Cuando era obispo de Zacatecas el potosino Carlos Cabrero, en el hangar del aeropuerto internacional de la Ciudad de México, al topármelo y a pregunta expresa, me dijo: “Zacatecas está llena de fosas comunes”. Era octubre de 2011. Ese día partía por segunda ocasión junto a mi hijo al sur del continente y me fui cabizbajo, con una profunda depresión y coraje.
Y acotó: “de los 2002 sacerdotes a mi cargo, todos han sido amenazados, intentos de secuestro o chantaje o vil robo, imagínese lo que no le sucederá a la población”.
Hoy este estado es motivo de la estadística criminal, aparte de tener el horroroso quinto lugar nacional en secuestros. No es cuestión de alarmismo, la crisis profunda de inseguridad es real día a día y queda reforzar, cuando menos, el libre entendimiento y la información.
Son las cifras del horror que enseñorean a este querido estado en el drama nacional, donde circula la depresión, la injusticia, la desesperación y el coraje.
Quien olvida la historia, está obligado a repetir una y otra vez los errores y los vacíos.
Cuando la intervención francesa en marzo de 1864 en la ciudad capital zacatecana, los paredones salpicados de sangre dejaban testimonios de cientos de fusilamientos y de llanto por todos lados, la indignación nacional se alebrestó en la puja por la resistencia efectiva y la restauración del orden civil. Algo similar debería de ocurrir, es decir, el empoderamiento eficaz y la autodefensa constitucional al lado del nuevo gobierno morenista que dentro de unos días arribará al ámbito nacional. ■
