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martes, 19 marzo, 2024
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La sabiduría del EZLN

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Por: JAVIER SICILIA •

La sabiduría del EZLN no sólo radica en su indiscutible fuerza moral –no existe movimiento ni fuerza política en el país que la encarne de manera tan clara y tan contundente en su unidad. Radica, por lo mismo, en que por vez primera un movimiento, nacido de la izquierda y de las luchas indígenas, hizo lo que ni Marx ni la mayoría de las izquierdas que surgieron de él han hecho: la crítica a la base del capitalismo: la industrialización y el desarrollo. De allí su duro juicio, lanzado durante su 25 aniversario, al Tren Maya y sus engendros: el arrasamiento de la tierra y la destrucción de culturas autóctonas para beneficio, en nombre del progreso y el desarrollo, de los grandes capitales y sus inversiones.

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Si algo entendió el EZLN es que lo que Marx analizó espléndidamente en su primer capítulo de El Capital: la transformación del valor de uso (en este caso la tierra y sus relaciones con las culturas humanas) en mercancía, es inherente al industrialismo, que Marx, preocupado por explicar la plusvalía y no el daño que eso hace a la cultura y al medio ambiente, nunca vio.

El EZLN ha comprendido que, pasados ciertos umbrales, los fines utilitarios del industrialismo se vuelven contraproductivos, es decir, producen cada vez más lo contrario de lo que prometían y por lo mismo excluyen y dañan. En este sentido, el Tren Maya –emblema del neoliberalismo dentro de la izquierda– en nombre de la interconexión y el desarrollo destruirá poco a poco las vidas autónomas de los pueblos, que los zapatistas han defendido contra viento y marea; arrasará el medio ambiente del que viven los habitantes de esos lugares, abrirá el camino a las inversiones que prometen grandes beneficios económicos, pervertirá, como lo ha hecho a lo largo del tiempo en otros sitios, el valor de uso de la tierra –su valor sagrado– transformándolo en uso mercantil para beneficio de las mineras, los consorcios hoteleros, las megatiendas; destruirá las vidas comunitarias de los pueblos –basadas en sus vínculos culturales con la tierra y los bienes que ella le proporciona– y engendrará excluidos y pobres modernizados como los que día con día pueblan los cinturones de miseria de las grandes ciudades; en síntesis, destruirá, al igual que el medio ambiente, lo que la sociología llama tejido social.

Contra el amor y la justicia que Andrés Manuel López Obrador dice defender, lo que su lógica industrial y su sed desarrollista está haciendo es contribuir a lo que el industrialismo no ha dejado de hacer y que Iván Illich mostró a lo largo de toda su crítica a Occidente: cegar, paralizar y ensordecer el sentido del amor gratuito –expresado hoy en México en la organización de los Caracoles zapatistas–, confundir el amor con el servicio utilitario de las industrias y hacer inaudible la verdadera Buena Nueva.

Con ello hará que la búsqueda de la vida buena, basada en una relación limitada y proporcional con la tierra y el prójimo, se degrade aún más en la producción útil de servicios industriales en donde –como ya lo demostró con sus despidos de trabajadores y su desprecio a las víctimas– los seres humanos, degradados –al igual que el suelo y la tierra– a mercancías, es decir, a valores puramente instrumentales, son prescindibles.

Andrés Manuel podrá fingir que pide permiso a la Pachamama para montar sobre ella el Tren Maya –lo que arrancó palabras duras y llenas de rabia al Subcomandante Moisés: Si la madre tierra pudiera hablar le diría “chinga tu madre, vete a la chingada” –, podrá fingir que ama –en realidad ama la abstracción del pueblo que traiciona, lo sabemos las víctimas de la violencia y el despido arbitrario al prójimo–; podrá dar, como un sacerdote en el púlpito, conmovedores sermones sobre moral en su omnipresente conferencia de las mañanas, pero lo que en realidad está haciendo es continuar la dura y devastadora tarea de la lógica capitalista que tanto criticó en sus antecesores, una lógica que, al utilizar la palabra amor para definir sus acciones, pone en evidencia el sitio de donde el industrialismo emanó y que Illich resumió con la admirable frase de San Jerónimo: “La corrupción de lo mejor es lo peor”.

La corrupción del amor traído por Cristo al mundo es el rostro de las sociedades de servicio industrializado desarrolladas por el capitalismo que ahora Andrés Manuel quiere imponer, cueste lo que cueste y como lo intentaron hacer sus antecesores con el aeropuerto en Texcoco, en el sur del país.

Eso, me parece, es lo que los zapatistas y los pueblos indios nos dijeron en sus pronunciamientos de su 25 aniversario y lo que –también nos dijeron– no están dispuestos a aceptar. Con ello afirman lo que Illich dijo al final de su vida de cara al desastre que las sociedades industriales anunciaban y que hoy vivimos trágicamente: sólo en la amistad, es decir, en las relaciones mutuas entre un tú, un yo, un nosotros y en el respeto a los valores de uso, que son sagrados, puede florecer la vida política.

Más allá de ellos está la desproporción, el gigantismo, la mercantilización y la instrumentalización que generan, en la competencia por la producción desmesurada y el consumo, la violencia, la exclusión y la muerte en que día con día nos hundimos bajo la corrupción del amor que se nos vende y se nos impone como panacea a los males que ella misma produce.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a las autodefensas de Mireles y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales y refundar el INE. ■

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