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jueves, 18 abril, 2024
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El socialismo democrático en Estados Unidos: un actor relevante

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

El discurso de Donald Trump sobre el estado de la Unión presentado hace una semana, incluyó un tema relegado del discurso político ordinario desde que terminó la Guerra Fría. Dijo Trump: “Hemos nacido libres y seguiremos estando a salvo. Esta noche renovamos nuestra decisión de que América nunca será un país socialista”.

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Entre los legisladores que lo escuchaban estaba la recién elegida diputada demócrata Alexandria Ocasio-Cortez, que ganó su curul definiendose durante la campaña como “profesora, sindicalista, socialista democrática, nacida y criada en Nueva York, que se presenta para defender a las familias trabajadoras en el Congreso”; también estaba la diputada Rashida Tlaib, demócrata de Michigan, quien ganó las primarias y las elecciones generales en 2018 como integrante de Democratic Socialists of America (DSA). Pero el interlocutor principal de Trump era el senador de Vermont, Bernie Sanders, a quien a menudo llaman “el socialista más popular de EE UU” y a quien mucha gente apoya para que compita contra la reelección de Trump en 2020. No hay duda de que el presidente pensaba en Bernie cuando señaló: “aquí, en Estados Unidos, estamos alarmados ante los nuevos llamamientos a adoptar el socialismo en nuestro país. América se fundamenta en la libertad y la independencia, no en la coacción, la dominación y el control por parte del Estado”.

Sin embargo, reportes de encuestas nacionales recientes sobre intención de voto de cara a las elecciones de 2020 indican que Sanders vencería a Trump 51% contra 41%. Cuando la CNN sondeó el año pasado a los posibles votantes de 2020, Sanders obtuvo el 55% y Trump el 42%. Así que no parece que la palabra socialista esté restando posibilidades al senador. Pero las victorias de los candidatos socialistas es más significativa por lo que expresan sobre la relación de los movimientos sociales en Estados Unidos con la política electoral: la izquierda socialista no solo se organiza contra la presidencia de Trump y el Partido Republicano que lo apoya, sino que está decidida a transformar a su vez al Partido Demócrata.

En los primeros años de la crisis financiera de 2008, a muchos observadores les resultó extraño que la principal respuesta a la significativa crisis del capitalismo surgiera de la derecha: el Tea Party. Pero la campaña electoral de Obama había tenido rasgos de un movimiento social: consiguió una gran cantidad de activistas, pequeños donantes y voluntarios, pero fueron desmovilizados casi inmediatamente después del triunfo de Obama. En los años siguientes, diversos movimientos sociales emergieron por fuera del Partido Demócrata y lograron incidir en el discurso político y el debate público. Los plantones de Occupy Wall Street se iniciaron en 2011 y se reprodujeron en todo el mundo. Aunque sus campamentos eran desalojados, sus protestas ayudaron a colocar los salarios y la desigualdad de riqueza en el centro del debate público; fueron temas importantes durante la elección presidencial de 2012, que terminó en la reelección de Obama. En 2013, surgió Black Lives Matter como reacción a las muertes de afroamericanos a manos de policías: el movimiento sometió a la vista pública el racismo estructural vigente y los niveles de encarcelamiento masivo de EEUU, los más altos del mundo. Al combinarse, estos movimientos de base le dan a la izquierda una agenda sólida y políticamente orientadora.

En este escenario apareció Bernie Sanders. Anunció que enfrentaría a Hillary Clinton por la candidatura del Partido Demócrata en 2015. Clinton era una candidata tan fuerte que nadie esperaba que Sanders tuviera alguna oportunidad. Sin embargo, en muy poco tiempo captó y movilizó un extraordinario nivel de apoyo, recibió más de 13 millones de votos en las primarias y terminó como el político más popular del país. Durante la campaña, Sanders puso el acento en la desigualdad y en el compromiso del Estado de proveer bienes públicos, como la asistencia sanitaria y la educación. Además, se reivindicó socialista democrático asociando el término con el Estado de bienestar de los países escandinavos, antes que con la desaparecida Unión Soviética. Muchas encuestas han mostrado que los jóvenes millennials de EEUU tienen una visión positiva de ese socialismo.

Cuando Trump derrotó a Clinton en la elección general (a pesar de recibir 3 millones menos de votos), se intensificó la sensación dominante de crisis sistémica. Así, muchos norteamericanos que analizaban el panorama poselectoral de 2016 decidieron que tenían la responsabilidad de profundizar su compromiso político. El día después de la toma de posesión de Trump, la Marcha de las Mujeres movilizó a millones de mujeres en la jornada de protesta más grande de la historia de EEUU. Surgieron grupos anti-Trump casi inmediatamente. Los veteranos seguidores de Sanders formaron, a su vez, Our Revolution, que tiene filiales en todo el país para apoyar a candidatos progresistas en la línea de Sanders.

Desde entonces ha habido mucha discusión sobre el significado del socialismo. Algunos progresistas y también algunos marxistas insisten en que el programa de los socialistas democráticos no propone la propiedad estatal de los medios de producción. Pero sin importar cómo se lo llame, este conjunto de ideas ha llegado a ser definido en la política contemporánea estadounidense como socialismo democrático. Hillary Clinton y el Partido Demócrata en general no pudieron reunir una mayoría gobernante con un mensaje de campaña que se enfocó en lo inaceptable de Trump en lugar de una visión positiva del futuro. Los socialistas han dado un paso para llenar ese vacío y ahora presionan a los demócratas a adoptar su alternativa.

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