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jueves, 28 marzo, 2024
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Capharnaüm, de Nadine Labaki. El fin de la infancia

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Por: SERGI RAMOS •

Hoy se presentó en competencia oficial Capharnaüm, la última película de la realizadora libanesa Nadine Labaki, cuya película Caramel cosechó en 2007 un importante éxito de público y crítica. Su último trabajo supone un emocionante recorrido por las dificultades sociales y económicas que atraviesan las capas más frágiles de la población libanesa, centrándose en particular en la infancia.

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Acusadora
La primera secuencia nos introduce en un tribunal, al inicio de un juicio con una causa singular. Zain, un niño de 12 años, es presentado ante el juez. A pesar de su joven edad, está cumpliendo ya una pena por asesinato, pero esta vez él es quien presenta un pleito como víctima. Su objetivo es singular: que condenen a sus padres por haberle dado la vida.
A partir de esta premisa, el filme inicia una serie de flashbacks para explicar las causas de esta singular acusación. Al iniciar la película con el tribunal, seguido de la historia filmada del niño, la realizadora otorga al espectador el papel de jurado, para que sea él mismo quien juzgue, a partir de lo que va a ver, si los padres merecen tal condena. De algún modo, este flashback constituye el propio testimonio de Zain. Algunas veces, durante la película, volvemos al tribunal, para que podamos escuchar los argumentos de los acusados o de algún testigo. Pero las simples palabras de defensa de los padres parecen vacías y mentirosas ante la fuerza del relato visual que intenta arrastrar al espectador en un torbellino de emociones. Dándole la imagen (como se da la palabra), la película se pone claramente del lado de Zain.

Siguiendo a Zain
El relato en flashback de Zain cuenta a la vez su crimen y su pleito en dos partes distintas. La primera mitad se centra en Zain y su relación con su hermana de 11 años, en la cual el niño carga con las responsabilidades que deberían de corresponder a sus progenitores. Se muestra especialmente protector y atento, mientras que los padres hacen gala de brutalidad e incomprensión. En realidad, se trata de mostrar que los niños han salido precozmente de la infancia, si es que algún día pudieron vivirla, y que ya bien pronto entraron de pleno en el despiadado mundo de los adultos.
El padre se niega a que su hijo vaya a la escuela, porque dejaría de trabajar, ya que Zain aporta el único sustento económico de la familia. A la madre no le parecería mal que fuera, porque así les darían comida o ropa. En este contexto, los niños se miden por su valor económico, su precio de mercado, sea cual sea. Las consideraciones morales no importan, el cariño familiar es inexistente. El ritmo es muy intenso, con un montaje cargado de elipsis, para mostrar una continuidad de pequeños momentos llenos de vida que evitan cualquier maniqueísmo.
Hacia la mitad de la película, Zain se cruza con Rahil, una muchacha etíope indocumentada que trabaja ilegalmente y es madre soltera con un bebé a cuestas. Entre los tres construyen una familia en la que por fin pueden encontrar el cariño que les faltaba. El ritmo se vuelve más apaciguado, e incluso surge el humor en algunas secuencias. Pero como en cualquier drama, lo bueno dura poco y pronto vuelven a acechar los nubarrones de la injusticia. Pero estábamos avisados, recuerden, desde la secuencia inicial del tribunal.
Quizás esta segunda parte no funcione tan bien como la primera, porque Labaki quiere infligir todos los males de la desigualdad económica y social a sus personajes, en su voluntad sistemática de denuncia. Y por ahí, un trazo excesivo de compromiso puede ahogar la verosimilitud de una historia llena de vida, que se sustenta en gran parte sobre las magníficas interpretaciones de sus protagonistas, en especial la del joven Zain Al Rafea, un niño cuya vida real no dista mucho de la de su personaje. En general, se trata de un apreciable drama social que sortea los escollos propios del género.

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