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sábado, 20 abril, 2024
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México 86: un recuerdo

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 344 / Río de palabras

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Igual que muchos mexicanos mayores de cuarenta años, el encuentro de futbol del pasado domingo 17 entre las selecciones nacionales de Alemania y México, fue una máquina en el tiempo hacia aquel Estadio Universitario en 1986. En aquella ocasión la congoja y la frustración vinieron después de la euforia y emoción del partido. Ese Campeonato Mundial, el segundo en nuestro país, fue escenario de la “mano de Dios”, de las goleadas de Dinamarca a Uruguay y de España a Dinamarca, de las fallas de Platini y Zico, de la magia de Maradona, de todo un pueblo poniendo sus esperanzas en Hugo Sánchez.

En aquel tiempo yo jugaba en la escuela de futbol de los desaparecidos Coyotes del Neza. Cada quince días íbamos al Estadio Neza 86 (entonces llamado José López Portillo) a fungir como recoge-balones y, si había suerte, jugar al medio tiempo. Cuando se anunció que “nuestro” estadio sería sede del evento mundial, la ilusión de hacer en el torneo de la FIFA lo que hacíamos en la Liga, alimentaba nuestros púberes corazones. Ya nos vislumbrábamos dando el balón a algún integrante de la Quinta del Buitre o algún astro desconocido –para nosotros- de Dinamarca o Escocia. Infancia e inocencia se conjugaban.

Previo a los encuentros en la sede, la presunción y la arrogancia de quienes íbamos a ser parte activa de los juegos se derrochaba entre los compañeros de la secundaria, desatando no pocas envidias, antipatías, enemistades y dudas. Así fuimos preparando nuestros objetos de culto: el balón, la camiseta, la revista que serían inmortalizados por la firma de alguna estrella del balompié. El primer partido, Escocia contra Dinamarca, no nos resultaba atractivo. Insisto, la gran mayoría de nosotros desconocíamos a las estrellas de esos equipos. Ese día llegamos al estadio dos horas antes del cotejo. En las inmediaciones, la algarabía.

Pero el gozo se fue al pozo. Unos minutos después de nuestra llegada nos reunieron para informarnos que por indicaciones de la directiva, los recoge-balones serían sus hijos, familiares y conocidos; que podíamos irnos a casa y volver en unas semanas. ¡Qué frustración!, ¿y ahora qué les diremos a los de la secun? Ni tardo, ni perezoso, Miguel (conocido como el Moco y que en paz descanse), se integró a la fiesta de daneses y escoceses. Incluso aparece en alguna película del mundial. Así que comenzó a llenar su álbum fotográfico con firmas de los aficionados europeos.

Cuando el lunes llegamos a la escuela éramos el centro de atención. Los ojos desorbitados de nuestros compañeros miraban cómo habíamos obtenido los autógrafos de los jugadores. Hasta que uno de nuestros más severos detractores arrebató mi revista, la hojeaba con esmero, buscando la prueba de nuestra mentira. Hasta que ésta apareció. Un aficionado de Irlanda del Norte (país que tendría su sede en Guadalajara), había firmado sobre la foto de su seleccionado. De inmediato grito. “¡Estos güeyes les pidieron autógrafo a los turistas!”. La admiración cedió su lugar a la burla y el escarnio. Por eso, la derrota de México en Monterrey, fue peccata minuta en términos emocionales.

 

 

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