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sábado, 20 abril, 2024
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Las prioridades de la nación

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

Las mafias existen, no solo la del poder sino muchas otras. El vocero de la presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, después de informar que David Alexir Ledesma Feregrino y Edith Arrieta Meza renunciaron a sus cargos en el Conacyt sostuvo que existe una campaña contra la reforma en curso del citado organismo organizada por todos aquellos que creen que resultaran perjudicados (La Jornada, 14/02/19). Aclaró que la transformación “va a afectar el status quo de muchos sectores que se han beneficiado de las becas y a las cuales el Presidente señaló: así como existe la mafia sindical, en las organizaciones campesinas, pues hay mafias en el sector científico y hasta en el sector cultural”. En el diario “El financiero” del día 14/02/19 se indica que el vocero presidencial añadió que en el Conacyt ha habido estafas más grandes que la “estafa maestra”. Por supuesto, ya desde enero la directora del Conacyt, Dra. Elena Alvarez-BullyaRoces, declaró que en el sexenio de Peña Nieto hubo una transferencia de alrededor de 50,000 millones a la empresa privada (El Universal, 17/01/19). Se entiende la molestia y la denuncia cuando el objetivo es cuidar los dineros que los ciudadanos dan al Estado, porque estos recursos deben tener un uso benéfico para las mayorías, en oposición a la políticade la ciencia que se desplegó durante los gobiernos neoliberales y a la que los científicos de la nación parecían estar muy atentos (la mayoría, o todos ellos, llenaron religiosamente los formularios “neoliberales” para allegarse recursos). La ciencia pagada por los fondos públicos no debería estar orientada al desarrollo de la empresa privada, en particular si los empresarios tienen por fin último el lucro y no el interés nacional, sino a la solución de los grandes problemas nacionales. ¿Cuáles? Los vinculados a la construcción de una sociedad más igualitaria, justa, fraterna, democrática, en suma, una nación moderna. No se ven otras líneas directrices que aquellas derivadas de la Ilustración europea para construir la economía y la política de un estado-nación. Si leemos el desarrollo de México, desde la caída de los precios internacionales del petróleo en 1982 hasta la construcción del populismo norteamericano iniciada con la elección de Donald Trump en 2016, como el despliegue del “proyecto neoliberal”, y entendemos a este último como la construcción de un sistema de mercado eficiente y una democracia representativa creíble, e insistimos en asumir que tal proyecto fracasó debemos preguntarnos ¿dónde? Al parecer el fallo más estrepitoso ocurrió en la distribución del ingreso nacional. Si leemos el artículo de Luis Ángel Monroy Gómez-Franco “Los mexicanos en la distribución global de ingresos” (Nexos, Mayo 2016) encontramos que México es un país en el que 10% de su población se ubica entre los más pobres del mundo, y otro 10% entre los mas ricos. Una desigualdad enorme, pero no rara en el mundo, de acuerdo al autor, pero que se perpetua a sí misma por dos razones: 1. El lento crecimiento económico tiene un patrón “pro-rico”, 2. Ese crecimiento no permite a los damnificados de los desastres de 1982 y 1994 (i.e. de las políticas erradas del populismo dadivoso de los años 1970 y el liberalismo social de los 1990) avanzar socialmente debido a la pobreza de su capital acumulado (social, humano, cultural, físico, económico). Pero la solución parece ser clara: una mayor intervención del Estado para que desde políticas sociales orientadas a mejorar la salud, la educación, el ahorro, la seguridad social o los servicios básicos permita una igualación. Sin embargo, parece creíble que esos programas, o estuvieron mal diseñados, o no han actuado el tiempo suficiente o lo que sea, pero no funcionaron. Por otro lado, si interpretamos la violencia generada en México por la “guerra contra el narcotráfico” como otro error más que incrementó los niveles de inseguridad como resultado de las fallidas estrategias gubernamentales (en particular la militarización) y a esto le añadimos la narrativa sobre los “fraudes electorales” de 2006 y 2012 como otros tantos desaciertos de nuestra democracia entonces tenemos los grandes trazos de una auténtica derrota del proyecto moderno: la economía de mercado no funcionó, excepto como fabrica de pobres, la intervención estatal se deslizó por los miasmas del asistencialismo y la construcción de clientelas políticas, mientras que la democracia mexicana no logró generar elecciones competidas, transparentes y certeras, capaces de manifestar la siempre cambiante voluntad popular. Se puede tratar de argumentar que no hay tales errores, pero una interpretación posible de la elección presidencial de 2018 es que una mayoría tuvo por convicción que algo falla en México. ¿Cómo encaja la ciencia, la ciencia como búsqueda desinteresada de la verdad en este cuadro? No tiene un lugar claro porque la aplicación de la ciencia a la solución de problemas es el resultado de algo más que el desarrollo de la capacidad de investigación: se debe tener aparejado una industria que pueda volver objetos tangibles los resultados de la especulación. Leopoldo Zea escribió en “Conciencia y posibilidad del mexicano”, con respecto a la revolución de 1910:” Las soluciones a los problemas que la realidad mexicana hacía patentes con toda su violencia, no podían obtenerse sino de la realidad misma”. En ese escenario, que es el nuestro, la ciencia carece de lugar. ■

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