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lunes, 18 marzo, 2024
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Bajo el influjo de Terpsícore

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Por: CARLOS FLORES* •

La Gualdra 347 / Danza

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Existen muchas cosas que el hombre ha inventado o descubierto que revelan su origen divino, entre las más conocidas están las bellas artes, pues nadie puede negar que estas actividades van más allá de la naturaleza meramente animal de nuestra esencia y son el vestigio más palpable de que existe un orden más allá de nuestro entendimiento, y que en ese acto, el de la creación, el ser humano se convierte en un dios por un momento, al convertir la materia en una obra bella e inmutable que expresa su propio espíritu.

Una de las artes más efímeras es la danza, pues es un acto que dura el tiempo que se extienda su ejecución, y para quien lo percibe es sin duda un evento que le maravilla y le conmueve hasta lo más íntimo de su ser, como le pasó a Odiseo al contemplar a los feacios en la danza que le brindaron para que se olvidara por un momento de sus pesares: y los adolescentes hábiles en la danza, habiéndose colocado a su alrededor, hirieron con los pies el divinal circo. Y Odiseo contemplaba con gran admiración los rápidos y deslumbradores movimientos que con los pies hacían.[1]

El baile es la imitación de la naturaleza, nace del canto de Baco que se lograba escuchar con el viento en los campos griegos, y del susurro de Terpsícore que tenía tal poder de hacer que el hombre encontrar el ritmo de la vida, el cual latía en su interior en cada uno de su latidos, reflejando el movimiento de los astros en el universo. La danza es movimiento coordinado y elemental, que sirve para agradecer a los dioses la existencia misma.

No existe pueblo ni cultura que no se haya dejado llevar por el ritmo de la naturaleza, el cual nace como un sonido repetitivo desde el interior mismo, y que se va trasformando cada vez en algo más sublime hasta copiar por entero el mundo y su latido; así como la música puede emular las tempestades y la serenidad de los días, la danza es la expresión del espíritu humano que se hace simbiosis con el contexto que le rodea.

El baile libera la energía y revitaliza, no existe arte tan sublime como la expresión del cuerpo, ya sea de manera individual o coreográfica. Por eso los antiguos veían en la danza un acto virtuoso digno de ser ejecutado en sus rituales más sublimes, y con ello asegurar el regreso de la lluvia, una buena cosecha, el renacer del sol cada día o la existencia misma.

Cuando bailamos expresamos nuestro espíritu de una manera que ninguna de las bellas artes puede hacer, pues en ese acto nos va todo nuestro ser, nuestro cuerpo, que al ritmo de la música expresa lo que somos, en un movimientos regulares o irregulares, que revelan el estado de nuestro espíritu. Todo baile, desde el tribal hasta las danzas sagradas, danzas de la muerte, danzas de guerra, los pasacalle, danzas moriscas, el carol, el estampie, el branle, el saltarello, la tarantela, el ballet, la seguidilla, el zapateado, el flamenco, el can can, el twist, el rock and roll, el slam, la cumbia, la lambada, el tamborazo y reguetón, revelan el interior de nuestro ser y nuestro lugar en el universo.

 

 

 

[1] Homero, La Odisea, México, Porrúa, 2004, p. 80.

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