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viernes, 29 marzo, 2024
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La salud de la mente humana: la responsabilidad del Estado.

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Por: La Jornada Zacatecas •

La rehabilitación de la adicción a las drogas es cara y difícil. Las instituciones con las actuales capacidades no atienden la demanda. Por ello, una parte de la población se ve expuesta a propuestas de grupos que usan métodos no sólo fuera de todo rigor científico, sino abiertamente brutales y trogloditas. Encierran a los adictos, los amarran y les dan golpes para que el dolor sea igual de fuerte que la ansiedad. Sirven su comida en sartenes de croquetas y los bañan con mangueras de agua fría a presión. Piden dinero a la familia mientras torturan al adicto. La experiencia de ansiedad, hambre, dolor físico y humillación son formas de trato que hacen de esos lugares verdaderos círculos internos del infierno. Lugares de sufrimiento multiplicado.

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Pero no sólo esos lugares son apropiados por charlatanes. La chabacanería en las instituciones de salud mental oficiales, también tienen efectos similares. Directivos que someten a los trabajadores del hospital de salud mental a potentes periodos de estrés, generan la enfermedad que dicen querer curar o prevenir. Y la calidad de atención es mediocre. El tráfico de influencias que coloca directivos anodinos al frente de las instituciones de salud hace las veces de las condiciones que provocan el surgimiento de ‘centros de atención’ que son sucursales del infierno.

Ahora mismo las mediciones de morbilidad en jóvenes indican que la depresión se está convirtiendo en una pandemia. No es casual que en Zacatecas haya crecido 400 porciento en los últimos 5 años el consumo en drogas médicas, tipo anfetaminas, entre adolescentes. Una causa de ese aumento es la ecología de la depresión. La extensión de estos padecimientos implicaría atenciones masivas bajo el modelo de la clínica. O estrategias de prevención, para lo cual se debería contar con capacidades especiales en las escuelas primarias. Cualquiera de las opciones es difícil y cara. Entonces las drogas médicas aparecen como formas de canalización del padecimiento.

Así las cosas, no se resuelve nada únicamente con prohibir las salidas falsas a la depresión, ansiedad, estrés o melancolía. Sino que se requieren soluciones en positivo por parte del Estado. Lo cual pasa porque la salud mental se convierta en una prioridad de política pública y no un mero relleno en los programas de salud. Al día de hoy no hay ni presupuestos ni estrategias ni prioridades ni preocupación de las instituciones. La salud mental sigue concibiéndose como un tema del ámbito privado que los individuos en su soledad deben resolver. Pero no es así. La realidad de las emociones, sentimientos y los estados mórbidos del comportamiento son creaciones de la sociedad y la cultura. Una pandemia depresiva es, a todas luces, un problema público. Y la conducta que conlleva, como el consumo desordenado de sustancias prohibidas, es aún más un tópico de atención gubernamental. La mente no es algo dentro del cerebro, es una sustancia que se teje entre los hombres y determina lo que ‘se’ siente, estila o reacciona ante los eventos de la vida. Y lo más importante: es lo que llena de color la calidad de vida de las personas. Es muy importante que el Estado lo tome en serio.

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