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jueves, 28 marzo, 2024
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El montaje Cassez, una lección

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Por: VEREMUNDO CARRILLO-REVELES* •

Los ojos azules, que se elevan sobre unas mejillas de pecas rojizas, miran aterrorizados hacia las cámaras. Es un viernes a primera hora de 2005 y los noticiarios anuncian un festín mediático: el arresto en vivo de dos secuestradores y la liberación de tres víctimas. Los reporteros de Televisa y Tv Azteca se pasean a sus anchas en la supuesta casa de seguridad, guiados por elementos de la Agencia Federal de Investigación (AFI); entrevistan a los secuestrados, con tono inquisitorial atosigan a los detenidos y “palomean” la “buena actuación” de las autoridades.

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En un país en el que nos hemos acostumbrado a que la realidad supere a la ficción, son muchas las ocasiones, también, en las que una mentira se busca incrustar como verdad histórica. Afortunadamente los impostores fallan. Arrastrando las erres, pero sin titubear, la mujer de ojos azules devela en siete palabras que algo no cuadra: “a mí me agarraron en la calle”. Esa frase de Florence Cassez y los golpes en vivo al otro detenido, Israel Vallarta, fueron la semilla para un racimo de investigaciones periodísticas que exhibieron que la detención fue un burdo montaje, que las “pruebas” sobre la existencia de una poderosa banda de secuestradores -los Zodiaco- eran frágiles como el papel de china, y que la tortura fue el método de investigación “científica” de la policía.

El caso Cassez tomó relevancia no por su excepcionalidad, sino por su terrible cotidianidad: la constatación de que las cárceles están repletas de “presuntos culpables”. En Una novela Criminal, que le valió el Premio Alfaguara 2018, Jorge Volpi explora, a consciencia, todos los recovecos de un caso que sigue dividiendo a la opinión pública. Se trata del trabajo más completo sobre el tema: no escatima en fuentes ni en recursos. Su lectura es indispensable por la vigencia del caso –Vallarta sigue preso sin recibir sentencia-, y por las enseñanzas que brinda en un momento como el actual, en el que experimentamos una transición política de gran calado.

Hay una lección a destacar: la dificultad crónica de contar con cuerpos policiacos confiables, profesionales y leales al Estado mexicano. En 2001, menos de un año después de asumir la presidencia y a unos meses de la primera fuga de el “Chapo” Guzmán, Vicente Fox anunció la creación de la AFI. Para encabezarla nombró a Genaro García Luna, quien participó en la fundación de la Policía Federal Preventiva (PFP) en el último año del sexenio de Zedillo, resultado de la fusión de las policías Federal de Caminos, de Migración y Fiscal, así como de la incorporación de varios miles de militares.

Ambas corporaciones, PFP y AFI, fueron promovidas como instituciones de vanguardia. Con su instauración, se dijo, quedarían atrás los tiempos de entes como la Policía Judicial Federal, tristemente célebre por “arrancar” confesiones con choques eléctricos y “tehuacanazos”. Las promesas de renovación, sin embargo, fueron falsas. García Luna, ascendido por Calderón a Secretario de Seguridad Pública en 2006, defendió en todo momento el desempeño de sus policías en el caso Cassez y la culpabilidad de los involucrados.

La existencia de los Zodiaco se convirtió en una obsesión del sexenio, pese a las evidencias del montaje y de la tortura. Eran tiempos de “guerra” contra el crimen y en una guerra, parecían justificar, todo vale para obtener una victoria. El mismo argumento que siguen defendiendo a raja tabla personajes como la “señora Wallace”. Lo cierto es que, pese a la mano dura, no hubo laureles: en el gobierno de Calderón los secuestros aumentaron 200% cifra que siguió creciendo en el mandato de Peña Nieto.

La enseñanza del caso Cassez-Vallarta es que no podemos aspirar a una policía confiable, sino le exigimos que se conduzca de manera ejemplar. El montaje de esa mañana de 2005 fue el síntoma de una podredumbre que los mexicanos tardamos en detectar, pese a su hedor. Hoy sabemos por las confesiones del Rey Zambada que el inquisidor de los Cassez-Vallarta supuestamente recibió sobornos millonarios del narcotráfico. No basta con concentrar fuerzas bajo un solo mando ni con prometer profesionalización; la lealtad al Estado mexicano tiene un punto de partida: el respeto irrestricto a los derechos los seres humanos. Si eso no se cumple, el fracaso será otra vez mayúsculo.

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