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martes, 16 abril, 2024
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Temporada de festivales

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Por: MALIYEL BEVERIDO •

La Gualdra 340 / Opinión

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Se acerca el final del año escolar y el término de un semestre. Se viene, pues, la época en que, desde bailables de kínder hasta grupos universitarios señalan, puntualizan, conmemoran y hasta celebran la conclusión de una etapa o de un ciclo. Es el momento de poner en evidencia el dominio alcanzado en una disciplina, de volverse estrella por un día (o a partir de ese día) y de impresionar a los allegados. Es una ocasión para mostrarse y manifestar cualidades inherentes y habilidades adquiridas. Es la hora de acompañar y de presenciar respetuosamente esa revelación…

Oh, momento ¿dije presenciar respetuosamente? Sí, sí lo dije. Pero eso es en un mundo ideal. En el mundo real es más bien la hora dorada del “pariente impune”.

Los festivales de cierre son –o deberían ser- la oportunidad para formar público, para crear conciencia en el espectador de que quienes se suben a un foro, sin importar su edad o nivel interpretativo, merecen respeto y admiración.

El “pariente impune” es principalmente padre o madre, pero también hermana, hijo, tía, primo segundo, hermano de crianza, novio, amiga con derechos, roomie, vecino de infancia, exprofesor y cualquiera, básicamente, que se sienta emocional o físicamente cercano y que crea que eso basta para darle derechos legítimos irrevocables de retardar, posponer, interrumpir o perturbar la función.

Hay los que van a inmortalizar el momento con su teléfono celular o su Tablet. Para qué –insisto yo ¿para qué?- molestarse en disponer una iluminación escénica, si al pariente impune lo que le importa es tener su propia porción del espectáculo capturada en su dispositivo personal. Ahora, cuando bajan las luces y sube el telón, una tercera parte de la sala se ilumina con las pantallas de fotógrafos improvisados. No importa que se pida no usar el flash, ya que siempre es más fácil pedir perdón que permiso y, finalmente, el destello dura sólo una fracción de segundo. Un instante que puede ser crucial para quien está en el escenario pero qué importa; lo que cuenta es la cantidad de likes que la toma tendrá en redes sociales.

Yo me acuerdo que en mi infancia había apenas uno o dos padres que llevaban cámara y también llegaban tres o cuatro “fotógrafos profesionales” que nos tomaban foto individual o por grupitos en los pasillos del teatro, para luego llevarlas a vender a la escuela o los domicilios. Luego vino el revelado automático, y los fotógrafos tomaban las fotos antes de la función para tenerlas listas y venderlas a la hora de la salida. De esos todavía hay, pero ya los están desplazando los fotógrafos de celular.

Están también los que llegan tarde -y no me refiero a unos diez minutos sino media hora y más- pero exigen que se les permita el ingreso porque están muy interesados, muy comprometidos, fueron invitados personalmente por los implicados en la función y han hecho el viaje desde otras ciudades especialmente para acompañarlos. ¿Por qué entonces no calcularon llegar a tiempo? Llegan ruidosamente, se hacen señas, movilizan a los que ya están sentados y hasta se ponen a comentar con el de junto.

Una combinación entre los primeros y los segundos son aquéllos que llegan tardísimo y piden permiso para pasar nada más a tomar la foto y prometen irse luego. Todos quieren un favor excepcional, sólo para ellos, sólo una vez.

Me topé con uno el otro día que me dijo indignado: “Óigame, no es la primera vez que me encuentro la puerta cerrada”, y sólo se rio cuando contesté “será porque no es la primera vez que llega tarde”. “Pero yo sólo vine por amistad”, agregó al final. Sí, la función estaba anunciada a las 6, se dieron diez minutos de tolerancia, se permitió el ingreso entre cada número, en el momento de los aplausos y el personaje en cuestión llegó al diez para las 8. Amigos como ésos, mejor no, gracias.

Algunos hasta amenazan al personal “¡Te voy a reportar con tu superior!”. ¡Sí, sí, por favor!, dígale que estoy haciendo bien mi trabajo y que procuro que se respete la función. “Es que están limitando el acceso al arte”, me han llegado a decir. ¿En serio se trata de la distribución social de las expresiones artísticas?

El colmo son ésos, aquéllos que patean las puertas para entrar, que vociferan su indignación en aras, supuestamente, de la necesidad de convivencia, de la libertad de expresión y de la soberanía artística.

Ojalá podamos lograr que los festivales de cierre sean también eventos formativos para la audiencia, para los acompañantes, para que los parientes impunes pasen a ser parientes participativos, parientes conscientes, parientes deseables.

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