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martes, 19 marzo, 2024
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‘Eighth Grade’: El dolor de crecer en la era digital

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Por: ADOLFO NÚÑEZ J. •

La Gualdra 381 / Cine

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La escena inicial de Eighth Grade (2018), ópera prima del comediante Bo Burnham, resume de manera concreta el espíritu de la cinta. En ella conocemos a Kayla (Elsie Fisher), una adolescente de 13 años que de modo improvisado graba un video que subirá a su canal de YouTube. En éste habla sobre la importancia de ser uno mismo, de mantenerse fiel y auténtico sin darle importancia a no ser aceptado en un grupo social y sin tomar en cuenta objetivos tan triviales como ser el más popular de la escuela o ser reconocido por tener a la pareja más atractiva. Estos consejos sin duda denotan una enorme madurez por parte de Kayla, pero conforme la historia avanza se vuelve claro que ella misma no los aplica en su persona ni en su vida diaria. Tímida, callada e invisible para muchos de sus compañeros, Kayla intenta por todos los medio agradar a los demás, a pesar de que le cuesta mucho trabajo socializar por culpa de sus inseguridades. Como una presencia que se mueve por los pasillos de la escuela de manera silenciosa y desapercibida, Kayla es consciente que no es la persona más ideal para mantener una conversación interesante; también tiene claro que no es el prototipo de chica con un atractivo que acapare las miradas de sus compañeros de clase. Lo único que Kayla tiene en su vida es el amor sofocante de su padre (Josh Hamilton), y su canal de YouTube, donde sus videos, que reciben muy pocas visitas, en realidad funcionan como una forma de desahogar sus propias debilidades y problemas que como una verdadera ayuda para otros jóvenes en su situación.

Eighth Grade es una tragicomedia que se posiciona de modo directo en el género conocido como coming of age, donde se muestra el desarrollo y la madurez emocional de sus personajes, y que en el caso particular de esta cinta encuentra claras reminiscencias a otros filmes recientes como The Edge of Seventeen (2016) y Lady Bird (2017). Al igual que las protagonistas de ambas películas, Kayla también se enfrenta a las tribulaciones y el vértigo existencial provocado por las nuevas posibilidades que se abren al finalizar su octavo grado de estudios, donde ese nuevo horizonte le plantea la posibilidad de dejar atrás sus inseguridades para dar paso a una joven más segura de sí misma que no tenga problemas para hacer nuevas amistades una vez que comiencen sus estudios en la preparatoria.

En un guion escrito por el propio Burnham, el realizador sorprende al evitar todos los lugares comunes así como los personajes arquetípicos que suelen estar presentes en las comedias juveniles para ofrecer un retrato realista y casi documental de la generación millenial. De tal manera, el director dibuja un panorama desolador donde los jóvenes jamás levantan la mirada de sus aparatos digitales, y donde su carácter y personalidad son moldeados por las redes sociales, así como por el conteo de likes y vistas en sus publicaciones. En dicho contexto automatizado, Burnham muestra de modo compasivo a una protagonista imperfecta en situaciones repletas de incomodidad y sin embargo logrando que el espectador logre empatizar y refleje sus propias inseguridades en ella. Al construir a un personaje tan humano y realista como Kayla, el cineasta le da voz a todas las personas inadaptadas que observan en la sombra, sin hablar por miedo a ser la burla de los demás y que también se encuentran a la espera de que concluya esa dolorosa etapa de la adolescencia para por fin ser capaces de encontrar su lugar en el mundo.

 

 

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