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viernes, 19 abril, 2024
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Otra democracia posible (segunda parte)

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Ahora bien ¿la eficacia no trae consigo legitimidad? Quizá, pero a largo plazo, un período que los tiempos actuales no permiten. Las consecuencias son medidas y calificadas por su inmediatez, el mundo lleva prisa, no hay forma de detenerse para transformarlo: hay que actuar ya. Hoy y no mañana, parece ser la exigencia de una población que ve a la historia como una cuestión de minutos y no de siglos.

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Mas, una transformación que tiene sus bases en conclusiones efectistas, inmediatas y simplistas no es sino una transfiguración fugaz, al cabo de la cual el retorno es incierto y no pocas veces demoledor y aberrante. Un proceso que busca la evolución democrática sin un compromiso serio, programático más allá del efecto y sobre todo, responsable, puede solo provocar la involución, no un remedio, sino un verdadero cáncer; un diagnóstico correcto es insuficiente para convertirse en solución.

Hay que reconocer que las redes sociales han sido un instrumento de doble uso: si bien estamos permanente e inmediatamente comunicados e informados, también estamos frente a una demanda de posturas en torno a múltiples actos, decisiones, noticias, anécdotas y visiones. Es la arena de la elección perpetua, no hay descanso, la campaña es siempre. Los actores políticos luchan en esta arena por atención, persuasión y ovación, el resultado es un hartazgo para, con y de ellos mismos. A cada tuit de una personalidad en la red, suceden reproches, aplausos, sumas, restas y una inimaginable e incontrolable cadena de reacciones. La libertad sin límite, la trascendencia e intrascendencia en minutos. Y sin embargo, no hay enfermedad alguna que no haya sido ya descrita, ni remedio necesario. Hay que desaprender, aprender y volver a desaprender para aprender de nuevo.

Ante tanto escenario de métodos que parecieran ya no ser acordes a nuestra actualidad política, social y global, ¿deberíamos considerar re-fundar algunas de nuestras más fijas ideas respecto a la democracia? Por ejemplo ¿deberíamos experimentar con el método ateniense del sorteo, para ciertas funciones de Estado o cuando menos para tener un cuerpo social que coadyuve con el político a la toma de decisiones trascendentes? En La democracia y sus críticos, Robert Dahl aproxima una interesante propuesta: Una muestra de “alrededor de mil ciudadanos escogidos al azar en el demos total, cuya tarea consistiría en deliberar, tal vez durante un año, sobre una cuestión en particular y luego dar a conocer su veredicto. Los integrantes de este minipopulus se “reunirían” gracias a las telecomunicaciones. (…) Esta institución del minipopulus sería, según yo la concibo, no un sustituto sino un complemento de los organismos legislativos ¿Qué peso tendrían sus opiniones, podría preguntarse? Los juicios del minipopulus “representarían” los del demos; su veredicto sería el veredicto del propio demos, si ése estuviese en condiciones de aprovechar los mejores conocimientos disponibles para resolver qué políticas pueden con más probabilidad llevarlo hacia los fines que persigue. Por lo tanto, los juicios del minipopulus derivarían su autoridad de la legitimidad misma de la democracia. De esta manera —y los ciudadanos de una sociedad democrática avanzada podrían encontrar otras— sería factible adaptar una y otra vez el proceso democrático a un mundo que se parece muy poco a aquel en el cual nacieron las ideas y prácticas democráticas.”
Anotemos que el mecanismo ateniense funcionaba en pequeñas ciudades ¿son los Ayuntamientos, es decir, el ámbito de gobierno más cercano al ciudadano el elemento fundamental para un fórmula de recuperación democrática inmediato? Es posible que así sea. Un ejemplo que podría ser funcional, son los organismos operadores de los sistemas de agua potable y alcantarillado, en cuyo consejo podría instaurarse la idea de Dahl, a través del sorteo de una muestra representativa de ciudadanos que tomen las decisiones sobre la administración del vital líquido, e implementadas por un cuerpo técnico, ajeno a este método de selección.

En conclusión: la democracia liberal, surgida de las experiencias de la primera mitad del siglo XX, debe permanecer con nuevos procesos, mecanismos de inclusión, horizontalidad y deliberación popular, sin dejar de lado sus grandes conquistas: el equilibrio entre poderes que eviten a las mayorías aplastar a las minorías, las garantías políticas y constitucionales de respeto a los derechos humanos y todas las libertades que éstos presuponen, dando cabida a la innovación de vías para la comunicación Estado-ciudadanos, más allá de la vía electoral y, finalmente: adecuarse a un siglo que ya no es el XX pero que trae, en un retorno preocupante, expresiones con nuevas dinámicas, sin que los peligros hayan cambiado. La democracia debe entonces, evolucionar a la par de las amenazas de siempre.

@CarlosETorres_

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