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martes, 23 abril, 2024
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Cita a ciegas

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Por: HUMBERTO MAYORGA TEYES •

La Gualdra 369 / Río de palabras

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Se sentía satisfecho por la figura desnuda que se deslizaba sobre él. Abrió unas piernas y supo que estaba en el sitio indicado, las caderas iban y venían como una danza de animales en celo, luego todo terminó. Él se levantó de encima y llevó su mano junto al buró. La luz de la luna menguante dejó ver un rostro agradecido, ésta vez no encendió la lámpara después del acto, como le era costumbre. Evitó la mirada, el roce de ese cuerpo que tantas veces lo volvió eterno ahora le era ajeno. Le dio pánico no volverla a ver, quería recordarla así, entera: tormenta en entre las sábanas. Se levantó y salió de la pequeña habitación sin pronunciar ni una palabra. Ella estaba dormida, entregándose al sueño. En descanso, sabía que más tarde continuarían un camino largo.

Él salió a caminar, se puso un impermeable y un gorro que le cubriera de la llovizna. Su caminar era lento, pausado. A veces se detenía a contemplar la sombra de sí mismo en algún charco sobre las calles mal trazadas. Le gustaba ver cómo es que la figura humana se puede distorsionar con apenas unas gotas de agua y el leve soplo del viento. A esa hora no había más que gatos callejeros irrumpiendo el festín de los ratones, de vez en cuando también aparecía la imagen de la chica y el recuerdo de la primera vez en que se conocieron. Era viernes por la tarde. Se encontraba en el club nocturno que solía frecuentar. Ella servía las copas y también atendía uno que otro servicio especial. El sonido de la lluvia se hizo cada vez más fuerte, las imágenes de ese club se hicieron borrosas y con ello la imagen de la mujer se diluyó entre los escombros de una casa derrumbada. Se concentró en cruzar algunas calles y podar dar con el sitio recomendado. Algunos mendigos dormían por los rincones para encontrar cobijo. No podía negar lo sucedido en una semana. La convivencia con esa mujer lo perturbó. Quizá se enamoró de su fingida

sonrisa, tal vez lo conmovieron sus ojos tristes. Con mayor seguridad fue el sexo, la perfección y redondez de sus nalgas lo volvieron loco.

Ya casi todo daba igual, el hombre llegó al lugar indicado después de algunos minutos del hotel donde dejó dormida a la joven. Un tipo lo observaba desde la oscuridad, pertrechado en una vieja puerta de madera carcomida por los daños. Esperó a que llegara. Intercambiaron unas palabras mientras le entregaba un maletín pequeño. Se dieron la mano en señal de cortesía y negocio cerrado. En el hotel, una chica sedada espera sin prisas a sus nuevos mentores.

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