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miércoles, 24 abril, 2024
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Cuando los símbolos se volvieron transparentes

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 355 / Op. Cit.  / A 50 Años del 2 de Octubre del 68

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Aquella tarde, aquella historia…

“La situación era desordenada e incierta, probablemente otros disparos derribaron ese cuerpo que iba delante de ti. ¿Una mujer? ¿Un hombre? Tú los veías doblarse como abatidos por una gigantesca segadora mecánica. Era la hora del caos y del pánico: cuando los estampidos ensordecen y los proyectiles silban al chocar en el suelo, junto a los pies. Cuando se presiona, cuando empujas una muralla de espaldas móviles, dislocadas, avanzando con lentitud desesperante. Muralla rígida y dura a pesar de ser de piel y músculos, sangre y hueso. Entonces, todas las espaldas son iguales, del mismo ancho y largo, los colores desaparecen, sólo queda el negro color del terror, el manto oscuro de la angustia, de la impotencia física […]”.

            El anterior es un pasaje de la novela Los símbolos transparentes, de Gonzalo Martré (Hidalgo, 1928), una de las primeras ficciones aparecidas en nuestro país “a partir y desde” la experiencia del movimiento estudiantil de 1968. Novela que publicada en 1979, cumple ahora cuarenta, en tanto que la experiencia social de entonces media centuria y su autor noventa. Motivos, todos, para conmemorar, y una manera de hacerlo es mediante la reedición de la obra, a cargo ahora de Librerías Tauro.

            Considerada como “la mejor novela” que recreaba aquellos hechos y ambientes, dixit Gustavo Sainz, Los símbolos… es una narrativa que avanza en diferentes planos, siendo el pasaje de la tarde del 2 de octubre uno de los más destacados. No resulta extraño que su autor haya decidido titular así esta obra, que incluye epígrafe del Nobel mexicano de Literatura Octavio Paz, donde se habla de “aquella tarde, aquella historia”, cuando “la visión fue sobrecogedora porque los símbolos se volvieron transparentes”.

Los símbolos… (que tras su lanzamiento ha tenido una docena de ediciones en Claves Latinoamericanas, Lecturas Mexicanas y Alfaguara) recrea además los días más significantes del movimiento e incorpora personajes de entonces (la juventud, los estudiantes), alternándolos con los de la élite política y de los medios de comunicación, plenamente identificables entonces y ahora.

Aunque no se detiene ahí, puesto que se prolonga a las secuelas de la rebelión libertaria: la opción de la lucha armada y las réplicas de la represión, específicamente la respuesta gubernamental a la manifestación, también estudiantil, del 10 de junio de 1971.

La novela, primera que desde el género literario abordó la experiencia histórica, tuvo sus avatares iniciales. Y es que fue objeto de multiplicados desaires y hasta de abiertas censuras con el fin de impedir su publicación.

Peripecias editoriales

Se sabe que fue finalista de la segunda versión del llamado concurso Novela México 1974, convocado por la editorial Novaro, capitaneada por Luis Guillermo Piazza. Al ser finalista, se suponía, sería publicada por el sello, lo que no ocurrió. La ganadora, por cierto, fue Estas ruinas que ves, del guanajuatense Jorge Ibargüengoitia.

Con el tiempo, Los símbolos… tiene ya un sitio de reconocimiento entre la crítica especializada y los lectores.

Pasados los años nadie puede negar que Los símbolos… reveló —lo sigue haciendo— los tejemanejes del sistema político mexicano —con el PRI a la cabeza— en contra del movimiento estudiantil de 1968 y su ímpetu de libertad. Como tampoco se puede soslayar que “la manera” en que lo hizo tuvo grandes virtudes literarias.

“Uno de los grandes aciertos de Martré”, escribió entonces Ignacio Trejo Fuentes, “es la hábil estructuración que ha dado a su novela […] la mescolanza de los planos narrativos tiene un parentesco cercano con la narrativa cinematográfica: las secuencias jamás son directas, sino que mantienen una ordenada anarquía”.

Medio siglo después, en la perspectiva de los recientes cambios vividos en la sociedad mexicana, una nueva lectura de Los símbolos… resulta necesaria y apetecible. La historia y los personajes recreados (con sorprendente agilidad narrativa) bien pueden insertarse en nuevas realidades, también imaginadas por los jóvenes y los estudiantes de hace cincuenta años.

Prosigue la narrativa de Los símbolos…

“¿Por qué no tenemos alas? Luego la muralla pierde de golpe su vital importancia. Sucede en el instante preciso que sientes, Andrés, un impacto seco, crujiente, lacerante, que te arroja de bruces. Un destello de esperanza te asegura que has sido derribado mediante un culatazo salvaje, que te desmayarás, que tal vez te pisotearán. Luego de un tiempo razonable durante el cual posiblemente pases por muerto, abrirás los ojos, aún con la espalda adolorida, quizá la columna vertebral lesionada, o menos grave, tan solo un hueso roto. Es falso, lo sabes. Soportas un fuego interno devastador, hay algo en el aire que lo hace insuficiente, tus pulmones no sostienen el ritmo natural de la respiración; al inhalar, aspiras miríadas de chispas, gases de un volcán o agujas de acero. Tu muerte es ineludible, Andrés […]”.

Verdaderamente libres

Algo importante hemos ganado. Hemos ganado la conciencia de la acción. Ahora discutimos cómo romper las cadenas, no si se pueden romper. Hemos vivido libertad en las calles, hemos vivido democracia en miles de asambleas, mítines y manifestaciones. Cuando se conoce lo dulce de la libertad jamás se olvida, y se lucha incansablemente por nunca dejar de percibirla, porque ella es la esencia del hombre y porque solamente el hombre se realiza plenamente cuando es libre. Y en este movimiento miles hemos sido libres, verdaderamente libres.

Palabras de Eduardo Valle, El Búho, al término de la marcha del 13 de septiembre de 1968, en el Zócalo de la Ciudad de México.

***

Gonzalo Martré, Los símbolos transparentes, Librerías Tauro, México, 2018, 420 pp.

@mauflos

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