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viernes, 29 marzo, 2024
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Guadalupe Amor (1918-2000). ‘Yo soy mi casa’

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 377 / Libros / Op. Cit.

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Al decir casa pretendo

expresar

que casa suelo llamar

al refugio que yo entiendo

que el alma debe habitar.

G. A.

 

Solitaria, siempre al margen de sus hermanos, una niña de doce años recorre la casa familiar. El padre muerto, sabremos por ella misma.

Una a una las habitaciones son descritas y habitadas. La vieja casona de la calle Abraham González se mantiene en pie. Ha pasado ya la cocina, la niña. Llega entonces a “la recámara de mi padre”, la puerta “respetuosamente cerrada”.

Su mano, “un momento prendida al picaporte”.

¿Qué hace? ¿Qué hará?

No otra cosa que hender la puerta, siempre desde esa especial manera de narrar, y que habrá de traducirse en un repetido estremecimiento, tantos como lecturas posibles, desde que Guadalupe Amor diera a conocer Yo soy mi casa (1957).

“Abrí la puerta y me encontré con la alcoba de mi padre. Estaba intacta, como cuando él vivía. Todo estaba en orden y pulcramente cuidado; la alfombra verde y serena, el magnífico papel tapiz tinto rojo; el lavamanos de caoba con superficie de mármol, la jarra antigua de porcelana labrada y los cepillos de marfil con las iniciales de papá; el descomunal armario de tres puertas y dos roperos con cristales, llenos de zapatos de mi padre; las cortinas verdes, pesadas, costosas y persistentes; dos burós bien pulidos que hacían juego con todo el mobiliario inglés. Y estaba intacta su cama, sobria y elegante, antigua y moderna. Estaba cubierta con su colcha de terciopelo marchito, rematada de galones de oro viejo. Arriba de su cama, un Cristo de marfil abría sus lánguidos y omnipotentes brazos”.

Sigue la escritura; el espasmo.

“Y estaban aún, en una pequeña mesa de lectura, los últimos libros que miraron sus ojos.

Llena de lágrimas, vi al Cristo que miraba hacia el cielo.

Imploré a Dios, y curiosamente, esa recámara no me pareció pequeña, como toda la casa. Antes bien la vi inmensa, más grande que antes, tan grande y tan perfecta como la propia muerte de mi padre”.

 

Novela de poeta

Habrá pasado de largo, podría resumirse, pero lo cierto es que Yo soy mi casa ha tenido el derrotero que muchos de los hechos culturales, artísticos y literarios de excepción suelen tener. La novela de una gran poeta.

Ignorada durante años (J. S. Brushwood no la consigna en su México en la novela) y atendida por otros, quizás a partir de las empatías con su autora, circula apenas la segunda edición de este libro, al margen de una versión del año 2000 (Joaquín Mortiz).

Una novela que a decir de Michael K. Schuessler, prologuista de la nueva edición, fue escrita por “una mujer que, debido a su feroz independencia y por su negativa a doblegarse ante las estructuras masculinas del poder, se ha encontrado siempre en una posición incómoda para muchos críticos y no pocos lectores”.

De vida excéntrica y rodeada de controversias, Guadalupe Amor (1918-2000) inscribió en el canon de la literatura mexicana una muestra de difícil caracterización. ¿Novela? ¿Memoria? Las experiencias de la niña Pita Román, “cuyo apellido casi palindrómico sirve para revelar a la más pequeña de los hermanos Amor detrás de su personaje literario”, acota Schuessler.

No resulta difícil imaginar la fiesta celebrada en oportunidad de la presentación de Yo soy mi casa. De ello dio cuenta la crónica de Elena Poniatowska, sobrina de la autora, publicada en Novedades y también recuperada por el prologuista de la nueva edición.

El mismo Schuessler rescata fragmentos de las reseñas que la novela suscitó, en realidad únicas, pertenecientes a Emmanuel Carballo (Novedades), María Elvira Bermúdez (Excélsior) y Alfredo Ramos Espinoza (El Nacional).

Escribió Carballo:

“Pita Amor combina aquí la biografía y la novela. Cuenta —amalgamando recuerdos personales y francas invenciones— su vida, su infancia y primeros años de adolescencia; la vida de su familia y la biografía de su casa […]. Guadalupe Amor procede a ordenar su material a base de recuerdos, principalmente visuales y auditivos. Al recordar orden dentro de un premeditado desorden espacial y temporal sus vivencias y experiencias. Reconstruye con amoroso deleite cada lugar, su geografía y su historia”.

 

Reedición en el FCE

Poeta de excelencia (José Gaos le escribió: Poetisa, que de hoguera / a Dios crees servir, di: / ¿ardes tú por Dios entera? / ¿O quemas a un dios en ti?) Guadalupe Amor es también una gran novelista. Su aportación al listado de grandes obras es Yo soy mi casa, ahora recuperado por el Fondo de Cultura Económica en la serie Letras Mexicanas. Novela donde leemos:

“Alguna vez, en ese desbandado plano de la azotea, le pedí a Dios que nunca cumpliese yo más años de los que entonces tenía… Que viviera eternamente estacionada en mis doce años. Lo inaudito es que pensé que mi ruego iba a ser comprendido y que así sucediera.

“Pasó el tiempo y cada vez me parecía más peligroso aventurarme a ver la calle desde la azotea; el vacío y el vértigo me amenazaban […].

Como paralítica me quedaba abismada en mis temores y anhelos.

Así cumplí trece años, y siguió la vida, y así continuaron secándose las sábanas en los diáfanos espacios de nuestras sosegadas y tumultuosas azoteas”.

 

 

Guadalupe Amor, Yo soy mi casa, FCE, México, 2018, 446 pp.

* @mauflos

 

 

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