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viernes, 19 abril, 2024
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Alba de Papel Es una inversión, nunca un gasto

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

Una mirada crítica se cierne sobre la política cultural que ha implementado el actual gobierno federal: recelo, decepción y esperanza son las notas preliminares de una propuesta no entendida a cabalidad, sobre todo por aquellos individuos pensantes que votaron por el cambio político del país, que hoy ha devenido en frustración, no sólo por la disminución del presupuesto asignado a cultura, sino también por los desencuentros entre funcionarios y artistas.

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Bajo la lupa mediática de una ofensiva de medios, donde se ironiza el desempeño extravagante y de nula formación política de diputados y senadoras de Morena que hacen comentarios insulsos sin afán conciliador y sí de confrontación para acrecentar el disgusto de artistas, intelectuales y académicos que por decirlo de algún modo, han sido librepensadores, apartidistas y han estado a favor de una cultura para todos a través de la instrumentación de una política de identidades que promueva el respeto y el reconocimiento a la diversidad, están a la espera de una urgente reconsideración.

La debacle pareciera que se percibe con mayor intensidad en la capital mexicana y quizá en Tlaxcala a donde se dijo que se asentaría la Secretaría de Cultura (que además ha generado incertidumbre y miedo entre la burocracia que la compone), incluyendo los nombramientos de sus funcionarios, que han dado pie a la especulación a favor y en contra de sus asignaciones, algunos de ellos son reconocidos por su trayectoria como artistas, escritores o investigadores, pero sin experiencia administrativa y de gestión.

Muchos pensarían que a tierra adentro de la geografía mexicana, llegan las briznas de una preocupación insignificante por parte de los “opositores” que demandan que la política cultural se convierta en política de estado, es decir que a la sazón del discurso pluralista que no neoliberal del Jefe del Ejecutivo Federal, la cultura se visibilice también como pilar fundamental del desarrollo.

Es decir, que el gobierno federativo y los gobiernos estatales (igualmente responsables) se concienticen sobre la importancia de los efectos económicos de la actividad cultural en la creación de ingresos al empleo y al PIB, y que lograr este gran propósito, implica que el poder político coloque a la cultura como el cuarto pilar de la sostenibilidad.

Que la protección, investigación, promoción y gestión del patrimonio, la exportación de bienes y servicios culturales, las artesanías, el turismo cultural y el capital humano sean los garantes de una interacción entre cultura y educación que permita enriquecer la creatividad, el crecimiento social y económico de las distintas regiones de la geografía mexicana.

Bien se sabe con tristeza, que los viajeros experimentados y los especialistas que llegan a territorio mexicano, preguntan sorprendidos el porqué de la miseria y la desigualdad de sus poblaciones, ante la magnífica riqueza del patrimonio natural y cultural, de su extraordinaria diversidad y el caudal creativo y trabajador de su gente, y las respuestas se siguen barajando con tibieza en la mesa del debate.

Con seguridad los estados de la República, viven su propia historia de precariedad – cíclica por cierto-, de continuar haciendo actividades con menos dinero en pos de una ponderación histórica para este sector, hoy limitada a rajatabla por la llamada austeridad republicana.

No obstante, la esperanza de una vida mejor y con mejores oportunidades de bienestar individual y colectivo, se mantiene casi ileso en el sureste mexicano, a excepción de los zapatistas que tienen sus reservas y demandan una mayor argumentación social y política, respecto a un proyecto civilizador que anule la exclusión y verdaderamente integre a los grupos étnicos.

Pero a donde apunte el compás geográfico del país, en la mayoría de los estados, los presupuestos son limitados, y son las capitales quienes centralizan los recursos, disminuyendo en forma dramática el poder de acción de los municipios y sus comunidades, hoy abatidos por la pobreza, la inseguridad y la violencia.

La Secretaría de Cultura ha comprometido una gran movilización artística para los pobres y desposeídos, bajo un formato de arte comunitario, pero cómo, cuál es el proyecto integrador de una cultura para todos.

Muy pertinente sería que se revisara el tema de la descentralización como un asunto político administrativo, orientado al reconocimiento del contexto regional y a la promoción horizontal en la toma de decisiones que favorezca la planificación y los proyectos en materia cultural, no sólo de las instituciones y la comunidad artística, sino de los jóvenes y de la sociedad misma.

La expectación seguirá, con espíritu renovado de que el escenario de la cultura cambie para bien de todos.

Un reconocimiento a los teatreros zacatecanos, por mantener el duende de la poesía escénica, a través de sus incontables esfuerzos para sobrevivir.

Ánimo y fortaleza para todos. ■

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