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sábado, 20 abril, 2024
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Los espacios de lectura

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 343 / Promoción de la lectura

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A menudo cuando veo las campañas de promoción de la lectura y aparecen los actores leyendo, los espacios que más proliferan son cerrados, con libros y libreros. Desde luego que las bibliotecas (públicas, privadas, universitarias, escolares, etc.) son quienes, en el imaginario colectivo encabezan la lista de espacios en los cuales se puede disfrutar del placer de la lectura. Después aparecen aulas escolares, salas de hogares mexicanos, verdes prados de parques o jardines. Eventualmente las imágenes hacen referencia al transporte público. Desde luego que también aparecen las recámaras. Leer para conciliar el sueño (en el peor de los casos).

Sin embargo, por pudor o por ser políticamente incorrecto, se deja fuera un espacio que muchas personas usamos para leer: el baño. No es práctica nueva. Alberto Manguel en su obra Una historia de la lectura, apunta:

Los libros leídos en una biblioteca pública jamás tiene el mismo sabor que los que se leen en un altillo o en la cocina. En 1374, el rey Eduardo III pagó sesenta y seis libras, trece chelines y cuatro peniques por un libro de romances “para su dormitorio”, donde, evidentemente, pensaba que podía leerse un libro de ese género. En la Vida de san Gregorio del siglo XIII se describe el baño como “un lugar retirado donde pueden leerse tablillas sin interrupciones”. Henry Miller estaba de acuerdo: “Mis mejores lecturas las he hecho en el baño”, confesó una vez. “Hay pasajes del Ulises que sólo se pueden leer en el inodoro, si se le quiere extraer todo el sabor al contenido”. De hecho, el cuartito “destinado a un uso muy especial y muy vulgar” era, para Marcel Proust, el sitio “para todas mis ocupaciones que requieren una soledad sacrosanta: la lectura, las ensoñaciones, las lágrimas y el placer sensual”.

Así como Miller considera el sanitario como espacio perfecto para leer fragmento de Ulises, a mí siempre me ha sido imposible leer poesía en el retrete. Por más mala que considere la obra, me es complicado. Más confortante me resulta leer alguna narración ligera. ¿Condiciona el espacio a la lectura? Creo que sí. Hace años un amigo de Colima me compartía la experiencia de leer Pedro Páramo a las faldas del volcán, a leerlo en la capital del estado o en alguna de sus playas. A su juicio, el primer escenario era el más propicio para disfrutar la prosa de Rulfo.

¿Hemos intentado leer Como agua para chocolate en medio de todos los aromas que describe la autora? Es decir, en un mercado, una cocina o rodearnos –como todo buen ritual- de los ingredientes que Tita tiene al alcance de la mano en ese primer capítulo. ¿O El perfume en un establecimiento comercial donde se venden tales productos? ¿Por qué hemos de reproducir esquemas en la lectura? Generar que la lectura vaya acompañada de percepciones sensoriales inmediatas puede ayudar a quienes manifiestan dificultad para construir imágenes mentales. Pensemos pues en bandas sonoras, aromáticas, visuales, táctiles. Pensemos en la lectura como creación.

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