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viernes, 19 abril, 2024
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Microcorrupciones: cáncer del país

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Por: SIMITRIO QUEZADA •

Primera: Un empleado de la empresa Bimbo roba a un abarrotero el producto que le surte. Aunque muchos abarroteros pueden dar cuenta de tales robos hormiga no sólo en repartidores de pan empaquetado y frituras, sino también en repartidores de leche embotellada, esta sustracción específica es magnificada por el efecto viral de las redes sociales, donde se exhibió el video del acto aparentemente furtivo.
Segunda: Según consigna recientemente la periodista Claudia Valdés Díaz, la PGR en Zacatecas obtuvo una sentencia de cuatro años de prisión y una multa de 11 mil 816 pesos contra un hombre que presentó ante una institución federal una incapacidad laboral falsificada.
Tercera: En “hora pico” vehicular, antes del cruce de la Avenida Universidad y la Avenida Preparatoria de Zacatecas capital, es usual que bajo los semáforos intermitentes algunos conductores de vehículos prefieran tomar el carril derecho para no hacer fila en la izquierda, y al llegar al cruce “roban” el paso a quienes sí han respetado. Lo mismo sucede, por ejemplo, en los accesos a Ciudad Administrativa e incluso alguna glorieta.
Cuarta: Tras reprobar el examen de admisión a la carrera de Medicina, una joven pide a su papá que busque a un alto funcionario de la universidad para que “la meta” en la lista de los admitidos.
Quinta: Un periodista ebrio choca contra un camellón y lo destruye. A los agentes viales que llegan al lugar les explica a qué se dedica, llama por teléfono celular a dos o tres funcionarios y logra la condonación de las multas, el no ser detenido y hasta una grúa gratuita.
Sexta: En tercero de secundaria, seis alumnos acuerdan buscar a su profesor de Electrónica para pedirle que les venda el próximo Examen Final. El profesor responde que les dará no las preguntas, sino de una vez los “nueves” de calificación, si le compran las cuatro nuevas llantas que él necesita para su camioneta. Ellos cooperan y a la hora de la aplicación del examen fingen contestar con apuro, para que el resto del grupo nada sospeche.
Séptima: Los litros de gasolina que te despachan y que en realidad son de 920 mililitros.
Octava: En una farmacia de pueblo, el joven médico vende recetas en blanco, ya con su firma, a 50 pesos cada una. Quien busca un medicamento controlado pide en mostrador el documento y el mismo médico puede llenarlo con los nombres de los fármacos al instante.
Novena y otras: “El que hace la ley hace la trampa”. “Un contador puede hacer que 1+1 sea 2 ó 0.35 ó 711”. “El que no transa no avanza”. “Para todo hay abogángster”. “Todo puede arreglarse con una corta feria”. “Se vale robar, siempre que salpiquen”. “Hay que tener dinero de más para cuando algo se le ofrezca al jefe”. “De que me lo chingue yo a que se lo chingue otro…”.
La realidad es poderosa, considero, porque está formada por muchísimas minuciosidades. La sociedad es red formada por relaciones que muchas veces son tensiones naturales: pesos y sus contrapesos. Tesis y antítesis que terminan en síntesis. Todo ello conforma un equilibrio, a veces armonioso, a veces doloroso, a veces productivo, a veces injusto.
Los intereses se mueven entre la individualidad y la comunidad. Cuando los segundos pesan sobre los primeros, cuando pasan sobre los primeros, cuando pisotean los primeros, ampliamos las brechas de desigualdad, arrebatamos oportunidades a quienes las merecen más que nosotros, menoscabamos nuestro crecimiento natural, faltamos a nuestra dignidad, perdemos autoridad moral, dejamos mal ejemplo a nuestros hijos, damos aliento a la impunidad.
En las mismas redes sociales insistimos con casi ejemplar indignación en que buscamos un mejor país, un mejor estado, un mejor municipio: con nuestras parvas acciones cotidianas nos contradecimos. La zona de confort es difícil de dejar, aunque nos provoque daños que no queremos ver. La mediocridad es más peligrosa cuando creemos que todos la tienen menos yo.
Se atribuye a Baudelaire esa declaración de que “el diablo se esconde en los pequeños detalles”. Y el demonio mexicano, el que tanto adora este país de convencieros, se esconde y reina desde estas microcorrupciones. No es algo exclusivo de un partido político, de una religión, de un estado de la república. Somos afectos a las palancas, al “con esto me va a deber una”, al “no quiero quemar un favor si le pido esto”.
Estos supuestos ayudan a explicar, pues, la existencia de moches, facturas infladas, inventadas comisiones de trabajo, firmas falsificadas, exámenes arreglados, favoritismo, dictámenes a modo, actas de reuniones que nunca se celebraron, asignaciones acordadas, simulaciones, influyentismo, proyectos para bajar recursos del gobierno a través de constructoras.
Nos deshonra sostener que estamos contra las grandes corrupciones mientras seguimos dando vida a las pequeñas. Nos deshonra continuar bajo la divisa de que sea haga lo que se tenga que hacer, pero sólo en los bueyes de mi compadre. Como en toda negociación, el avance de la comunidad implica que cada uno de los integrantes tenga que ceder algo, esforzarse más en algo, sacrificar algo. Los beneficios a la colectividad redundan, aunque a largo plazo, en beneficio para cada uno. Las microcorrupciones son el verdadero cáncer de este país, formado por nuestras minúsculas pero decisivas mezquindades. ■

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*Director General del Instituto de Selección
y Capacitación del Estado de Zacatecas

[email protected]

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