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jueves, 28 marzo, 2024
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Por: Humberto Mayorga •

La Gualdra 360 /  Río de palabras

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Son las tres. Ya es mañana. Apenas si puedo bostezar debido al cansancio. Tres, tres, tres. Le confirmo al viento. Tal vez sea el número de mi suerte por varias razones. Es de madrugada, se oyen ladrar los perros. Me recuerdan a Juan Rulfo. No debo dormir hasta conseguir un buen final a esta historia. Bostezo otra vez, salgo a la terraza, no sé para qué. El cielo está cubierto de negro, no se ven luciérnagas, las estrellas tampoco. Ya les había contado que soy un fanático de la luna. Me tiro boca arriba y contemplo lo oscuro.

Me entra el sueño, regreso a la habitación, me recuesto y vuelve la imagen. Los perros siguen ladrando. Me inquieto, bajo hasta el pequeño jardín que conduce a la calle, se divisan muchas veladoras encendidas y el reflejo de algunas flores. Bien clarito alcanzo a ver tu silueta. A lo lejos escucho el tren; siempre quise viajar en tren. Me quedo inmóvil no sé cuánto tiempo, inmóvil con los ojos bien abiertos para no perder detalle. Sigue tu silueta. Qué extraño, se dejan de escuchar los ruidos: ni los perros, ni el tren, ni tu voz. Hace frío. Ya no quiero pensar. Uno deja de vivir por pensar tanto, de todo, de nada. De pronto en mi oído. Es un chillido que aturde, pareciera que viene del cerro. El sonido se queda en mi oreja. Es cierto, viene del cerro, de allá donde está la ventana al cielo ¿alguien sabrá dónde está la puerta? Me siento sin fuerza, mareado. Esperen… alguien llama.

Será tal vez tu fantasma. Recorro la escalera de la casa, salgo por la ventana, regreso a la habitación. Hace frío, ya les había dicho que hace mucho frío. La voz me llega apenitas como un quejido, se aleja y regresa. Te sigo. Ya no quiero pensar. No vivo. La cama está helada, mi cuerpo no alcanza el suspiro. De pronto apareces en el nido. Abrazas la almohada, luego, cae el silencio, y comienzan los aullidos.

Salgo de la jaula, llego al sótano. No. Imposible encontrar alguna señal, ni perfume, ni objeto que me lleve de aquí. No escucho tu voz, regreso al nido. Ahí estás, me invitas a dormir, muero de ti, muero contigo. Nos enmudece la muerte chiquita, luego, me diluyo entre niebla, polvo y arena. Después de esta muerte, una nueva vida me espera.

 

 

 

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