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miércoles, 24 abril, 2024
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Nos faltan miles; nos sobran cadáveres

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Fotografías de ropa sucia y desgastada extendida en un fondo azul, y un tráiler con enormes bolsas negras son las imágenes de la tragedia en la que se ha convertido este México desangrado.
La primera sale desde Veracruz, se trata de una serie de fotografías con las que la fiscalía de ese estado convoca a los miles de familiares de desaparecidos a intentar identificar entre esas vestimentas a las que traían sus seres queridos la última vez que fueron vistos. Pueden consultarse en https://www.gob.mx/segob/documentos/catalogo-de-prendas-de-las-fosas-clandestinas-halladas-en-veracruz-septiembre-2018?idiom=es
Si alguien reconoce ahí una huella de un ser querido, puede comunicarse a la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas al (55) 51280000, extensión 19805, o escribir al correo electrónico [email protected].
Es la ropa encontrada en las fosas clandestinas donde hasta ahora se han encontrado restos de mil 178 seres humanos. Entre pantalones y camisas de jóvenes, de hombres y mujeres, algunas embarazadas, puede verse también mamelucos y zapatos pequeños. Ni los bebés se salvan de la barbarie.
No imagino nada peor que leer las notas de la aparición de fosas y cadáveres; una extraña combinación de esperanza y horror que deben sentir quienes en cada una de ellas imaginan a sus seres queridos.
No puede haber nada peor que ese estado de muerte en vida en el que se encuentran quienes recorren las morgues, los hospitales y las fosas rogando a Dios hallar a sus seres queridos y al mismo esperar que esos cadáveres no sean ellos. Una discusión permanente entre la esperanza por la vida y la urgencia de certidumbre.
Contamos cadáveres por cientos; sólo la semana pasada fueron noticia los 322 cadáveres abandonados en tráileres al parecer desde hace dos años porque no hay anfiteatro suficiente que pueda hacerle frente a las cifras de muertos que tenemos, propias de un país en guerra.
Tenemos en un lado miles de muertos sin tumba, sin lápidas, sin nombre… del otro, miles buscando a sus padres, a sus hijos, a sus hermanos, a sus parejas.
A la mala, muchísimos de ellos se han convertido en expertos en búsqueda de personas. Saben detectar la tierra removida donde pudiera haber entierros, peinan zonas, conocen de cárteles y geografías criminales y con el arrojo que sólo la tragedia da, hasta han aprendido a entrar a prostíbulos discretamente en busca sobre todo de sus hijas.
Zacatecas no es la excepción, en lo que va del año se cuentan ya 500 muertos de los cuales 75 permanecen sin identificar en el Servicio Médico Forense según nota de Alfredo Díaz en El Sol de Zacatecas. De acuerdo a ese mismo medio, ya 115 cuerpos han terminado en la fosa común-.
Con tantos muertos y al mismo tiempo tantos desaparecidos, es inconcebible lo poco que se ha trabajado en el cruce de datos entre unos y otros, y lo poco que se ha hecho para dar con las fosas y cadáveres, y también para almacenar de forma eficiente y segura los datos genéticos que permitan dar tranquilidad a quienes llegan tarde al lugar indicado para identificar a su ser querido.
Un botón de muestra: la activista Saskia Niño de Rivera de la Fundación Reinserta explicaba recientemente en el programa Espiral que conduce Ricardo Raphael, que una sicaria quien asume la responsabilidad de al menos 300 homicidios, aunque sólo la acusan de 6, le había mostrado su disposición a dialogar con instancias gubernamentales para confesar el destino de los cadáveres que ella misma había enterrado.
Niño de Rivera, según cuenta, llevó el ofrecimiento a altos miembros del gobierno federal esperando con ello conseguir algo de paz a 294 familias que hoy permanecen en el infierno. Sin embargo la propuesta fue rechazada con el argumento de que no había dinero, profesionales, ni espacio suficiente para el manejo de todos esos cuerpos.
Si bien muchos de los desaparecidos y de los muertos que se cuentan en esta guerra que a veces parece interminable no fueron víctimas directas de agentes estatales, no deja de reclamársele al Estado y a sus representantes por la inacción que permite en primer lugar esta tragedia, y que además, permanece impávido para llevar justicia.
Hasta ahora, las respuestas institucionales más comunes giran en torno a la sugerencias por “hacerse a la idea”, “mejor no meterse”, “superarlo”, etcétera.
En ese contexto, pese a todas sus imperfecciones, los foros de pacificación han dado un atisbo de esperanza en primer lugar porque han sido el primer paso para reconocer la magnitud de nuestra tragedia. En segundo porque han permitido a las víctimas de esta situación poder decirle de frente al presidente –electo, aún- lo que es vivir en ese infierno, sin tener que colarse a eventos oficiales cuidados por elementos de seguridad. Esto no puede subestimarse en un país donde los políticos suelen rodearse de zalameros que le retratan una realidad muy distinta a la que viven los simples mortales.
Es pronto para saber en qué derivará esto, por lo pronto tenemos ya el compromiso de que habrá quien se encargue del asunto, y que ése será Alejandro Encinas, de conocida honorabilidad. También tenemos la promesa de Andrés Manuel López Obrador una vez que entre en funciones, pedirá perdón a nombre del Estado a las víctimas de la violencia, un simbólico pero significativo paso para esa paz que añoramos. ■

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