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jueves, 18 abril, 2024
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Roma de Cuarón el paneo del ángel en la pobreza romántica

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Por: CARLOS BELMONTE GREY •

La Gualdra 368 / Desayuno en Tiffany’s, mon ku / Cine

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Se han escrito toneladas de artículos, reseñas y críticas que pareciera sin interés agregar un par de documentos más sobre la película Roma, de Alfonso Cuarón. Estelarizada por Yalitza Aparicio y Marina de Tavira, Roma ha ganado ya el León de Oro del Festival de Venecia 2018 y los Globos de Oro, entre otros más de 100 premios y 125 nominaciones en diversos festivales e instituciones; quizás hubiera ganado algo en el Festival de Cannes 2018 si la legislación francesa permitiera la incorporación de películas en competencia que no tendrán salida en salas de cine durante el año inmediato. Hay que recordar que Roma es distribución Netflix.

La historia es la niñez de Cuarón en su casa de la Colonia Roma en la Ciudad de México y su relación y la de sus hermanos con su niñera. Es la vida de la “muchacha” de casa; su relación con la patrona, los niños y los eventos políticos (el Halconazo, principalmente). Es el cine como medio para hacer un pedazo de autobiografía con tintes de denuncia social y política; Elia Kazan en 1952 con su Viva Zapata hizo algo similar para explicar su vinculación con la tormentosa etapa de la caza de brujas macartista (Joseph McCarthy).

Dos elementos son a señalar en este breve comentario de la película:

Primero lo más evidente, la historia contada por Cuarón es el vínculo y el de sus hermanos con Cleo, la “muchacha-sirvienta-niñera”. Se trata de un intento por, de una parte, dar visibilidad a capas sociales marginadas y, por otra, hacer una señalización al trabajo no legal en México. Hablar de la pobreza y marginalidad tiene dos grandes vertientes en México: el naturalismo y el romanticismo. Para ponerlo en concretitos cinematográficos: del primero se trata de Los olvidados (Luis Buñuel, 1950) o De qué color es el viento (Servando González, 1972); del segundo están Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1948) o Lagunilla mi barrio (Raúl Araiza, 1982). Esta clasificación es de toda evidencia simplista y pasa por alto los matices de los discursos. Roma encajaría en el tono del segundo grupo, en el de la solidaridad y la bondad de la gente, aunque, y éste sería un matiz, la amistad trasciende clases

sociales, ya no son sólo los pobres inmaculados frente a los voraces burgueses. Las desgracias provienen de los hombres del gobierno pero la solidez de la familia nuclear extendida a la integración del servicio doméstico, permite vencer las adversidades en un edulcorado devenir.

El segundo es el dispositivo fílmico de Roma basado en el uso del paneo, un elemento ya señalado por Alfredo González1 desde un perspectiva semiótica. Cuarón se sirvió del paneo para contar una historia desde un no personaje diegético sino recurriendo más a la mímesis, al arte de representar la realidad. Pretendiendo seguir lo que Cleo pudo haber visto, Cuarón integra una vista de ángel o “cámara ángel”, para retomar el término con que Jaime Rosales explicó su Petra durante la presentación durante el Festival de Cannes 2018: Un movimiento de cámara subjetiva que no pertenece a la visión de ningún personaje del cuadro sino, justamente, a un ángel omnipresente. Por eso planea por los espacios, cruza las habitaciones y está en donde no hay nadie e incluso escucha a través de las paredes.

Roma se perfila a los Oscar favorita en varias categorías. La inclusión de los marginados, racial y económicamente, es un asunto que se apunta como prioritario ante las políticas de extremaderecha. Pero es debatible la manera en que las cámaras ángeles planean por las vidas de estos marginados, muy a pesar de los simpáticos intentos de incluirlos, siguen haciendo de ellos amalgamas de ternuritas.

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