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jueves, 28 marzo, 2024
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Año nuevo en perspectiva

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Por: CARLOS FLORES* •

La Gualdra 370 / Río de palabras

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Muere el año y hay fiesta en casa. Una gran cena en familia. Todos felices viendo cómo el desalmado tiempo nos envejece cada vez más. Pero nadie parece notarlo a mi alrededor. Las copas chocan brindando por las cosas buenas que nos deseamos unos a otros y los vapores del alcohol hacen que me sienta un poco contento. Los abrazos, las uvas, la convivencia merecen que este día sea memorable, como cada año. Aunque las ausencias se noten al igual que las arrugas y los sobrinos pasaron de ser unos pequeños niños a púberes en el lapso de un ciclo.

Llegó el año nuevo, y con él la entrega al trabajo cotidiano y la vida habitual. Pocas cosas habrá en éste, como las hubo en el pasado y en el antepasado, que valgan como algo novedoso: un viaje a un lugar no conocido, un concierto de algún artista que sea grato, algún alumno al que habría que rescatar de su ensimismamiento y hacerlo soportar la pesada carga del mundo de las letras, reuniones gratas con los amigos y, por supuesto, las reuniones familiares.

El año nuevo, de un tiempo para acá, me pesa. El aliento de antes ya no es el mismo, me cuesta subir la escalera de la casa, caminar con mi perro que me jala cada más fuerte absorto por la multiplicidad de olores que distingue entre poste y poste. Mi cuerpo se niega a correr y saltar como antes, sólo accede moverse de vez en cuando al tratarse de amar o bailar. Quizá sea culpa mía por tratarlo como lo trato: mucha bebida, más comida y el confinamiento a una silla por más de ocho horas al día.

El joven aquél que alguna vez fui ya no se refleja en el espejo del baño cuando el vapor se disipa. El rastrillo no se desliza igual por mi rostro. Pero lo más cansado en ese semblante son los ojos, pues van perdiendo el brillo y se tornan amarillentos y rojizos; aún no desaparece la esperanza, pero cada vez esperan

menos; se ven rastros de sueños, pero han sido tantas las frustraciones, que son lánguidos y perezosos, apenas se arrastran ahí dentro.

Y no es que no sea feliz. Pues veo a mi alrededor y no hay motivos para no serlo, a excepción de la inseguridad, la crisis, la corrupción, y esos restos de clasismo novohispano que impregnan a la sociedad zacatecana tanto en la vida social como académica, donde hay que rendir todavía pleitesía a quien no lo merece por el simple hecho de que está un escalón arriba.

Se trata más bien de una madurez que tardó en llegar, y lo agradezco, donde el año nuevo se convierte en un año menos, en menos energía y menos fuerza para seguir luchando, pues se supone que a mi edad ya debería estar económicamente estable, pero no es así, por que los de atrás se atascaron todo el pastel. Una madurez que, espero, se convierta en sabiduría y paciencia ante la vida salvaje que me ofrece mi tiempo y espacio.

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