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miércoles, 24 abril, 2024
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La esperanza de la educación

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Cuando era niño, y de esto ya han pasado muchos, muchos años, mis padres me enseñaron que la única fortuna tangible que podrían heredarme era la mera posibilidad de ser mejor persona a través de una secuela de eventos que tarde o temprano me llevarían a ser un profesionista en alguna materia y que dicho camino debía estar rodeado por una serie de valores que de cultivarlos darían como resultado una educación completa que a su vez, serviría para que yo prestara una serie de servicios y apoyos a la sociedad donde me había desarrollado y a la cual debía entregarme desinteresadamente buscando solo el beneficio colectivo antes que el estrictamente personal. Entonces, se podría transformar la Patria, para mejorarla a la par de las condiciones de vida de sus pobladores.
Sinceramente creo que he hecho un buen intento por cultivarlos y aunque no me considere la reencarnación de los grandes iniciados que la humanidad ha forjado, he sido compañero de muchos que lo han intentado y sin dobles caras hemos sobrevivido en este complicado mundo cuyo sistema económico, político y social se ha encargado de mostrar como una simple utopía y ha propuesto una barbarie brutal donde lo que permea son los valores antagónicos que siguen prevaleciendo hasta hoy día. Incluso, puedo afirmar que muchos de los que se autoproclaman como próceres de la moderna insurgencia no son sino parásitos de este mismo modelo de desarrollo en el que han jugado el papel de antagonistas profesionales que cobran por ser oposición y sirven para señalar con dedo traidor a verdaderos luchadores sociales que vieron sus vidas truncadas por la descalificación, el olvido y muchas veces, la muerte.
Esas experiencias terribles se han dado a lo largo de toda la historia de nuestro país, desde la inolvidable adhesión tlaxcalteca a los conquistadores españoles, las denuncias a los criollos que querían la independencia de la corona española, desde don Martín Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca hasta los conspiradores de Valladolid y Querétaro. Cuando se desencadenó el movimiento Insurgente, fueron los mismos criollos y mestizos quienes se incorporaron al ejército realista para combatirlos y ni qué decir del agarrón entre liberales y conservadores en el siglo diecinueve, que culminó con el enfrentamiento entre Benito Juárez y Maximiliano de Habsburgo quien, por muchas razones resultó mejor gobernante que la mayoría de los que ha habido desde los diferentes partidos y tendencias políticas que hemos tenido en el país.
Ni que decir del Porfiriato con sus luces y sus sombras y la horrorosa guerra civil que se padeció en eso que se ha dado en llamar la Revolución Mexicana y sus secuelas de la Cristiada, donde por desgracia ganaron los malditos y heredaron una retahila de gobiernos desgraciados y llenos de mala leche que se han sucedido hasta la fecha (a algunos les alcanza para denostar el gobierno del general Lázaro Cárdenas por su corporativismo político que heredó en bandeja de plata a la ultraderecha y al clero).
Parecía que el gobierno partidista encabezado por civiles cambiaría el rumbo de la Nación, pero desde “el cachorro” Miguel Alemán se han sucedido administraciones que solo han abonado en la desgracia de la colectividad y en la que ha brillado con luz propia aquello que solía denominarse el “atole con el dedo”. En esta sucesión de maldiciones siempre destacaron acciones arteras de mexicanos contra mexicanos como la denuncia, la traición, la denostación y es como se ha visto fracasar cada uno de los movimientos democráticos en los que ha participado la ciudadanía auténtica que ha sido sometida en última instancia en forma criminal por los diversos aparatos represivos del estado. Obreros, campesinos, profesionistas, ferrocarrileros han visto caer y esfumarse sus ilusiones de un cambio social en formas nada honorables. La más importante de las últimas décadas ha sido el Movimiento Estudiantil de 1968, donde espontáneamente la gente salió a las calles de casi todo el país a exigir cambios que condujeran a una justicia social duradera y trascendente. El resultado final todos lo sabemos y sus secuelas se encuentran guardadas en los archivos de la ignominia nacional.
Todo esto viene a cuenta porque desde hace treinta años, donde se fraguó un fraude increíble que nos condujo al salinato y sus venganzas, parece haber llegado a su fin; el pueblo decidió con su voto cambiar el rumbo del país. Las tendencias democráticas –algunas derivadas del PRI- a las que les da por llamarse izquierdas, enfrentan el reto de transformar el presente y el futuro del país para bien de la población más vulnerable, pero de nada servirá ninguna propuesta si los nuevos dirigentes no empiezan por instruirse y autoeducarse para acordar un rumbo que permita a los vientos de la democracia empujar hacia buen puerto. Sólo con un proyecto educativo de nación paralelo podrá apuntalarse la esperanza. Por desgracia, muchos de los traidores y los entes de mala entraña seguirán parasitando en el proyecto de nación con que nos ilusionó el presidente electo.
Recomendación de hoy: váyase al Centro Cultural Ciudadela del Arte a ver teatro: “Solo”, monólogo de Samuel Beckett. 8:00 pm. Entrada gratis.

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