a la caja y pagas. Si alguien en ese momento te pregunta qué demonios son todas esas latas que llevas en dos grandes bolsas de plástico, seguramente contestarías, como quien pide que no lo estén fastidiando, que son sopas en lata: Michael Jackson. Buen nombre para una de las mejores marcas de sopas del país. Pega tan duro que este año la competencia anuncia que seguramente clausura su planta del Estado de México. Triste.

Cuando llegas a casa te apresuras a sacar una lata, la pones sobre la mesita de la cocina, sacas de un cajón el abrelatas y ya está: “¿Quién mató a Michael Jackson? Cómo la sociedad crea y destruye ídolos” (Sexto Piso 2019) de Paul Morley se presenta como otro producto de consumo: una extensión de la sopa de lata Michael Jackson. Yo aún no tengo tan claro cómo ocurre, así que no me pregunten.

Hay algunas anotaciones que considero prudentes hacer respecto a este libro. Son detalles que no puedes dejar pasar y que te llevan a recomendar o no su lectura desde el punto de vista que puedes tener como lector atento que se fija en los detalles. Hay un sitio en Internet que hace referencia a la novedad de Sexto Piso con una noticia- reseña, que tiene por cabeza el siguiente texto: un libro que devela la destrucción de un ídolo. Me parece imprecisa. Lo que realmente pretende Paul Morley en “¿Quién mató a Michael Jackson?” no es acercarse a la destrucción de un ídolo sino sumergirse en las entrañas del mismo, nadar en sus turbulentas aguas, comprender desde dentro del fenómeno musical una destrucción, individual o colectiva, y las mismas reglas impuestas a los novelescos héroes: inicio, ascenso, colapso, descenso, final, y atestiguar a Michael, Michael Jackson, quien en su momento revolucionó no solo a la industria musical sino a la concepción que hasta entonces teníamos de ídolos: ahí donde el mal y el bien convergen lo mismo que el cielo o el infierno en la boca del sacerdote o la saliva y el sudor en las piernas de la secretaria.

La respuesta a la pregunta del título del libro parecería obvia, romántica y preconcebida: a Michael Jackson lo matamos todos porque somos una sociedad insaciable que devora a cualquier fenómeno (y lo digo en todos los sentidos de la palabra) del espectáculo. La respuesta me gusta para tomarla como referente en el argumento principal de una novela de unas setenta u ochenta cuartillas. De otra forma me parece un poco absurda. Al menos por lo que Paul Morley nos deja ver en una prosa que al mismo tiempo que cuestiona, analiza, divaga, es contundente a la hora del golpe final, cuando todos los cabos tienen que quedar bien amarrados para que el libro, ensayo consiga una muy buena exposición y recuento de la fortuna y la adversidad de Michael Jackson en su totalidad, pues este es el principal planteamiento de “¿Quién mató a Michael Jackson?”.

Si la sociedad es la responsable de edificar ídolos así de gigantescos, si la misma sociedad es la responsable de exigirles mucho más de lo que el ídolo puede dar (de aquí que la sociedad sea insaciable, al menos su apetito), hasta llevarlo a su propia perdición, restamos inteligencia, voluntad y capacidad de autodestrucción a esos mismos ídolos y llegamos a la típica victimización de los especiales de televisión al conmemorarse el aniversario luctuoso de Michael Jackson. Dudo mucho que existan latas de sopas que se pudran por sí solas, pero sin duda hay una voluntad de su parte por joder a los ingredientes, las paredes metálicas, la consistencia. Punto. Se me acaba de antojar una sopa de lata.

Hay que leer “¿Quién mató a Michael Jackson?” (Sexto Piso 2019) porque es un buen ejercicio para la memoria que seguramente nos agradecerá el Alzheimer. Pero el libro también es una advertencia de lo monstruosamente bello que resultan muchos de los fenómenos del inmenso mundo del espectáculo. Más allá del bueno, del malo, del feo (aunque al final de sus días Jackson tenía más de los dos últimos). Para los fanáticos de Michael Jackson y sus lacrimógenas y cursis despedidas. Para fortuna nuestra el ensayo de Paul Morley no es cursi. Tampoco las sopas en lata lo son.

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