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jueves, 25 abril, 2024
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La labor educativa de los jesuitas antes de su expulsión

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

Entre las corporaciones eclesiásticas fue la orden mendicante de los jesuitas perteneciente al clero regular, la que sobresalió como promotora de la educación en los reinos y provincias del imperio español. En Zacatecas como en los demás puntos de la Nueva España a donde llegaron, fundaron escuelas de primeras letras y un colegio para instruir y educar a párvulos y jóvenes. Fue precisamente por medio de la educación como la orden ignaciana alcanzó una gran influencia y poder económico al grado que la Corona ordenó la expulsión de sus dominios.

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Previamente a que Jovellanos diera a conocer su ideario educativo, encontramos que la Real Provisión de Carlos III fechada el 5 de octubre de 1767, estableció que (para sustituir a los jesuitas que habían sido expulsados)) los maestros seculares se deberían reintegrar a las escuelas por medio de cátedras a oposición en la enseñanza de las primeras letras, gramática y retórica. Para dar cumplimiento a dicha provisión se establecerían viviendas y casas de pupilaje para maestros y alumnos en los colegios que fueran necesarios1. Meses antes de que se diera a conocer dicha provisión, el 27 de febrero, Carlos III, “por motivos reservados a su real ánimo”, había ordenado el extrañamiento (expulsión) de los jesuitas de toda la monarquía.

Desde su llegada a la ciudad de Zacatecas en el siglo XVI el colegio jesuita que se estableció en la provincia zacatecana venían atendiendo una escuela de primeras letras al que acudían algunos párvulos de la ciudad de Zacatecas.

Pero, tras la expulsión de los jesuitas no fue fácil recuperar el nivel académico que había impuesto la Compañía de Jesús. A su salida sobrevino un periodo de desorden educativo y económico. Mediante la creación del Ramo de Temporalidades, los bienes jesuitas incluidas sus casas de enseñanza, serían confiscados por la corona. En Zacatecas, al momento de darse a conocer la expulsión los regulares de la compañía, sin tener el reconocimiento real, habían cumplido ya 13 años al frente de la administración de un colegio seminario que arrancó con sus actividades en 1757 y que sería conocido a partir de 1785 cuando ocurrió su reapertura con el nombre de San Luis Gonzaga. La vieja institución exjesuita vio suspendidas sus labores ocho años, al reabrirse estuvo cargo de un vicepatronato dependiente de la Audiencia de Guadalajara, pero con la participación directa del ayuntamiento de la ciudad quien lo entregó a los dominicos. La llamada orden de los predicadores como se conoció a la orden fundada por Santo Domingo, lograron que sobreviviera pero muy lejos del lustre que le habían impreso sus fundadores.

El periodo que comprende la transición entre el siglo XVIII y el siglo XIX, sobre el que se estuvo marcado por el efecto de las llamadas reformas borbónicas y paralelo a estas, estuvo marcado el influjo que ejerció el discurso de la ilustración. La instrucción pública no fue ajena a las ideas ilustradas. Desde las postrimerías del siglo de las luces y buena parte del que le siguió, educar fue sinónimo de ilustrar. Pues se decía que por medio de la educación era como se adquirían las luces, condición necesaria para acceder al progreso y con el, al bienestar.

A lo anterior agregaríamos que la situación del imperio español y los reinos que lo conformaban previo a los movimientos de independencia de estos últimos, estuvo marcada por las guerras que enfrentó España en contra de las potencias rivales que le disputaban la influencia comercial y los territorios. Así tenemos que entre 1761 y 1763 enfrentó la guerra contra Inglaterra en la que perdió la Florida, a cambio de rescatar la Habana y Manila. En 1797, de nueva cuenta España fue derrotada por la marina inglesa. En 1805, aliada esta vez con Francia volvió a perder la guerra con Inglaterra en la famosa batalla de Trafalgar. Finalmente, el conflicto con el que termina el ciclo de las guerras del Atlántico ocurre con la invasión napoleónica a la península ibérica en 1808. Para sostener la economía española y sufragar los gastos, la corona aplicó una política fiscal para cobrar impuestos, aplicó préstamos voluntarios o forzosos, donativos y subsidios de corporaciones. La mayor parte del dinero fue aportado por la Nueva España2.

A pesar de los impuestos como el de los vales reales3 y de los prestamos forzosos tomados de los ahorros de las cajas de comunidades, dinero que por cierto nunca se pagó, con el que la corona buscaba sostener los gastos de provocados por las guerras, precisamente a causa de los conflictos bélicos, con todo y que las reformas borbónicas hicieron posible una reordenación de la economía mediante una planificación y administración centralizada, España no mejoró su situación y sus colonias por extensión, tampoco. Por el contrario se empeoraron las cosas, al grado de preparar un terreno fértil para las luchas autonómicas e insurgencia de los criollos americanos. Es por eso que el periodo que va de 1795 a 1810 se observó en Nueva España, una crisis en todos los órdenes. La educación pública, por supuesto no fue ajena a esta crisis. Durante estos quince años en Zacatecas sólo se tienen documentadas las escuelas que había en la capital, la de Jerez sostenida con el legado de Abundio de la Torre y la que comenzó a funcionar en Sierra de Pinos entre 1802 y 1803.

Referencias:
1“Real provisión de Carlos III, 5 de octubre de 1767”, Imprenta Real de la Gaceta, Madrid, 1767; citado en Dorothy Tankc, La educación y la ilustración en la Nueva España, SEP-El Caballito, México, 1985, pp. 101-107.

2 Rafael Rojas, “Nueva España en las guerras atlánticas”, en Gran Historia de México Ilustrada, México, Planeta-CONACULTA-INAH, 2001, Vol. III, pp. 4 y 12.

3 En el fragor de estas guerras, como un signo del proceso de secularización que el Estado español había arrancado como parte de las reformas en marcha y mediante las cuales la Iglesia como principal corporación del sistema colonia se vio afectada, la Corona promulgó la Real Cédula de Consolidación de Vales. Esta medida no era otra cosa que la imposición de préstamos forzosos que los gobiernos de los reinos y provincias deberían de hacer a la metrópoli para sufragar los gastos de las guerras. Dinero perdido que la Iglesia cuya extensión eran las cofradías, hipotecas y cajas de comunidad de los pueblos de indios de donde tomó el dinero que nunca le fue pagado ni recuperó. Para mayor información sobre este tema, véase al respecto a Pietschmann, Horst, Las reformas borbónicas y el sistema de intendencias en la Nueva España, México, UNAM, 1996, pp. 118-130.

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