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jueves, 18 abril, 2024
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‘Jagten’ -la cacería o la caza- y las redes sociales

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 379

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Para Armando, Armambo, el Cucurrucucú

Vega-Gil

 

Apenas el lunes pasado publicamos aquí un fragmento de “El entierro de los muertos”, de T.S. Eliot, a propósito de la traducción de Tierra Baldía hecha por Homero Aridjis y que dice así:

 

“Abril es el mes más cruel; engendra

lilas de la tierra muerta, mezcla

memorias y anhelos, remueve

raíces perezosas con lluvias primaverales”.

 

Yo no sé si abril sea el mes más cruel siempre, pero el que recién ha iniciado ha llenado de tristeza a la comunidad artística; primero por las acusaciones hechas por mujeres que denunciaron haber sido vulneradas, luego por los mecanismos sin control utilizados para hacerlas. Me refiero a esa delgada línea que hay entre la libertad de expresión y la difamación, que, al romperse, daña no sólo a los señalados y acusados que son inocentes -también hay culpables y la ley debe hacerse cargo de ellos-, sino a un movimiento que de entrada debió legitimarse por todos y todas porque exige justicia y ésa hay que exigirla siempre; desafortunadamente los mecanismos no fueron los adecuados y una vez más las redes funcionaron como un propagador de odio sin control.

Recuerdo ahora una película estrenada en 2012, del director danés Thomas Vinterberg, Jagten -traducida al español como La cacería o La caza-. La trama es brutal: un trabajador de un kínder es acusado por la hija de sus mejores amigos de que él abusó de ella al cometer actos de lascivia indescriptibles; ella es una niña de menos de 6 años, la obligación de la directora en primera instancia fue creerle a ella y eso es comprensible. Es la palabra de ella contra el adulto y hay que proteger a los niños. Él se sorprende, todos en la comunidad se sorprenden; no hay más prueba que lo dicho por la niña y sin embargo, la comunidad entera hace un frente contra él que comienza en rechazo y crece hasta convertirse en violencia: se niegan a venderle comida, no lo escuchan, avientan piedras a su casa, matan a su perra… aunque él es inocente. Terrible. La impotencia lo invade. El final es una alegoría del perdón fingido, del olvido no otorgado, de injusticia. Pero… es una menor de edad quien lo acusó; en el desarrollo de la película se nos muestra que incluso en las indagatorias hubo falibilidad y yerros humanos, porque no había más pruebas que las versiones de la presunta víctima -que llega a desdecirse, pero ya no es escuchada- y que, dicho sea de paso, hace gala de una imaginación desbordada.

El lunes pasado por la mañana, cuando supimos que Armando Vega-Gil había decidido quitarse la vida comprendí en primera instancia que lo había hecho para evitar el jagten, esa “cacería” que previó se desataría contra él con el pasar de las horas. Una noche antes conversé con él y le dije que no se apresurara a predecir catástrofes, que había formas de demostrar su inocencia. Él me contestó que estaba con su abogado preparando una denuncia para defenderse por vía legal, y agregaba: “De cualquier manera siento que el daño es irreversible para mi carrera de músico, fotógrafo y escritor. Niego rotundamente este hecho y pido una disculpa a cualquier chica que haya ofendido de cualquier manera, que alguna acción o palabras mías pudieran ser malinterpretadas al grado de ofender. Las mujeres tienen derecho a alzar la voz para cambiar este mundo podrido”. Le mandé un abrazo y él me mandó otro. Nos dijimos adiós, pero no pensé que fuera para siempre.

Al principio empecé a leer las respuestas que daban a su carta póstuma, luego, cuando llegué a la parte en la que varias mujeres le pedían que se matara, dejé de hacerlo y recordé lo último que me dijo, sí, las mujeres tenemos derecho de alzar la voz para cambiar este mundo podrido, pero no tenemos derecho a contribuir a que se incremente su podredumbre. Ni hombres ni mujeres debemos seguir contribuyendo a que el diálogo, la cordura y la búsqueda de la justicia desaparezcan.

No sé en qué momento nos erigimos como máximos tribunales en las redes sociales, lo que sí sé es que este mes de abril ha estado lleno de crueldad; sé también -como ya lo dije- que Armando Vega-Gil fue un artista muy querido, fue un ser humano imperfecto, como todos, pero era bueno y de ésos quedan muy pocos. El Cucurrucucú hizo honor a su apelativo e imagino con tristeza cómo sus últimas horas “nomás se le iban en puro llorar” y pido por eso y por el de todas las víctimas que han sufrido violencia que intentemos reconstruir racionalmente este escenario, que hagamos lo conducente para que vuelva la paz y la justicia sea posible. Paz para él y para todos. Hasta siempre, Armando, hasta siempre.

 

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