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miércoles, 17 abril, 2024
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Hace falta un sistema de partidos diseñado para superar la crisis de representación

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

En México sufrimos una grave crisis de representación. Las instituciones gubernamentales han perdido la confianza de los ciudadanos al grado de que la proporción de delitos que se denuncian es bajísima; asimismo, no tenemos partidos que merezcan la confianza de los ciudadanos, quienes tampoco son proclives a participar en alguna organización de algún tipo. Lo más grave es que la confianza también ha disminuido hacia las iglesias, universidades y fuerzas armadas. Lo único que queda de pie es la confianza en la familia. En ese marco, el hecho de que el proceso electoral para la renovación de los poderes haya concluido sin graves confrontaciones entre nosotros, debe valorarse adecuadamente para no suponer que la clase política y los partidos ya recuperaron su credibilidad y la confianza de la gente. Lo cierto es que los electores decidieron canalizar su descontento derrotando el temor al cambio ofrecido por Andrés Manuel López Obrador, votando por él para presidente y por Morena para los demás cargos en disputa. Pero la crisis no ha desaparecido. Tanto el PRI, como el PAN y el PRD no han encontrado la narrativa que les permita reencontrarse con sus militantes y mucho menos con su electorado. La consigna de volver a sus orígenes y principios no parece que vaya a servir de mucho al PRI ni al PRD, dado que ese espacio (Nacionalismo, justicia social) es precisamente el espacio que ocupa el partido Morena, vehículo construido desde el campo de la oposición anti sistema por Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Si recordamos que Morena es el resultado del peregrinaje por todo el país llevado a cabo desde finales de 2006 por AMLO, de la voluntad de muchos mexicanos de sumar sus esfuerzos para llevarlo a la presidencia, y de la descomposición acelerada del PRD expresada en múltiples rupturas y en su deslizamiento hacia posiciones neoliberales, es fácil concluir que los millones de votos en su favor son expresión de que el electorado confía mucho en AMLO y su discurso de campaña, y mucho menos en Morena y el resto de sus candidatos. Ello conduce a considerar que Morena no es un partido en el gobierno, en el sentido de que sus órganos de dirección jueguen un papel importante en la integración del gabinete y en la elaboración de las políticas públicas que se aplicarán, sino que sólo es un conglomerado de apoyo al próximo presidente, cuyos órganos de dirección no son independientes de AMLO y tienen como función alimentar el apoyo popular a su gobierno y operar las decisiones de este sobre su vida interna, en un contexto donde las demandas individuales y colectivas de la sociedad muy pronto rebasarán las capacidades de las instituciones estatales, y los conflictos internos se agudizarán, generando, todo ello., expresiones de desilusión y descontento enfocadas contra el propio AMLO.
Es importante valorar como, ante dos o tres situaciones controvertidas ocurridas en las Cámaras legislativas durante las pasadas tres semanas, muchos y diversos militantes y simpatizantes de Morena expresaron sus opiniones críticas en las redes sociales, mientras que la dirección nacional del partido se mantuvo en silencio. Y la misma actitud empiezan a tener las direcciones estatales ante conductas criticables de algunos de sus gobernantes municipales y legisladores. Sería muy lamentable que los diferendos en y entre las fracciones parlamentarias de Morena siempre tuvieran que desahogarse con la intervención de AMLO, o que lo que ocurre en las entidades y municipios no encuentre cause alguno de tratamiento institucional. Esa sería la vía rápida a la pérdida de confianza en AMLO y al recrudecimiento de la crisis de representación. La actual dirección nacional de Morena está obligada a tomar la iniciativa para superar la situación descrita y a avanzar en la institucionalización de Morena como un partido que lucha por hacer realidad su programa y la aplicación de sus principios.
Por otra parte, está por verse si el PRI logra elaborar una narrativa que explicite y desarrolle, sin sonrojarse, el paradigma que han aplicado sus gobiernos desde 1982, cuando decidieron abandonar el nacionalismo y la justicia social, para adoptar sin titubeos muchos de los planteamientos que el PAN había venido planteando. Si lo logran les será más fácil converger para crear otra fuerza política con lo que quede de la disputa interna del PAN, cuyas facciones internas se mantienen atascadas en el pantano que crearon los equipos que encabezaron sus gobiernos federales y estatales de los últimos 25 años. Los principios de Gómez Morín y otros fundadores están fuera del alcance de las facciones más visibles del panismo, por lo que lo más que se puede esperar de su confrontación es un reparto pragmático de cotos de poder.
El programa del nuevo gobierno debe incluir una nueva reforma política tendiente a superar la crisis de representación. ■

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