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jueves, 28 marzo, 2024
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Les moissonneurs, de Etienne Kallos. La transgresión desde la moderación

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Por: SERGI RAMOS •

Hoy se presentó en la sección Un certain regard, Les Moissoneurs (Los cosechadores), el primer largometraje del joven surafricano Etienne Kallos. La concepción de esta ópera prima tiene la particularidad de haber sido íntegramente acompañada y apoyada por el festival, a través de la Residencia, su proyecto de apoyo a la creación que acoge cada año una docena de jóvenes realizadores extranjeros que trabajan sobre su primer o segundo largometraje, y que son seleccionados a partir de sus cortos. Estábamos pues a la expectativa de lo que podía ofrecer el primer trabajo de un realizador originario de un país con poca tradición cinematográfica, pero al que había acompañado la estructura del festival para la promoción del cine de autor.

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Retrato de una familia

Les Moissonneurs es una mirada a una parte de la sociedad surafricana, marcada por la fuerte presencia de la religión, como es el Free State, llamado el “Bible belt” de ese país, como núcleo de la cultura afrikáner, en la cual juega un papel esencial una interpretación especialmente rigorista del calvinismo, paralelamente a la cual surgieron el nacionalismo y el apartheid.

La película empieza con una descripción del rigorismo, la austeridad y la profunda fe y prácticas religiosas que mueven a una de estas familias, así como la importancia de la pertenencia a la comunidad de los afrikáners como fuerte rasgo de identidad. Esas prácticas sugieren (en apariencia, claro) una cohesión dentro de la familia, observada desde el punto de vista del hijo mayor, Janno. Toda la vida gravita alrededor de dos espacios, la casa como lugar de la fe y de la vida familiar, y el exterior, magníficamente fotografiado, en el que los personajes realizan sus trabajos agrícolas con el ganado y la cosecha del maíz.

Llegada del mal hijo

La película parte de una premisa recurrenteen el drama: en este espacio cerrado, va a introducirse un elemento externo que va a alterar el preciso mecanismo sobre el que se organizaban las vidas de la familia, así como sus creencias. Este elemento perturbador adopta la forma de un chico de la misma edad, que va a ser adoptado por la familia, movida a la vez por su creencia en la salvación y por recuperar a un afrikáner que presenta todos los rasgos de la oveja descarriada que hay que devolver al buen camino. La ciudad ha convertido a Pieter, un huérfano adolescente, en un drogadicto prostituto, sin fe ni ley.

La llegada de Peter altera todas las relaciones de la familia, al enfrentar al padre y a la madre sobre la necesidad de convertirlo en nuevo hijo. Mientras que el padre piensa que Pieter es un peligro irrecuperable, la madre confía en su fe para conseguir que se integre a la familia. Pero Pieter va a convertirse ante todo en un perturbador para Janno, el hijo legítimo, rompiendo en pedazos la aparente solidez del joven adolescente y provocando que surjan todas sus debilidades. Entre Pieter y Janno va a establecerse una relación especular, por la cual la imagen del primero ira revelando la faceta oculta del segundo.

Si al principio son las propias relaciones familiares las que se ven afectadas, en particular cuando Janno es testigo de la relación entre su madre y su nuevo hermano, que se sitúa en una ambigua línea que él percibe a la vez como un deseo reprimido y al mismo tiempo un amor materno del cual él fue excluido, rápidamente va a ser la propia sexualidad de Janno, el elemento más reprimido por la opresiva presencia de la moral religiosa, la que va a revelarse. Esta parte es la que da pie a una de las secuencias más sorprendentes de la película, cuando Janno, sentado sobre su cama, va encendiendo y apagando la lámpara. Cada vez que vuelve la luz, aparece el cuerpo de uno de sus compañeros de escuela, que va avanzando hacia él hasta que acaban abrazándose. Quizás la única ocasión en la que la película decida dar una forma visible a la fantasía propia del deseo.

Otro de los aciertos de la película es el cuidado trabajo de fotografía y de sonido que divide el mundo interior de la casa y el mundo exterior del campo. Si en la casa domina una luz amarillenta, que probablemente transmite más una cierta claustrofobia que una serenidad espiritual, y que encuentra su eco cromático en los campos de maíz, pero también en las llamas del infierno evocadas por la madre, los pastos salvajes donde pasta el ganado por la mañana están recubiertos por una niebla que no deja ver más allá de unos pocos metros, generando una angustia que embarga al personaje y que es sostenida por la utilización de una desasosegante capa de sonido. Al encuadre estático del interior responde una cámara nerviosa e inestable que intenta encontrar un hueco en la densidad neblinosa. Pero poco a poco, el tratamiento del espacio interior va a verse contaminado por la inestabilidad de los elementos exteriores.

La relación compleja entre estos dos adolescentes, y la dificultad para conciliar lo que cada uno representa y le falta al otro, como un recorrido iniciático, constituye la trama de la película. El resultado, lleno de buenas intenciones, quizás resulte más encorsetado y conservador de lo que esperábamos de una película programada en Un certain regard. Así como la mirada moral busca una cierta conciliación y un respeto del equilibrio, a la forma le falte probablemente algo más de audacia.

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