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viernes, 19 abril, 2024
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Día Internacional de los Monumentos y Sitios II

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Por: CARLOS AUGUSTO TORRES PÉREZ •

La Gualdra 382 / Arqueología e Historia / Ollin: memoria en movimiento

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“Y la catedral no era sólo su compañera, era el universo; mejor dicho, era la naturaleza en sí misma”.

Víctor Hugo

Nuestra Señora de París, 1831

 

Como el amable lector recordará, la anterior entrega de la columna Ollin: memoria en movimiento, decidimos dedicarla a conmemorar el Día Internacional de los Monumentos y Sitios con una colaboración especial del Instituto Regional del Patrimonio Mundial en Zacatecas, en la cual se hizo una oportuna remembranza del rescate de los templos de Abu Simbel en la región del Nubia, en Egipto, hecho que representó la primera cruzada internacional para salvaguardar un monumento histórico de valor universal ante el llamado de la UNESCO en 1959, irónicamente, exactamente 60 años después de aquel icónico rescate y mientras leíamos la atinada reflexión de la arquitecta Rentería, se comenzaba a vivir un nuevo drama: poco a poco, y a través de las distintas redes sociales, comenzaron a circular dantescas imágenes de un enorme incendio en el corazón de la espléndida París; sí… estábamos viendo bien… la emblemática Notre Dame era consumida por un voraz incendio ante la incrédula mirada de miles de parisinos y visitantes así como de millones de personas en todo el orbe a través del streaming.

Por vez primera, la humanidad entera observaba con angustia la trágica escena de la destrucción de uno de los monumentos más emblemáticos no sólo de Francia, sino de toda la cultura occidental; más de 850 años de historia se reducían a cenizas ante los ojos del mundo en tiempo real.

 

Una y otra vez, se repetían las impactantes escenas del icónico chapitel construido por Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc hacia 1860, colapsándose irremediablemente consumido por las llamas. Quedarán en la memoria las conmovedoras imágenes de un pueblo francés profundamente consternado, cantando ante la terrible escena de la destrucción de uno de sus más preciados bienes, tal como lo externó el propio presidente Macron a través de su cuenta de Twitter: “Como todos nuestros compatriotas, me duele ver como una parte de nosotros se quema”.

Y es que efectivamente, sobre la Catedral de Notre Dame se podrían mencionar un sinnúmero de valores para exponer su relevancia en la historia, así como en el arte y la cultura universal, testigo de la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804 así como de múltiples acontecimientos sociales a través del tiempo como la Revolución Francesa; sobrevivió intacta incluso ante la invasión nazi en la Segunda Guerra Mundial. Una obra maestra del arte gótico, uno de los dos más esplendidos ejemplos de este estilo en Francia junto con la Catedral de Reims, custodio de un impresionante acervo de piezas de arte creadas entre los siglos XII-XIV como los magníficos vitrales de vidrieras y rosetones, los relieves tallados en madera policromada del coro de los reyes, así como un gran número de esculturas y pinturas de magnifica calidad, entre muchos otros; sin duda uno de los grandes tesoros de la humanidad. Sin embargo, para el pueblo galo, Notre Dame es, ante todo, un símbolo de identidad y orgullo nacional.

El trágico acontecimiento dejó de manifiesto, quizá como nunca, lo que representan los monumentos históricos para las sociedades que los detentan, más allá de sus valores histórico-culturales, son elementos indispensables en la conciencia de identidad de las naciones y testimonios insustituibles del devenir histórico de la humanidad.

Su destrucción ya sea por fenómenos naturales o antropogénicos es irreversible, llama la atención que después de la tragedia se diga con optimismo que Notre Dame se salvó, que iniciará su reconstrucción inmediatamente y no se escatimarán recursos para ello, la realidad es que a pesar de que la destrucción fue parcial, la dimensión de la tragedia fue enorme, se perdieron para siempre testimonios insustituibles de un período artístico que caracterizó a una de las etapas más prolongadas en la historia de humanidad como lo fue la Edad Media; aunque se reconstruyan, la pérdida del valor testimonial es irreparable y Notre Dame ya no será la misma.

La tragedia en Notre Dame, viene a sumarse a una serie de eventos acontecidos en los últimos años que han derivado en la afectación severa o pérdida parcial o total de bienes del patrimonio cultural, como la destrucción de los budas gigantes de Bamiyan, Afganistán, durante la etapa talibán; la destrucción del Templo de Palmira por el Estado Islámico -ISIS- en 2014; la afectación de más de 2,300 monumentos históricos y arqueológicos en nuestro país a causa de los sismos de septiembre de 2017; y el incendio del Museo Nacional de Brasil en 2018. El pasado jueves vivimos un episodio similar en la zona de monumentos arqueológicos de La Quemada, en donde, por causas aún desconocidas, se propició un incendio que por la combinación de viento intenso y las grandes extensiones de pastizal seco, se propagó con gran rapidez hasta abarcar prácticamente todo el cerro y en donde gracias al apoyo de distintas corporaciones, así como de voluntarios, se pudo evitar que el incendio afectara las estructuras arqueológicas quedando únicamente la huella del siniestro registrada en grandes manchas de hollín en algunos muros de la parte superior del sitio.

El incendio en Notre Dame debe ser un llamado obligado en países como el nuestro, en donde tenemos la fortuna de contar con uno de los acervos culturales más grandes y diversos del mundo, para reflexionar sobre la gestión política y ciudadana sobre los sitios y monumentos.

Ser depositarios de un patrimonio cuya salvaguarda rebasa los intereses nacionales es motivo de gran orgullo, pero sobre todo implica una gran responsabilidad. Es necesario actualizar políticas para su protección, conservación y reforzar los protocolos de actuación en caso de siniestros, evitar su sobreexplotación ocasionada por la promoción del turismo masivo e implementar estrategias económicas y sociales que permitan destinar recursos suficientes para conservarlos y no esperar a que ocurran este tipo de catástrofes para destinar grandes bolsas para su “recuperación”.

Quizá por vez primera, las generaciones actuales entendimos la magnitud que representa la pérdida de un bien cultural tan preciado, ahora, a diferencia de hace 60 años y gracias a las redes sociales, el incendio de Notre Dame no sólo consternó a los especialistas de todo el mundo sino a la humanidad entera, este hecho debe derivar en generar conciencia y sensibilidad colectiva sobre la importancia de preservar nuestro patrimonio y debe convertirse, al igual que Abu Simbel, en un parteaguas que permita actualizar las estrategias globales para evitar la destrucción del patrimonio histórico.

 

 

 

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