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viernes, 29 marzo, 2024
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■ Historia y Poder Calles sordas, inocentes, rencorosas…

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Por: MIGUEL ÁNGEL AGUILAR •

Me tocó que el poeta José de Jesús Sampedro fuese mi maestro por espacio de 2 años en el taller literario y donde el aprendizaje fue enorme en todas direcciones, culminando la experiencia cuando la UAZ y DOS FILOS me editó EL HIJO DESOBEDIENTE en 1984 y es por ello que quisiera, para que vean el lazo tan fuerte entre Zacatecas y mi estima, lo que corrobora el alma: he aquí el prólogo de Sampedro de mis poemas:

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”Viene el hijo desobediente por las calles solas, como debe venir el Hijo desobediente. Los amigos están de más. Sobran, aburren, impacientan. Las mujeres están en el Olvido merecido: las infieles y las bellas, las feas y las fieles, las bellas que son feas bellas. Calles sordas, inocentes, rencorosas. Llenas de poemas, botellas de ron, basura transparente. Y una media luna encima, contenta y ebria. El nuevo hijo desobediente: ya no el viejo poeta maldito.

Miguel Ángel Aguilar es el que viene solo. Viene de su caos.

Poemas de una amplitud sin ningún tipo de sonrojo. Faltaba más. Poemas de larga duración y largos destellos de cólera y ternura, poemas de lo solidario y lo auténtico, de lo inmutable interminablemente mutable. Textualidad sin ecos, sin rupturas programadas, sin enigmas siderales. Irónico, como el desenfado.

Viene de su caos. ¿pero de dónde diablos viene el caos? De la desesperanza sin pose mesiánica ni heráldica ni consagratoria. Del desencanto de vivir sin vivir plenamente el accidente que se llama vida. Nombre de la ambigüedad. Todo está contra el hijo desobediente: el demonio de lo mismo, la dama asesina de la cosificación reglamentarial, el enviado del dios Monárquico, el ciego Capricornio-nuestro espectro favorito-, el malo. Todas las calles de la ciudad acosan al Hijo Desobediente: la oscuridad que es aliada del amor negativo, el aire infinitamente inarmónico y envejecido, el tedio y su túnica de Emperador Romano.

Pero el Hijo Desobediente escribe poemas felices y perversos.

Esos poemas son también su caos. Durables e indurables alucines y batallas sin tregua. Nostalgia, rabia, depresión, carcajadas magníficas, arrojo. Y abandono, siempre el abandono. Hay que abandonar, incesantemente. El abandono nos hace mejores porque nos hace sufrir la dignidad y no la petrificación mortal que se queda. Abandonemos lo que amamos, abandonemos lo que nos amó. Cenizas del traje de bufón. Busquemos, en cambio: todas las calles vuelven a la ciudad sin calles.

Todo poema escrito es un poema que nos deja: no estará más en nosotros, ya nunca seremos como fuimos, el poema pertenece a los otros que están fuera y dentro, dispersos, perdidos, complementarios. Tampoco estará el Yo que lo escribió, ya es otro. Tiempo fugaz, metafÍsica de lo doloroso. De lo irrecuperable.

La Auténtica metafísica: la que se sufre. Los ríos metafísicos –dijo Cortazar- nos asaltan: nos hunden en su mortífera y dulce atracción. En su fascinación.

Los ríos metafísicos son el amor, el sueño, la imaginación. Y la libertad –nada de parlamento burgués, por supuesto-. Los aliados del Hijo Desobediente. Vulgo: Miguel Ángel Aguilar. Pero aliados injustamente no aceptados aún del todo. Vistos a distancia estratégica. Tal vez no razonada. Porque no son tampoco rechazados. Media tinta, diplomacia anacrónica, árbitro en problemas.

Pero viene el Hijo Desobediente. Puede oírse ya lo que habla: ciframientos llanos, proverbios sin regodeo moral, broncas inusitadas, apuestas triples, ternura y desesperación, borrachera feliz y admitida como terapia torturante. Puede usted oírlo: escándalo de gatos, perros callejeros sin rumbo callejero, apariciones sorpresivas e infantiles. O sea: el Mundo de la Maravilla.

Calles desiertas, amistosas, recurrentes: es la vida que retorna y nos encuentra como somos: fragilidad, relativismo, pasión, amor, duda. Y poemas en una densidad poética imprevisible, fulgurante. Entonces las calles son oscuras, se iluminan; viene el Esplendor, lo mágico: la vida que se inventa y se consume, la digna. La humana.

Todo, no obstante, nos acosa. El acoso persistente. El que no se cansa nunca de ejercer su acoso: la vida triste por mecanizada- Y limitante.

Pero el Hijo Desobediente escribe poemas. Y se salva. Y nos salva” ν

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