La Gualdra 336 / Río de palabras
Le huyes y te persigue
le llamas y echa a correr
lo mismo que el fuego fatuo
lo mismito, el querer.
Manuel de Falla
Las paredes de la casa se han puesto a crujir. A pausas. Como si se estuvieran quejando las escaleras, la despensa se hubiera indigestado, el cuarto de los tiliches tuviera migraña…
Yo digo:
¡Ah cabrón!
La llama, débil bailotea como una odalisca, como una teibolera. Él la está mirando. En medio del patio: la llama. El pequeño fuego. Él mira. Digo: ¿Y ahora qué?
Fuego fatuo.
El fósforo encendido.
Concédenos qué en la hora de nuestra muerte, seamos defendidos de las acechanzas… Le reza a San Benito Abad. Le está rezando la oración sin dejar de mirar el fuego en medio del patio. Se le nubla la visión.
¡Ah, jijo!
Él canta: Malhaya el corazón triste / que en sus llamas quiso arder / lo mismo que el fuego fatuo / lo mismito el querer / lo mismo que el fuego fatuo / lo mismito el querer.
Lo estoy mirando desde el segundo piso, en el pasillo. Él está sentado en una silla de madera con asiento y respaldo de mimbre. Es de noche y está mirado al piso. La Araña, dice. La Araña, quedito. Y cierra los ojos. ¿Dónde quedó? Le sonsacaba besos salivosos de mujer grande y qué, cuando estábamos trenzados, ella, La Araña, me abrazaba con los muslos y las piernas, y me decía palabrotas al oído. ¡Chúpame las chichis, para que no se me seque la leche! Y me mordía el lóbulo de la oreja y sus manos chiquitas se agarraban fuerte de mi espalda. Y se ponía a llorar de puro gusto. Sigo mirándolo.
En el patio no hay ningún fuego fatuo, sólo él puede verlo.
Los años locos, dice.
Se apunta en la sien con el dedo índice: ¡Puuuuuuuuuuuuuuuum! Dispara y echa la cabeza hacía atrás y ambos brazos caen desmayados… Me apoyo en el barandal, arriba, en el pasillo. Y miro el cielo sin estrellas. Sin luna.
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