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jueves, 28 marzo, 2024
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ALBA DE PAPEL

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

En memoria de Claudio Trejo

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«Hay que correr riesgos” dijo premonitoriamente en diciembre próximo pasado en un fugaz encuentro en el jardín de Guadalupe, “Hay que manifestarse y seguir luchando por los grupos y sus comunidades”, recalcó convencido.

A una pregunta directa sobre su retiro del organismo mayor de cultura en Zacatecas, ocurrida en la administración anterior a la que hoy mandata, refirió su decepción sobre la marginalidad que se le da a la planeación y por tanto, a la observación puntual que exige una verdadera administración cultural, desde hace años, desdeñada por un intermitente programa de difusión artística que peyorativamente, promotores y creadores críticos llaman “eventitis”, so pena de una elevada centralización en la Capital del Estado en perjuicio del resto de sus municipios.

Tres semanas después corrió la trágica noticia de su fallecimiento y dado lo sorpresivo que fue y de que lamentablemente, no muchos conocieron ni conocen la envergadura de su aportación al desarrollo cultural de los municipios en la Entidad, constituye un deber ciudadano y de solidaridad con el gremio de gestores y la comunidad artística, reconocer el legado de Claudio Trejo, quien sentó las bases cognitivas, de relación y situación espacial de herramientas para la planeación y gestión de políticas públicas.

Con una amplia experiencia adquirida en lo que fue Fonapás, para transitar luego al DIF estatal, Claudio Trejo llegó en 1993 como director de planeación al IZC, los años anteriores a su creación (1986) fueron años de experimentación y de complejidad financiera para un gestor singular como fue Álvaro Ortiz Pesquera, su fundador, que lealmente luchó por mantenerlo a flote.

En la historia de la administración sexenal de este organismo, desde su creación a la fecha, sin dudarlo los mejores años por lo que significó la restructuración de la política cultural en Zacatecas, fue de 1993 a 1997: no había un gran presupuesto, pero se generaron nuevos asideros para la creación de los organismos municipales de cultura, un sistema estatal de información cultural, diagnósticos, indicadores que enunciaban un trabajo que no se había hecho y que era necesario establecer como un principio de inclusión y de justicia, no sólo para los municipios sino también para los creadores en todo su territorio.

Se fortalecieron las relaciones y la gestión de recursos con la federación y se instituyeron diálogos e intercambios con otros estados de la República a través de circuitos que incluían literatura, artesanía y cultura popular en general.

Asimismo, dentro de un modelo vasconcelista (con la participación de profesores de educación primaria, media superior y superior) se formaron cuadros de promotores culturales que activamente trabajaron por la cultura de sus municipios, por la creación de programas de enseñanza y formación artística, investigación y conservación de su fiestas y tradiciones, creando el pilar de la gestión municipal.

Claudio Trejo, fue una figura a la par de la generación de grandes políticos como Don Raymundo Cárdenas Hernández, o grandes gestores mexicanos como Rafael Santín, Lucina Jiménez o José Iturriaga, fue en rigor un hombre probo, presto al debate y a la reflexión que siempre huyó de los reflectores y del protagonismo.

Mucho le incomodaron los presídiums y las imágenes que alimentaban el ego y la frivolidad, fue un teórico de la cultura y un gestor en el campo, un binomio que muy pocos alcanzan porque no basta la academia, sino la experiencia que se gana, al peregrinar por la topografía zacatecana, proponer, convencer y derribar la muralla del desinterés por la cultura, que ha prevalecido por muchos años.

En franca oposición a la masificación, a los eventos, muestras y festivales, que son los que mejor adornan el trabajo político de los gobernantes en turno, Claudio Trejo creía que había que frenar esta carrera, y optar por la enseñanza, la investigación y el apoyo creciente a grupos populares, así como a formación y capacitación de promotores y creadores.

Como ejemplo, nunca fue tan extraordinario el trabajo con niños, como el que se implementó con Esther Llamas, con un programa de enseñanza artística que fue resultado de la planificación y del diagnóstico resultante que laboriosamente tejió el notable maestro Claudio Trejo.

Para cerrar esta historia, las administraciones que siguieron lo conservaron con discreción, porque optaron por explotar con mayores recursos financieros, un programa permanente de difusión artística que sin esfuerzo, redituaba imagen y capital político, muchas veces en detrimento de acciones coyunturales, como el Festival Cultural que hoy se ha transformado en un festival artístico.

Una gran pérdida para el País y para Zacatecas, su humildad y honestidad acompañadas siempre, de su sonrisa espontánea; su quehacer puntual y reflexivo en torno a la cultura y su descentralización, no tienen paralelo, y quizá por siempre seguirán siendo soporte de las formas de planificar.

Más allá del discurso y las palmas, su contribución al desarrollo cultural de Zacatecas, amerita una iniciativa que justiprecie su labor, por ejemplo la creación de un Centro de Estudios y Documentación Cultural integrado por investigadores que lleve su nombre.

Su recuerdo no debe perderse en la bruma espesa del olvido, su memoria debe ser puente y émulo para las nuevas generaciones, basta ya de cultivar egos, que sea propicio luchar más allá de la precariedad de proyectos, por un orden inspirador que cultive la planeación y el diagnóstico como una tarea fundamental de la gestión cultural en el Estado de Zacatecas.

Hasta siempre noble señor, estricto en la regla y en la cabalidad de su cumplimiento, perenne defensor de la política pública municipal y de la sabiduría que reposa en el vibrante corazón de la comunidad. Que no se pierda su legado.
Ánimo y fortaleza para todos.

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