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viernes, 29 marzo, 2024
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Los crímenes de Alicia. Una frase en un diario arrumbado de hace más de cien años…

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 389 / Libros / Op. Cit.

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Alicia Liddell, Kattie Brine, Ella Balfour, Florence Bickersteth, Gertrude Dykes, Mary Ellis, Beatrice Hatch, Sidney Owen, Amy Huges, Kie Kitchin, Irene MacDonald, Alice Murdoch…, muchas fueron las niñas impúberes en las que Lewis Carroll (1832-1898) detuvo su mirada. Al menos sus atisbos fotográficos, en tanto integrante de ese colectivo de artistas que Brassaï cataloga como ralea de granujas, mirones y ladrones, si bien el mundo festeja su esplendorosa novela, Alicia en el país de las maravillas, a un tiempo deferencia a la representación humana del ideal edénico.

Lewis Carroll (Charles L. Dodgson) fue un personaje polémico y fuera de serie. Sí. A extensiones que llegan a señalarlo como leitmotiv del ejercicio novelístico, como ahora lo hace Guillermo Martínez (Argentina, 1962) en Los crímenes de Alicia, con la que obtuvo el Premio Nadal 2019. Una novela que, al sustentarse en el género policiaco, se prolonga en laberintos cuasi meta literarios para volver a Alicia…, rendirle homenaje y dejar en el lector una serie de interrogantes abiertos a la última interpretación.

Que exista (hacia mediados de la década de los 90 del siglo pasado, fecha en la que se desarrolla la trama) una “hermandad” dedicada a exaltar persona y obra del otrora diácono anglicano, no sería algo fuera de lo normal. Como tampoco su ubicación, los renovados rincones del viejo Oxford ni los ambientes académicos, especialmente los dedicados al estudio de la literatura, del mismo Carroll, y de las matemáticas. Y es que lo dice alguno de los personajes, “lo real es siempre una proyección, una huella aplastada de algo que caminó en otras dimensiones”.

Resulta difícil anotar aquí los contenidos de Los crímenes…, en el entendido que estas líneas deben ser una mera invitación a adentrarse en sus tramas y personajes, ambas delineadas con destreza literaria, y nunca su intención adelantar vísperas. Spoilear, se dice ahora. No. Cómo entonces decir que habrá el hallazgo de un manuscrito de Carroll, jóvenes bellas, ambientes muy ingleses, extrañas muertes y la incorporación del tema de la supuesta pedofilia del mismo y posibles alcances a la contemporaneidad.

Desnudos infantiles

Narrada en primera persona por un académico argentino residente en Oxford, la novela vuelve a uno de los asuntos más conocidos en torno a Carroll, el que “tomó a lo largo de su vida unas dos mil fotografías, una cantidad enorme para la época por las dificultades técnicas que suponía cada toma”. Tema convertido en enigma por Martínez y donde se acotan sin embargo aspectos que al correr del tiempo se podrían haber desvirtuado. “Jamás ninguno de esos padres —advierte uno de los personajes de la novela al referirse al trabajo fotográfico de Carroll— dio a conocer ninguna disconformidad. Curiosamente, la época victoriana, tan denostada por su rigidez moral, no tenía el resquemor y las preocupaciones de nuestros días por los desnudos infantiles”.

“Lo imperfecto —leemos en Los crímenes…— refleja lo perfecto más completamente que lo perfeccionado”. Algo que “ni siquiera Witold Gombrowicz lo habrá dicho mejor” y que al avanzar la novela se impone como hilo conductor hacia el inesperado desenlace. ¿Tendrá algún sentido que “alguien se propusiera matar a alguien por una frase en un diario arrumbado de hace más de cien años? ¿Es lo desarrollado en la historia de Los crímenes… “realmente una campaña para denunciar la pedofilia de Carroll”?

Sabemos ahora sobre los cientos de fotografías hechas por Carroll. Y en Los crímenes… también habrá. Sólo recordemos aquí lo que sobre esa faceta artística del también amante de la paradoja y la matemática (“¿qué clase de hallazgo es aquel del que no se puede adelantar nada sin decirlo todo?”) escribió el gran Brassaï, aunque también de la misma expresión.

 

Pensamientos impíos

“Otra tarea que la fotografía asume en Carroll: la válvula de escape de su vida amorosa frustrada. Nosotros los fotógrafos —para parafrasear a Carroll— somos una ralea de granujas, de mirones, de ladrones. Estamos en todas partes allí donde no se nos desea; traicionamos secretos que no nos han sido confiados; espiamos sin vergüenza lo que no nos atañe y nos apropiamos de lo que no nos pertenece. Y, a la larga, nos encontramos haciendo de encubridores de toda la riqueza de un mundo que hemos asaltado. La fotografía es la que permite a este pastor tentado por el diablo exorcizar sus pensamientos impíos —“unholy”—que, como confiesa, le perseguían sobre todo por la noche.

“Gracias a ella, la captación de la imagen podía sustituir a la posesión. «Era necesario», escribe André Bay, uno de sus mejores traductores y conocedores, «que hiciera intervenir esta lente —la fotografía— entre la inaccesible jovencita y su sed de poseerla. Y así la tomaba a través del objetivo»”.

“Toda la vida amorosa de Lewis Carroll estuvo ligada a la fotografía, pasó por la fotografía. Para él, la fotografía era el país de las maravillas, «el otro lado del espejo»”.

 

***

Guillermo Martínez, Los crímenes de Alicia, Destino, México, 2019, 334 pp.

* @mauflos

 

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-389

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