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jueves, 18 abril, 2024
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444 cadáveres en pleno reality show

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Primera escena: el señor mira la televisión. Lo hace como quien mira un partido de futbol. Emocionado. Control remoto en mano. Casi suspira al borde de su palco de no ser porque se encuentra de pie. Me abre la puerta de su casa. Inmediatamente me percato de su emoción. Hasta es contagiosa. Es lo primero que pienso. Luego de saludar volteo a ver la televisión. Quiero decir que volteo a ver lo que el señor en esos momentos mira en la televisión. Si ahí se encuentra el motivo de su emoción no me la quiero perder.
La imagen en el rectángulo iluminado: son las noticias. El cintillo de abajo anuncia el gran suceso de la tarde. Así, el gran suceso. Es obvio que no lo dice, pero se trata de un gran suceso. En ocasiones necesitamos noticias de este tipo para percatarnos que como seres humanos aún seguimos siendo mierda: en un poblado del Estado de México habitantes detienen a un presunto delincuente y casi lo linchan. En ese “casi” cabe la sonrisa del hombre que me abrió la puerta de su casa.
Me encojo de hombros. Quizás y hasta me emociono. Aunque no tanto como él. Vuelve a sonreír el hombre. Si se tratase de un partido de futbol, la sonrisa sería la recompensa gestual a un gol. Uno de esos memorables. Pero se trata de un hombre: no lo alcanzan a linchar por la “oportuna” intervención de las autoridades. Es lo que el hombre me relata en unos cuantos segundos. Insiste en sonreír. Pienso que cada vez son más los que sonríen de tal manera en México. Pienso, también, que cada vez son más los que sonríen frente a la nota roja porque de alguna manera nos hemos acostumbrado a ella. Es una insana costumbre que hemos adquirido a fuerza de despojarnos de lo poco que nos quedaba de dignidad frente a la ignominia y la impunidad de quienes hace ya varios años se dieron a la tarea de sembrar cadáveres lo mismo que si fuesen rosas rojas en los hocicos de los cerdos. Perdón. Quiero que quede claro: me refiero a nuestra suntuosa, estúpida e insensible clase política. La que hace de cómplice. La que sobre sus espaldas carga miles de cadáveres.
El señor cierra con broche de oro su sonrisa. Este último comentario me lo traigo a casa, lo comparto con mi hermana, ignoramos cómo tomar hechos de tal índole: el señor de la sonrisa casi perenne finaliza sus breves comentarios con una nota casi al margen. Obvio, lo dice con la emoción de quien ve cómo su equipo de futbol anota un segundo gol. Si llega el tercero pasamos a la final. O al menos a cuartos. He aquí lo que me dice: ¡de la que se salvó!, porque ya le habían rociado gasolina y le prendieron fuego. Vuelve a su sillón. Se sienta frente al televisor. Quizás se trata de otro gol. La diferencia entre un gol y un linchamiento es algo que todavía no consigo entender. Sé que la hay. Pero también sé que hemos hecho de sucesos fatídicos un auténtico espectáculo: nos entretiene lo mismo que el mejor programa de chismes de televisión. Aquí hay varias claves. Proporciono algunas: las muertes siempre le ocurren a los otros. Esos otros, se sabe, no somos nosotros. Si el país se divide en buenos y malos a los malos son a los que matan. Es un castigo merecido. La frase “andar en malos pasos” ha perdido todo contexto semántico. En realidad “andar en malos pasos” no significa nada. Hasta que llegan por ti y te matan. Hasta que te conviertes en un familiar de alguno de los miles de desaparecidos en México.
Me despido del señor. Para estos momentos del noticiero él me ignora, contesta a la despedida tan sólo luego de que cierro la puerta, en cuanto inician los comerciales. Camino. Agacho la mirada. De unos años a esta parte estar vivo en México es casi un milagro. Ya estamos: cayó seguramente el tercer gol de la tarde.
Segunda escena: hay un interesante documento del Observatorio Nacional Ciudadano donde se habla del homicidio en México. Como todo documento que se precie de serlo, maneja estadísticas, numerología, nos enteramos entre qué años murieron más personas por homicidio; lo pueden encontrar vía Internet. En plena introducción, el documento cita a un especialista. Como sólo se nos informa que es especialista, supongo que se trata de un especialista en homicidios o en medicina forense. Da igual. Me quedo con una parte de la cita: “la muerte siempre es digamos que el castigo, el peor castigo que puede tener un ser humano”. Esta es la primera parte. Si quitan ustedes el “digamos” hasta nos parecería poética la sentencia. Literaria: cercana a cualquier trama de Dostoievski. No lo es. Les aseguro que si se ponen a pensarla con detenimiento no lo es. En un país como México no puede ser poética una sentencia así.
El especialista continúa: “el miedo a la muerte siempre está presente y por eso necesitamos pues (sic) intentar entenderlo”. Me quedo no con la perífrasis verbal mal empleada sino con el miedo, eso, el miedo a la muerte. Supongamos que no se trata del tan conocido miedo natural: la muerte llega al final de la vida y esto es algo que cualquier niño de cuatro años lo entiende.
Llegué al documento del Observatorio tras la lectura de un texto en el periódico El Universal. Quienes así lo deseen lo pueden leer en línea. Yo así lo hice. El título parecería de capítulo de novela de suspenso o de terror: “¿Qué hay más allá del tráiler que deambuló por las calles de Jalisco?”. Su autora, Doria Vélez, Directora de Investigación, seguramente sabe que la palabra “deambular” es altamente poética, que tiene su propio sonido, que se eleva y se cae cada que se pronuncia, que “deambular” son de ese tipo de palabras que consiguen crear su propia atmósfera. Sin embargo, la atmósfera que nos presenta Doria Vélez no es para nada alentadora. El inicio del texto es realmente aterrador: “hace algunos días leímos que fueron encontrados 273 cuerpos sin identificar en unas bolsas negras dentro de un contenedor frigorífico de un tráiler que deambuló por tres municipios de Jalisco”. La imagen es exacta. Quizás por eso lo de “deambular”. Pienso en el patio del fraccionamiento de casas donde ahora me encuentro. Pienso que 273 cadáveres son los que se necesitarían para hacer una horrorosa hilera que llegue hasta la puerta de entrada. ¿Quién se atrevió a contar 273 cadáveres? Matemáticas forenses. ¿Quién despojó de la vida a 273 personas? Quizás y quien lo hizo pensó en esos momentos en el partido de futbol de su equipo favorito. ¿Qué piensas cuando le arrebatas la vida a 273 personas?
El primer número resulta desalentador para una sociedad que en medio de la barbarie cada vez permanece más ajena a noticias de este tipo. Nos hemos acostumbrado, repito, a los cadáveres. Y debemos prepararnos y tener la sangre fría porque el futuro sólo nos depara más cadáveres: ¿quién se atreverá a contar las fosas que seguramente hay regadas por todo el país? Una, dos, tres… ¿y los cadáveres dentro de las fosas?, ¿quién se atreverá a contarlos para que dichos cadáveres pasen a ser una estadística más de un país que deja morir a sus hombres y a sus mujeres?
Eso, si es que no son tan espectaculares. La cifra que se nos proporciona a continuación es un punch rotundo, nos caemos a la lona, alguien inicia el conteo regresivo: no son 273 los cuerpos sino 444. Vaya con el número. Sí, atinaron: capicúa. El silencio que impone 444 cadáveres nos debería alcanzar para ser un país sombrío que se ha acostumbrado a ver y admirarse de que maten a sus ciudadanos. Pienso en la imagen de los 444 cadáveres y sólo consigo asociarla con las imágenes que nos proporcionan del holocausto en documentales de televisión. Hitler se chuparía los labios, seguramente. Sobre un gran escritorio, ¡ya está!: me quedó como una obra de arte los 444 cadáveres; ahora súbanlos al tráiler y déjenlos a su suerte. Por el olor fue que los vecinos dieron alerta a las autoridades acerca del tráiler. ¿A qué demonios huelen 444 cadáveres?
Tantos cadáveres debería alcanzar para darles un espacio en la televisión. Quizás, si nos apuramos, hasta tendrían su propio programa: 444 cadáveres en pleno reality show Seguro que más de un programa arrasaría con la audiencia de la tarde. No obstante, el hallazgo terrorífico apenas si se menciona en los periódicos. Una que otra nota de esas que son más bien de relleno. Una que otra notita en televisión en alguno de los tantos noticieros. Reportan noticias más importantes. Pongan ustedes 444 cadáveres frente al affaire ignominioso de Duarte. Y no es que merezca menos importancia, pero, vamos, si algo nos atrae en demasía como espectadores es ver que por fin se haga justicia (o al menos que nos hagan creer que se hace justicia) y humillen públicamente a un político corrupto. Y si se sale con la suya (como un sonriente Duarte se salió) tenemos siempre la frase perfecta: lo sabía; este seguro ya pactó… no así 444 cadáveres.
Porque 444 familiares seguramente buscan a uno de los 444 cadáveres. Porque todo hubiese pasado inadvertido si no es por el olor que despedían los cuerpos. Los familiares no sólo han de estar cansados de tanto buscar sin obtener ningún resultado; han de estar cansados de admirar tantos y tantos cadáveres que no son los suyos… y seguirán admirándose.
En México algo se pudrió desde hace muchos años y actualmente hemos hecho de los homicidios un espectáculo de esos que hasta programas la televisión para no perdértelo. Y si es con imágenes, mucho mejor. Contrario a lo que ocurre en varias obras de teatro de Shakespeare, los culpables aquí sí se saldrán con la suya y no recibirán el castigo poético que impone muchas de las acciones dramáticas. El mismo Shakespeare se quedó cortó. Sumen ustedes las muertes de la mayoría de sus obras teatrales y verán que ni siquiera se aproxima a los 444 cadáveres.
Hay un camino muy largo y sinuoso en el tema de procuración de justicia en México. Nos han hablado tanto del tema que ya hasta parece letra de canción de Juan Gabriel: más tardan en darle play en que tú ya la estás cantando. Ah, sí, la procuración de justicia en México, ¿qué demonios es la procuración de justicia? Pero también hay otros temas pendientes que nos involucran a todos: ¿en qué nos hemos convertido para admirarnos de espectáculos como el de los 444 cadáveres?, como sociedad, ¿hacia dónde nos dirigimos? Sería interesante averiguarlo.

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