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jueves, 28 marzo, 2024
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Cuando la imaginación se humedece con el deseo [sobre Jugaré contigo, de Maritza M. Buendía]

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Por: FRANCISCO JAVIER GONZÁLEZ QUIÑONES •

La Gualdra 361 / Literatura / Libros

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El hombre observa una réplica de la mariposa de la muñeca,

a mayor escala, en la entrepierna de la mujer

Maritza M. Buendía, en Jugaré contigo.

Cada pequeño acto individual es una semilla que germina en el momento y el lugar apropiados o, por ventura, en el terreno propicio y el instante oportuno. ¿De qué están compuestos nuestros instantes? De sabores, olores, emociones, sonidos, alegrías, desdichas y, sobre todo, del tiempo que como una fragua va moldeando lo que tarde o temprano seremos como personas. Somos lo que fuimos y seremos lo que vamos siendo. La vida es un lienzo de eventos que se van tejiendo para formar bocetos memorables que evocan la nostalgia del terruño, el asombro de las primeras veces, la camaradería de la amistad, los felices años escolares, el primer beso, el agradable confort del hogar y la compañía de la abuela. También, la vida, es la dolorosa ausencia de los seres queridos y la curiosidad que alienta al atrevimiento para descubrir misterios y abrir puertas prohibidas. Puertas que resguardan libros mágicos y secretos familiares, incluso, recetas milagrosas para sanar el cuerpo y aliviar el espíritu.

Abrir esas puertas es sólo un atrevimiento, asumir las consecuencias de ese atrevimiento es un compromiso vital que Susana, la protagonista de la novela Jugaré contigo, asume con convicción y complacencia, más allá de toda sumisión, conformismo o sacrificio. Dueña de los mágicos secretos familiares, Susana se transfigura en una Afrodita que con su prodigiosa saliva humedece los sentidos para incitar la imaginación y el deseo. La saliva, la humedad y las palabras de Susana dan placer, reconfortan y alivian. Ella, a su vez, saborea las evocaciones del terruño. El oasis de la vida al cual se regresa siempre, tarde o temprano.

Lejos de la familia y de las emociones, los aromas y sabores del terruño. Evocando los regaños y consejos de la Abu, las sensuales cabalgatas, las hermosas flores, las aromáticas hierbas y los jugosos frutos de la comarca de la Casa Grande, Susana, en simbiosis con sus muñecas, recrea singulares escenarios para jugar al amor. Es la gozosa puesta en escena de una experiencia que, liberada de inhibiciones y de dogmatismos religiosos, desborda sus fantasías sexuales y las de sus feligreses. Susana es una amorosa sacerdotisa que cumple su misión redentora de aliviar la tristeza y de apaciguar la ira. Es una santa que en lúdica comunión con sus devotos libera el instinto primigenio para sentir, en un instante orgásmico, la plenitud de la vida.

Como todo en la vida, los juegos tienen ciclos y una vez concluidos hay que girar la ruleta del destino y continuar el peregrinaje de la existencia. La ruleta señala a la Casa Grande. Evocar las exquisiteces culinarias del hogar amortigua las fatigas del largo viaje de regreso. Pero en el retorno la cruda realidad es quien recibe a Susana. Los chiles rellenos se esfuman ante la desolación que reina en la Casa Grande. De los membrillos, los duraznos y las granadas sólo quedan el recuerdo. Los ladridos del fiel Balín se han apagado, ni siquiera el ronroneo de Pilarico se escucha. La Casa Grande se desvanece. Es tiempo de transfigurar el dolor con el bálsamo de nuevos sueños, de ahogar El Libro de las muñecas muertas y de humedecer la imaginación en la esperanza para recibir a Severino.

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