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miércoles, 17 abril, 2024
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La política norteamericana se polariza

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

Septiembre y octubre serán claves en la política norteamericana porque durante ellos se desarrollarán las campañas electorales para renovar la totalidad de la Casa de los Representantes y un tercio del Senado, así como un buen número de cargos locales, cuyo resultado incidirá en las relaciones entre México y su vecino del norte. La lucha política relevante en Estados Unidos casi siempre se ha definido en torno de las confrontaciones de dos partidos: el Republicano y el Demócrata. Aunque ese régimen tuvo momentos de alta inestabilidad, como durante la guerra de Vietnam, lo cierto es que hasta ahora los ha superado subrayando sus coincidencias en política económica, militar e internacional. En la actualidad, Estados Unidos es un país fuertemente polarizado, por un lado, gobierna Donald Trump, un presidente crecientemente cuestionado que, sin embargo, cuenta con una importante base social de apoyo entre sectores de la población que poseen una visión del mundo conservadora, especialmente en el interior atrasado del país, alejado de los centros urbanos como Nueva York o de los estados de tradición progresista como California, donde existe una muy amplia oposición popular a su gobierno. Oposición que viene movilizándose masivamente en rechazo a sus políticas y actitudes, con millones de personas en las calles a lo largo de los últimos dos años.
Entre esos sectores opositores, existe una tendencia con una creciente cobertura de los medios periodísticos: el crecimiento de una simpatía genérica por el socialismo del norte europeo. Este fenómeno se observa claramente entre las bases del Partido Demócrata y entre la juventud norteamericana en general. Veamos los datos de una encuesta reciente de la agencia Gallup:
1) El 51% de los jóvenes entre 18 y 29 años tienen una imagen positiva del socialismo, mientras que solo un 45% tiene una imagen positiva del capitalismo.
2) Entre los votantes o simpatizantes demócratas de todas las edades, la imagen positiva del socialismo es del 57%, mientras que la del capitalismo es sólo 47%.
Según esta encuesta: cada vez menos jóvenes (y personas progresistas en general) creen que el sistema vigente pueda dar una respuesta a sus aspiraciones. Al mismo tiempo, la imagen positiva del socialismo se mantiene estable, por lo cual no se trata de un pesimismo indiscriminado sino de una conciencia bastante nítida de cuál es la fuente de los problemas en esta sociedad.
Un dato puede ayudar a explicar el fenómeno: desde los años setenta los salarios de muchos se han estancado; teniendo en cuenta la inflación, el trabajador varón medio gana menos ahora que en 1979, mientras que muy pocos han visto cómo su renta crecía con mucha más rapidez que la del conjunto del país. La pobreza y la desigualdad aumentan en Estados Unidos.
La mayoría de los comentaristas coinciden en que el auge del socialismo comenzó en 2016, con el éxito obtenido por el senador Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata. Sanders desarrolló su campaña electoral proclamándose como un “socialista democrático”, con un perfil independiente frente a las corporaciones y convocando a los trabajadores norteamericanos. Su plataforma incluía demandas populares como la de un sistema de cobertura de salud universal, público y gratuito; la gratuidad de la enseñanza universitaria y superior –así como el alivio de deudas de los estudiantes- basado en el establecimiento de impuestos a los especuladores de Wall Street; el salario mínimo de 15 dólares por hora de trabajo y el derecho universal a la sindicalización de los trabajadores; un plan federal de obras públicas para garantizar el pleno empleo, la ampliación de derechos de los inmigrantes y el cese de las deportaciones; la implementación de medidas de protección ambiental para pelear contra el cambio climático; la defensa del derecho al aborto y de los derechos de las personas LGTB, entre otras.
Desde entonces, el concepto de “socialismo” en EEUU es asociado fuertemente con la figura de Bernie Sanders, y con el conjunto de demandas populares que su campaña impulsó. El “socialismo democrático” se entiende como la pelea por conquistar un estado de bienestar, que provea a toda la población los servicios esenciales de manera pública y gratuita, poniendo en el centro las necesidades de la población trabajadora y no de los mercados.
Este fenómeno debe tomarse esencialmente como un síntoma de que algo está evolucionando en la conciencia política de amplios sectores de la población norteamericana, especialmente entre la juventud y el progresismo. El apoyo a candidatos que sostienen programas más a la izquierda de lo que es habitual en el Partido Demócrata, indica que existe un hartazgo con los candidatos del régimen, con los políticos neoliberales comprados por las corporaciones.
Eso es lo que ocurrió en junio pasado en las elecciones primarias del Partido Demócrata en Nueva York: el terremoto político del inesperado triunfo de la latina millennial de 28 años Alexandria Ocasio-Cortez, una de las organizadoras de la campaña de Bernie Sanders, quien aplastó al veterano y omnipotente congresista Joe Crowley. O el de Andrew Gillum, quien la semana pasada ganó la candidatura demócrata a la gubernatura de Florida con una narrativa coincidente con la de Sanders. Al parecer, el centro político en Estados Unidos se difumina y se bifurca en dos polos: del lado demócrata multicultural con el progresista Sanders, y del lado Republicano con el supremacismo blanco de Trump. Pronto veremos si la narrativa de ambos se convirtió en dominante en ambos partidos. ■

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