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martes, 23 abril, 2024
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Rafael Pérez Gay. La oscuridad iluminada

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 357 / Libros / Op. Cit.

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Durante la escritura de Perseguir la noche, la novela con la que Rafael Pérez Gay (Ciudad de México, 1957) completa su “tríptico familiar”, la presencia de la enfermedad, el dolor y el miedo fue inevitable. Se trata de una narración que ronda en torno a esas perturbadoras experiencias, pero también en los pasados personal y colectivo, siempre en búsqueda de “la sombra que pudimos ser, el fantasma de nosotros mismos”. Una novela atiborrada de melancolía.

Sucedió que al arribo de los cincuenta, a Pérez Gay se le detecta un cáncer de vejiga. Enfermedad, “emperador de todos los males”, a la que se acompañará hasta su capitulación, periodo durante el cual el narrador habrá de asumir su manera de “habitarla”. Espacio a un tiempo para viajar a los primeros años del siglo XX de la Ciudad de México.

“Una calle puede encerrar los secretos de una época”, escribe el novelista, y ya nos traslada así al mundillo de los modernistas mexicanos: Bernardo Couto, José Juan Tablada, Alberto Leduc, Ciro Ceballos y Julio Ruelas, quienes mucho habrán de decirle a Pérez Gay. “Rebeldes de las sombras, maestros del arrebato, hombres en desacuerdo con el gobierno de Porfirio Díaz, decadentes, bohemios, flores nocturnas en el alba del nuevo siglo”.

¿Novela de los modernistas?, preguntaremos. Sí. Por qué no. Aunque también del entendimiento de enfermedades y tratamientos; dolores agudos y crónicos, y de los testimonios sinceros del autor ante la experiencia. “Nada más inútil para un enfermo que las palabras. Les digo: no sirven de nada, los diagnósticos, los discursos: un cesto de basura”.

¿Informe sobre el dolor? Sí. Donde la cuidada prosa del Premio Mazatlán de Literatura 2014 lo revela como “la oscuridad que un día se ilumina y nos transforma”.

Escribe el autor:

“Durante la segunda noche en el hospital, en la oscuridad, me rebelé contra mi vida. En algún momento, llevado por una mano invisible, me encerré en una oficina a perder el tiempo con todo aquello que no me apasionaba: presupuestos, números, sumas y restas, ventas, labores directivas, proyectos. Tiré a la basura años de mi existencia, me decía apesadumbrado. No quise alargar el brazo y tomas a manos llenas lo que ofrece la vida, no quise disfrutar sin reparos de todas las cosas que deseaba. Hasta ese día me había negado la libertad y había hecho el presupuesto de un prisionero. Me odié, y aunque me da pena decirlo, consideré merecido el castigo”.

 

Cercanía de la muerte

Luego de relatarnos los detalles del tratamiento al que tuvo que “someterse”, así se dice en la jerga médica, Pérez Gay revela el sentimiento que se genera con la cercanía de la muerte. “Con los días, el miedo desaparece, el sedimento es el dolor. Siempre es más fácil enfrentar el dolor que el miedo. El miedo taladra la voluntad con más insistencia que el dolor. He pasado treinta veces por el quirófano. La pérdida de la conciencia es una aventura extraña y, no me lo van a creer, un tanto placentera”.

De regreso del cáncer, “las enfermedades serias que te perdonan la vida, o la muerte, te liberan”, el novelista volverá a aquéllos, sus queridos modernistas quienes “le salvaron la vida” y, por supuesto, a sus espacios de convivencia:

“Quien siga las huellas del mapa del Centro de la Ciudad de México se encontrará, tarde o temprano, con fantasmas. Lo inquietante, les decía, será que esos fantasmas se preguntarán quiénes somos, de qué mundo extraño venimos, por qué vagamos en su ciudad sin rumbo fijo. Tengo más calles y espectros, los pondré aquí de vez en cuando, como corresponde a un coleccionista de sombras”.

No sé si Pérez Gay o sus editores se habrán planteado ya la posibilidad de editar en un solo tomo la trilogía familiar conformada por Perseguir la noche y Nos acompañan los muertos (2009) y El cerebro de mi hermano (2013). Sería un gran obsequio para el lector y el reconocimiento de un apartado fundamental en la narrativa del autor.

 

 

Los “otros” personajes

Julio Ruelas (1870-1907). “…satánico, como Baudelaire, y es, como él aunque de menor intensidad, cristiano negativo. Es lascivo, porque la lascivia es pecado, que si no sería un amante”, lo retrató así don Alfonso Reyes.

 

Amado Nervo (1870-1919). Ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay en 1918, “una cauda de homenajes lo persigue mientras una grave nefritis mengua la felicidad de su éxito. La vida da y quita al mismo tiempo. Murió en Montevideo. El regreso de su ataúd a México fue una apoteosis. Había muerto el mayor poeta de América”.

 

José Juan Tablada (1871-1945). “Tablada abandonó el camino que le había trazado su amigo Ruelas, optó por la extraña luz del deporte y se convirtió en importador de vinos […]. Sus memorias reunidas en dos tomos, La feria de la vida y Las sombras largas, restauran la vida de su tiempo”.

 

Bernardo Couto (1880-1901). “El producto más acabado de la mitología maldita […] Pagó con su vida el mito del artista adolescente devorado por la pasión literaria. Bien visto, Couto fue víctima de sus cualidades: la agresividad y el exceso de la prosa. La misma leyenda lo retrata perdido en burdeles y cantinas, consumido por la droga y el alcohol, concibiendo en el delirio una obra lo suficientemente terrible como para romper la pared entre la vida y el arte. Murió a los veinte años y dejó un libro de doce cuentos: Asfódelos”.

 

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Rafael Pérez Gay, Perseguir la noche, Seix Barral, México, 2018, 196 pp.

* @mauflos

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_issuu-357

 

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