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jueves, 28 marzo, 2024
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Juan José Arreola, una iconografía

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 382 / Libros / Op. Cit.

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Y si pienso que el enigma

se resuelve,

viene luego a complicarlo

tu sonrisa y envuelto

en su luz

me lo devuelve.

J. J. A.

 

Una iconografía de Juan José Arreola, creador que siempre aspiró a lo absoluto, no estaría completa sin los asomos a por lo menos media docena de atisbos de personalísima estancia.

Arreola niño —bajo la advocación de los santos Mateo Evangelista e Ifigenia Virgen, “cuando la constelación de Virgo presidía la casa del cielo”.

Arreola en escena —interpretando algún personaje de Ionesco, quizás, o al mismísimo actor que durante toda su vida él mismo se encomendó a significar.

Arreola universitario —amorosa, machacona y generosamente dedicado a la transmisión de las dudas de la sabiduría, más que de conocimientos.

Arreola en bicicleta —en intrépida carrera por la gran ciudad.

Arreola ajedrecista —mirando el panorama del tablero y el detalle de las eternas piezas, un buen día del año 70, en la ocasión las compradas en Texas, figuras de aluminio algo distintas a las de madera, piedra o pasta.

Arreola al lado de Borges —en una charla, televisada, que tiene lugar hacia 1978 en el viejo Castillo de Chapultepec.

Un Juan José Arreola (1918-2011) —casi siempre sonriente— que se asoma en cada una de las páginas de su Iconografía, y que con investigación, selección de textos y cronología de Alberto Cue y semblanzas de Orso Arreola y Felipe Vázquez, el Fondo de Cultura Económica publicó en oportunidad del centenario de su nacimiento.

¿Cuántas imágenes del personaje habrán quedado plasmadas —en cualquier formato— para trascender a su propio tiempo? Para, ventajas de la alquimia, acompañar su concisa y prodigiosa obra literaria, ahora apartado imprescindible del canon de la literatura hispanoamericana.

Actor e imagen de sí mismo, sin duda, como señala Vázquez en el bello libro en cuestión:

“Un hombre atraído por innumerables cosas —bien se comprobará al revisar las imágenes—. Un hacedor de objetos que posee la finura y precisión de un miniaturista. Un enamorado que imanta de pasión lo que toca. Un escritor que aborda los géneros y los metamorfosea para crear el género varia invención. Un moralista de mirada irónica que, desde la ficción, hace una de las críticas más devastadoras a la condición apocalíptica del hombre.

“Un espíritu obsedido por lo absoluto, que supo tejerlo con delicadeza en la textura del texto y, así, elevó su literatura a la región de lo imposible. Un autodidacto que dictaba cátedra en las aulas universitarias. Un conversador que hipnotizaba a su auditorio gracias a su vasta cultura, a su memoria prodigiosa y a la articulación precisa de las cláusulas sintácticas. Un escritor cuya generosidad y talento para transmitir sus conocimientos le permitió formar a varias generaciones de escritores.

Autor de no muchos títulos, La feria, Confabulario, Bestiario y Palindroma, Arreola es uno de esos escritores imposibles que, a diferencia de los posibles, “cumplen su destino de poetas como si fuera una condena”, de acuerdo al mismo Vázquez.

 

Tensar el lenguaje

De esos escritores que “conciben la vida y la poesía como una sola expresión de ser y padecen la desgarradura que se abre entre ambas debido a las necesidades que exige la prosa del mundo. Tensan el lenguaje hasta el límite de su capacidad semántica, fónica, sintáctica y plástica. Pulsan la poesía incluso desde la prosa y, aunque no hayan hecho versos, no se les puede negar el título de poetas. Realizan una obra breve, a veces fragmentaria, a veces inconclusa, pero siempre signada por la perfección, la belleza y la orfandad.

“Logran que el silencio resuene en las palabras y que las palabras mismas sean una forma de silencio. Cifran una visión que antes de ellos parecía imposible, pues poseen eso que —a falta de mejores palabras—he llamado intrepidez intelectual. Y en algún momento de la vida renuncian a la literatura, pues al tocar las cuerdas del silencio desde el lenguaje, el silencio a su vez se les impone como un muro o un vacío infranqueable.

 

De tanto silencio

Cuenta Orso, su hijo, que Arreola “murió de tanto silencio”, la madrugada del 3 de diciembre de 2001. Había nacido el 21 de septiembre de 1918. “Tenía 83 años. Podía haber vivido un poco más, pero la Muerte, ayudada por la Fortuna, le ganó la partida. Recuerdo que la última vez que hablé con él me dijo: No tengo nada porque ya lo di todo”.

Ese Arreola que, de niño a viejo, queda registrado en estas muchas imágenes de Iconografía, repetidamente sonriente, y el mejor acompañamiento a la (re) lectura de su obra.

 

Antiquísimos linajes

“No se preocupen —escribió Juan José Arreola en Confabulario—, no voy a plantar aquí un árbol genealógico ni a tender la arteria que me traiga la sangre plebeya desde el copista del Cid, o el nombre de la espuria Torre de Quevedo. Pero hay nobleza en mi palabra. Palabra de honor. Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal por el lenguaje”.

 

 

***

Juan José Arreola. Iconografía, Investigación iconográfica, selección de textos y cronología de Alberto Cue. Textos de Orso Arreola y Felipe Vázquez, FCE, México, 2018, 182 pp.

* @mauflos

 

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