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viernes, 19 abril, 2024
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Cuando la esperanza persevera

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Por: MARÍA VÁZQUEZ VALDEZ* •

La Gualdra 345 / Especial Elecciones 2018

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El 1º de julio de 2018 amaneció con un horizonte ligeramente distinto al que en los últimos 89 años se extendió cada día en territorio mexicano: algo había cambiado desde las entrañas del sistema mismo, y apenas se perfilaba en el brillo de miradas, en latidos ligeramente más vivos que de costumbre.

Una estela invisible pero imparable, al principio temerosa de sí misma, pero recobrando firmeza a cada minuto; un murmullo impreciso —de mariposa que al fin despliega sus alas— amaneció también, retumbando en los ánimos, dirigiendo pasos determinados hacia las casillas para votar, entretejido con docenas, cientos, miles, millones de pulgares teñidos por la convicción.

Umbral, parteaguas, inicio y fin de una era, el 1º de julio de 2018 es una fecha que es mucho más que un momento histórico: es un crisol en el cual converge la historia reciente de México. Los 77 años del PRI en el poder, desde que el entonces Partido Nacional Revolucionario (PNR) se asentara ambiciosamente en el gobierno en 1929, y los 12 años de alternancia de un PAN igualmente ambicioso, concluyeron con una ola que arrasó cualquier posibilidad de fraude anunciado, en la impetuosa determinación de un cambio obligado.

Muchos sexenios fueron el tiempo de arar para que esta marea alcanzara tal brío, frente a un poder cada vez más sordo, que desde 1968 mostró el puño duro y la metralla para someter al ideal y al sueño. La evidencia del fraude expuso su rostro en 1988, y en 1994 el asesinato asestó con más fuerza el puño de un régimen que al terminar el siglo no pudo sostenerse sin el espejismo de una alternancia también infestada de fraude, sangre derramada y deseo de poder a toda costa.

Desde la última década del siglo pasado ya se veía y escuchaba a un Andrés Manuel López Obrador encabezando marchas, movilizaciones en Tabasco y en otras partes del país. Ya desde el año 2000 su nombre aparecía en las boletas electorales, con adversarios encarnizados, entronizados en un sistema anquilosado en estructuras y medios de comunicación. Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto estuvieron al mando de un timón hacia la zozobra durante 18 años, tres sexenios teñidos con la sombra ominosa del fraude electoral.

Tres sexenios en que cientos, miles, millones de votantes regresaron después de cada votación a sus casas con la esperanza amordazada, teñida apenas del color indeleble de cada pulgar persistente. Para miles, fueron sexenios de recorrer muchas partes del país entre marchas de protesta, mítines, impotencia desencantada pero aún viva, muertos, desaparecidos, surcos de dolor e injusticia.

Pocos momentos se engarzan en este collar de desaliento con el brillo de la alegría esperanzada, como cuando Cuauhtémoc Cárdenas llegara al gobierno de la Ciudad de México en 1997. Una ola luminosa de vida y potencia desbordó entonces el Zócalo capitalino, preámbulo para este memorable 1º de julio, que a las 8 de la noche alcanzó el clímax de un resultado que retumbó en todo el país. Las calles comenzaron a llenarse de consignas, sonidos de claxons, gritos de júbilo a lo largo de Viaducto, Aquiles Serdán, Paseo de la Reforma. Tan lejos y tan cerca aquellos días de plantón en esa avenida, en 2006, con la amarga certidumbre de un fraude a la sombra de Felipe Calderón. Tan lejos y tan cerca la victoria pavoneada por Vicente Fox desde el Ángel de la Independencia en el año 2000.

La noche de este 1º de julio —tan lejos y tan cerca— fue en cambio cristalina. Ni siquiera las nubes amenazaban con lluvia. Esta vez ninguna sombra de duda o incertidumbre plagió el entusiasmo. El aire fue suave, dulce y tibio, incluso cerca de la medianoche. Una luna casi llena asomó generosa alrededor de las diez de la noche detrás de un Palacio Nacional teñido de ámbar, y cientos, miles de personas confluyeron desde todas las arterias hasta la plancha del Zócalo, corazón de concreto humeante. Un asta bandera totalmente desnuda parecía haberse disuelto en miles de pequeñas banderas de México y del Movimiento de Regeneración Nacional, ondeando sobre una multitud feliz. Las consignas de siempre eran las epifanías de nunca: “¡Sí se pudo!, ¡sí se pudo!”; “¡El pueblo, unido, jamás será vencido!”.

El Zócalo de la Ciudad de México otra vez fue escenario histórico, antorcha y urdimbre de consignas, emociones y encuentros, y durante dos horas fue un pueblo de niños, jóvenes, ancianos en sillas de ruedas o con bastón, adultos felices y de todos los colores, edades, condiciones sociales. Un pueblo con una sola sonrisa, una misma felicidad destejida en gritos, abrazos, fotografías, cantos hasta que por fin llegó Andrés Manuel López Obrador. El mismo AMLO de los tres sexenios anteriores, y sin embargo distinto. La misma esperanza que antes, pero al fin, una esperanza germinando en la certeza.

 

 

* Zacatecana. Poeta y ensayista. Periodista, traductora y doctora en teoría crítica.

 

[Fotos de María Vázquez Valdez]

 

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