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martes, 23 abril, 2024
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Retos de la nueva Estrategia Nacional de Lectura

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

Con la presencia del presidente de la República inició este reciente fin de semana en Mocorito, Sinaloa, la Estrategia Nacional de Lectura que abandera el nuevo gobierno federal. De entrada constituye una señal esperanzadora que el principal mandatario del país encabece el esfuerzo. Con todo, persisten retos de esta iniciativa que bien pudieran ser comentados e incluso debatidos en un gran diálogo nacional.

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Primer reto: Lograr en niños y adolescentes que la lectura sea una “práctica placentera”. Al respecto, debemos reconocer lo que muchos padres de familia hemos –comunitaria mea culpa– puesto en manos de nuestros niños: teléfonos celulares y tablets. Por ello, estos artilugios tecnológicos son ahora los enemigos a superar. La lectura placentera se logra a partir de temas y libros placenteros: más que los colores, sonidos, animaciones y desafíos presentados ahora a nuestros hijos en las pantallas.

Aquí entramos los autores: si proseguimos montados en la egolatría de escribir sobre bibliotecas inundadas y conciertos sinfónicos, supuestos cultismos incomprensibles, barroquismos fútiles, juegos de palabras que a nada conducen, ampulosos monólogos masturbatorios o de plano montando nuestras páginas en grillas y recados para la comunidad de sagradas vacas y sus becerros, proseguiremos desconectados del México cotidiano al que urge, para mejorar, adquirir hábitos de lectura.

Parece que todos queremos hablar pero nadie quiere escuchar lo que se habla.

Colofón a este primer reto: queramos o no reconocerlo, J. K. Rowling pudo, con un solo protagonista en siete libros, formar más lectores que cuarenta programas nacionales de fomento a la lectura.

Segundo reto: Lograr que los profesores adquieran de veras el hábito de la lectura. Vivimos en un país donde la gran mayoría de los profesores no tiene la práctica habitual de nutrirse de los libros. Dice el nuevo director del Fondo de Cultura Económica, Paco Ignacio Taibo II, que los profesores deben leer para transmitir en sus alumnos “la motivación por el encanto”. El gran problema –perdón por mi pesimismo– es que no veo a los docentes leyendo. Constantemente insisto a los padres de familia con quienes topo en cursos que pregunten a los profesores de sus hijos qué libro están leyendo en la semana en cuestión.

Ojo: como lectura no cuentan los materiales de los Consejos Técnicos Escolares, los textos de apoyo para las planeaciones ni los documentos relacionados con la dinámica magisterial.

Tercer reto: “Construir una gran república de lectores” (Taibo II dixit). Contra lo que generalmente se piensa, leer no es pasar la vista por los renglones. Vamos a la fregada. Leer implica un permanente ejercicio de análisis, razonamiento, inferencia de planteamientos, interno debate de lo que se percibe. Los lectores se forman a partir de los razonadores, de los inteligentemente diversos, de los analistas que no aceptan utilizar clichés en sus discursos. La libertad de expresión está basada en el derecho a disentir. En una democracia, las oposiciones (las posiciones de lectores de textos y realidades) son necesarísimas.

Cuarto reto: Ser consecuentes con que el problema no es el precio de los libros, sino la necesidad de afición por ellos. Henry Miller no necesitó invertir todo su capital en libros. Tampoco Bukowski. Ni Faulker ni Hemingway. Tuvieron las bibliotecas públicas. En mi generación, conozco a escritores como Daniel Espartaco Sánchez, quien con sólo una tablet y mucha maña ha logrado reunir una excelente colección de libros digitales, en formato pdf y epub, y la comparte con lectores como quien esto escribe. Eso es promover la lectura.

Entre mis amigos de Facebook he encontrado como constante la pregunta: “¿Alguna película o serie de Netflix que recomienden?”, no así una pregunta relacionada con libros.

Quinto reto: Recuperar las bibliotecas públicas como grandes centros de lectura. Reconozcámoslo: El boom de las bibliotecas públicas en el país, hace cuatro décadas, quedó en la historia y, fuera de la intención que acompañó a la monumental biblioteca Vasconcelos, nadie le aportó algo significativo. Dejamos que nuestras bibliotecas públicas envejecieran. Peor aun: que se deterioraran. Confinamos a nuestras bibliotecarias a sus mecánicos llenados de estadísticas, olvidamos capacitarlas, les restringimos apoyos y aumentos salariales. Lo peor: muchas veces divorciamos a las bibliotecas de los centros de mediación de lectura, cuando ellas estaban llamadas a ser eso. La Dirección General de Bibliotecas, dirigida ahora por el profesor Marx Arriaga Navarro, debe exigir su derecho a ser involucrada en la Estrategia Nacional de Lectura para hacer de las bibliotecas públicas los grandes centros de lectura. No debe quedar desvinculada de la gran tarea.

Sexto reto: La lectura no se promueve sola. De poco sirve generar una magna producción editorial “baratísima”, llegar a arreglos con las editoriales, masificar colecciones económicas, si no acopiamos la experiencia de promotores y mediadores de lectura en una gran cruzada por todo el país. Las redes sociales no harán el trabajo que durante estos años han emprendido miles y miles de entusiastas que muchas veces sin sueldo han montado espacios de lectura en salas, aulas, patios y explanadas. Si no se considera a los voluntariosos animadores de lectura, el esfuerzo será vano.

Séptimo reto: Que la campaña mediática no se quede sólo en lo mediático. Insisto: la campaña de “20 minutos al día” fue fofa y superficial. Cuando las autoridades federales insisten en que lanzarán una gran campaña mediática, puede preverse el riesgo de que esto quede en más de lo mismo: mucho ruido y escasos resultados.

Colofón: Podrán los libros costar 10 pesos o ser tirados en las plazas: mientras subamos al transporte público y no veamos a la gente frente a los libros (físicos o digitales), todo seguirá siendo política discursera. No demerito a la Estrategia, conste, pero sí hago ver (en mi calidad de amante de la lectura) que la campaña debe emprenderse con toda conciencia y no como un acto de sólo echar campanas al vuelo. n

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