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jueves, 18 abril, 2024
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Setenta veces siete

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Por: DAVID PÉREZ–BECERRA •

La Gualdra 341 / Séptimo Aniversario Gualdreño

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Siete fueron los cuerpos celestes que dominaron la antigua observación del firmamento; cinco errantes que parecían romper la quietud engañosa del cielo nocturno que sumados al Sol y la Luna, computaron el más sagrado de los números: el siete, cifra que habría de convertirse en la pauta del tiempo y en el cuerpo simbólico de nuestros mitos y dioses. Así, siete fueron los metales y siete los pasos de la alquimia, siete los misterios de Dionisos y siete los sacramentos cristianos, siete las vueltas a la Ka’ba y siete las plagas que azotaron Egipto, siete los colores, siete los sonidos, siete los días, los cuales aún mantiene su nominativo astral: lunes, martes, miércoles, etc. Fue en este cielo heptapartito en el que los oráculos desentrañaron el destino de los hombres, augurando su buenaventura o su fatalidad. Pero, el desencantamiento que trajo consigo la modernidad nos arrojó a otro Cielo, un cielo táctil donde erigimos nuevos dioses y héroes, herramientas y animales, una nueva matriz regida por luminarias más pequeñas, errantes como sus predecesoras, pero que ahora caben en nuestros bolsillos, con su luz producida con el artificio del silicio.

Este séptimo cielo parece ser la tierra prometida, el lugar donde alcanzaremos a través de los deseos, la inmortalidad, sin importar que, como en aquella trampa de los epiciclos ptolemaicos, sea siempre recurrente el mismo punto, el mismo discurso, la misma imagen, la cual tercia entre la belleza y el horro, la cultura y la barbarie. Y nuestro nuevo cielo virtual nos produce una satisfactoria sensación de poder, de sentirnos vivos a costa del otro, complaciéndolo o provocándolo, pues por desgracia, nuestra naturaleza hedonista contemporánea se ha convertido en la vía rápida por la que aceptemos la catástrofe: el culto al consumo inmediato.

El caballo, es el séptimo signo del zodiaco chino, representa el triunfo y la victoria; de exterior fuerte y brioso, pero interiormente débil e inseguro, que, al mirar el horror, siente fascinación, sombría fantasía que también posee el custodio del séptimo círculo infernal, cuya bestialidad encarna el símbolo de la violencia. Las imágenes que observamos en este nuestro nuevo cielo, vuelven a regirnos, a dominarnos, y aunque son simplemente el reflejo de nuestros anhelos, terminamos atrapados en la fascinación de los espejos donde confundimos lo real con lo verosímil. Merezca el mundo setenta veces siete el perdón por la promesa de un mundo feliz con aviso de holocausto.

* Hidalgo.

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