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jueves, 25 abril, 2024
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Diego Rivera (1886-1957) Hablar el lenguaje del pueblo

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 369 / Libros / Op. Cit.

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El de 1955, año discordante en el que el país avanza a la modernidad y Juan Rulfo publica Pedro Páramo, no fue uno de entre los mejores para el gran muralista mexicano Diego Rivera. Uno antes, la pérdida de su pareja, la tan gran pintora como atormentada mujer, Frida Kahlo, lo había colocado en una esquina de tristeza y soledad. Rivera, bien resumido por Christopher Domínguez Michael en el prólogo a Diego Rivera. De viva voz, con el pincel y la pluma, transitaba entre lealtades y superficialidades. Aun cuando las discusiones importantes en materia de arte, al menos los referentes más cercanos a sus maneras de expresión artística, estaban más que vivas luego de la muerte de Stalin (1953) y la denuncia hecha por el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en torno al llamado “culto a la personalidad”. La apuesta de Rivera tendía más hacia las vanguardias y a los hechos concretos, como lo demuestran las ocho conferencias insertas en el título señalado, publicado recientemente por El Colegio Nacional.

Se trata de la transcripción de dichas charlas (a cargo de Rafael Vargas Escalante) registradas en grabaciones hechas durante las intervenciones públicas del propio Rivera en la misma institución, y en el mismo domicilio que hoy la hospeda, el de la calle de Luis González Obregón. El artista compareció (en las diferentes fechas) poco más de 5 horas bajo el título “Los nuevos valores en la plástica. La joven arquitectura y el arte mexicano durante los primeros cincuenta años del siglo XX”, ahora en cintas magnetofónicas resguardadas por la Fonoteca Nacional. Charlas en las que Rivera alude a la experiencia artística e ideológica propia y sobre las más recientes manifestaciones de la arquitectura en México. Específicamente a la obra de arquitectos como Juan O´Gorman y José Luis

Hernández Mendoza, a quienes compara con Gaudí y Frank Lloyd Wright, dixit Xavier Guzmán Urbiola, al frente de la Introducción de la nueva publicación.

“Confrontado con la política mexicana”, como advierte Guzmán Urbiola, Rivera habló claro en El Colegio Nacional, al que perteneció desde su fundación en 1943 y hasta su fallecimiento. Siempre desde una posición multifacética, la de artista y pensador del arte, además de sujeto político e ideológico, “a diferencia de aquéllos que gozaban de las canonjías gubernamentales y quienes decidían en los ámbitos artísticos del país […]. Los diversos medios que utilizaba Diego para manifestar su posición ideológica, su sapiencia y experiencia artística eran insuficientes para ese tiempo, no sólo para denunciar los abusos, corruptelas y componendas de aquéllos que detentaba el poder y fiaban las directrices públicas de la cultura y las artes, sino también para producir un cambio inmediato en los resultados”.

Postura crítica

Inaugurada unos años antes, la Ciudad Universitaria, el gran proyecto de Mario Pani y Carlos Lazo, se vuelve un referente a partir del cual Rivera expondrá en estas charlas su preceptos artístico-ideológicos, y resaltará la magna construcción de O´Gorman y Hernández Mendoza. Oportunidad para subrayar los tonos críticos hacia todo poder ilegítimo y sus detentores.

Expuso Rivera: “No es lo mismo ser contratista que arquitecto. Tampoco es lo mismo ser ingeniero que ser arquitecto. Y resulta que precisamente los más gritadores, los más pedantes, los que tienen más mostrador entre los arquitectos de ese tipo son perfectamente incapaces de desempeñar trabajos de ingeniería. Entonces, si no hay ingeniería, si los edificios se los construye un ingeniero, si la estructura se las calcula un ingeniero, si nada saben del suelo (necesitan consultar a un conocedor de suelos) y, por otra parte, construyen edificios cartulinas en dos dimensiones, entonces, ¿qué queda del arquitecto? Queda un señor que va a tomar el té con las damas de sociedad, que es un buen agente vendedor, un buen oportunista, un buen amigo de políticos, de su tía y de su tío, y que obtiene chamba. Pero eso no es un arquitecto”.

Y más adelante: “El artista que en la poesía, en la arquitectura, en la escultura, en la pintura, consigue hablar el lenguaje del pueblo es inatacable y no se le puede detener. Lo malo es cuando nosotros creemos que hablamos el lenguaje del pueblo y el pueblo no lo entiende. Entonces, claro, se produce una tragedia. Nos enfermamos, nos ponemos de mal humor. Decimos que es necesario elevar el nivel de la masa. Una cantidad de cosas. Pero el hecho es que cuando el artista habla el lenguaje del pueblo nadie lo puede detener. Pueden echarse encima todos los críticos literarios y todos los fracasados contra Pablo Neruda, pero ya no hay remedio. Hubo Walt Whitman en el norte y hay Pablo Neruda en el sur. Y lo mismo con los artistas plásticos”.

Para terminar: “No se trata de diferencias estéticas, se trata de profundas diferencias económicas y, en consecuencia, políticas. Pero no hay que tener miedo. De ninguna manera. Repetimos: a condición de hablar el lenguaje del pueblo, a condición de decirle al pueblo lo que al pueblo le consta, nada habrá que nos detenga, nada habrá que nos derrote. Tendremos la victoria sobre todo. Muchas gracias. [aplauso cerrado]”.

Dos años después, ya casado con Emma Hurtado, y tras un viaje a la Unión Soviética donde fue tratado e intervenido quirúrgicamente, Diego Rivera muere en la Ciudad de México el 24 de noviembre.

***

Diego Rivera. De viva voz, con el pincel y la pluma, El Colegio Nacional, México, 2018, 182 pp.

* @mauflos

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