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viernes, 29 marzo, 2024
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‘ Del Holocausto y más… ‘  Una culebra se desliza en las tinieblas [Segunda parte y final]

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 360 / Libros / Op. Cit.

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Uno creía “saberlo todo” acerca del “vertiginoso salvajismo con el que los nazis se encarnizaron en su afán por liquidar judíos”, escribió hace una década el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Lo hacía en oportunidad de la aparición de Las benévolas, la espléndida novela del norteamericano Jonathan Littell, merecedora de los premios Goncourt y de la Academia Francesa. Una novela que cuenta las fascinaciones insanas surgidas de uno y más de los altos dirigentes del ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Pero no, “todavía fue peor”, acota Vargas Llosa, “los crímenes, la inhumanidad de los verdugos alcanzaron cimas más altas de monstruosidad de lo que creíamos. Son páginas que quitan el habla”.

Ha pasado una década de la publicación de esta novela y, ¿cuántas más se habrán publicado sobre el suceso histórico? Difícil contabilidad. Lo cierto es que ya circulan en librerías dos muy buenas novedades, La desaparición del Josef Mengele (Olivier Guez) y El orden del día (Éric Vuillard), temas de la anterior y presente entregas de Op. Cit. en La Gualdra. Sin olvidar las recién llegadas, El vagón de los huérfanos (Pam Jenoff) y La catadora (Rosella Postorino). Constatación de que la funesta historia da para mucho, siempre desde el ejercicio de la buena literatura y la mejor memoria.

Sobre El orden del día, novela que “desvela los mercadeos y vulgares intereses comunes, falsedades y posverdades, que hicieron posible el ascenso del nazismo y su dominio en Europa hasta la Segunda Guerra Mundial, con las consecuencias de todos conocidas”, la siguiente lectura.

 

Las bambalinas del ascenso de Hitler

Lo primero sería reconocer a su jurado. Muy buenas novelas nos han dejado, especialmente estos últimos años, el premio de literatura francés Goncourt, que sumadas a su listado histórico, donde destacan los nombres de Malraux, Tournier, Beauvoir, Duras, Maalouf, Modiano o Quignard, señalan los rumbos por donde la narrativa de aquella región, sin duda influyente en otras latitudes, se desenvuelve actualmente.

Novelas de historias inmediatas, o recuperadas de la Historia con mayúscula, sostenidas en estructuras originales y correspondientes a lo que cuentan y los personajes que en ellas se contienen. Tal es el caso de El orden del día, de Vuillard (Lyon, 1968), reconocido el año pasado, aunque podrían citarse también Canción dulce, de Leila Slimani, El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq, Las benévolas, de Littell; o las finalistas Esperando a Mister Bojangles, de Olivier Bourdeaut, y HHhH, de Laurent Binet.

En El orden del día (traducción de Javier Aliñana), una veintena de pequeños capítulos que en total no rebasan las ciento cincuenta páginas —lo que nos recuerda que el buen armado de una novela no está garantizado por la extensión— su autor nos traslada de inmediato a los escenarios mismos de la historia.

A un periodo de ésta, que madurado en el tiempo nos permite identificar pasajes fundamentales, con actores de carne y hueso, de ganadores y perdedores, que en apariencia podrían no significar más. Pero sucede que hace aparición la literatura, ésa que “según dicen, lo permite todo”, lográndose un relato que “hechiza y aturde”. ¿Lo contado?, una reunión entre los propietarios de las grandes industrias alemanas de la anteguerra, “el nirvana de la industria y las finanzas” y el Führer, donde se decidirá la financiación de sus demencias. Algo más, los tejemanejes diplomáticos, “una de las escenas más fantásticas y grotescas de los tiempos”, que el mismo Hitler desplegó para lograr la anexión de Austria.

Cara y revés de los prolegómenos de la tragedia, y que desde lo literario licencia al autor para recordar los dibujos de Louis Soutter, “pobre Soutter”, quien en su asilo de Ballaigues plasma en un mantel oscuras danzas. “Llevaba ya más de quince años en un asilo de ancianos, quince años dibujando sus angustias en míseros trozos de papel, sobres usados, extraídos de la papelera. Y en aquel instante en que en el Berghof se dirime el destino de Europa, sus pequeños personajes oscuros, retorciéndose como alambres, me parecen un presagio”.

Realizados los bombardeos de prueba (Guernica) y hecha trizas toda la política diplomática, el Führer se dispuso a entrar a Viena, “una culebra se desliza en las tinieblas”, no sin antes haber sido víctima de una más de sus tragicomedias. Pues resulta que los tanques y autos de guerra se averían, “máquinas imperfectas”, y cientos de ellos quedan atascados en la carretera. “Aquel 12 de marzo de 1938, pese al sol resplandeciente, el frío arreciaba. No hacía maldita la gracia sacar la caja de herramientas a un lado de la carretera. A Hitler se lo llevaban los demonios; lo que tenía que ser un día de gloria, un paseo intenso e hipnótico, se convierte en un engorro”.

La primavera del 36, nos recuerda Vuillard desde la libertad que otorga de literatura para trasladarnos a cualquier escenario, estaba ya pervertida.

 

***

Éric Vuillard, El orden del día, Tusquets, Barcelona, 2018, 144 pp.

* @mauflos

 

 

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