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jueves, 28 marzo, 2024
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José María Álvarez y Sexto Piso

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Por: ÓSCAR GARDUÑO NÁJERA •

Hasta hace algunos años se trataba de un autor español totalmente desconocido para los lectores mexicanos. Ignoro si ocurría lo mismo en España. Lo cierto es que el trabajo poético de José María Álvarez poco a poco consiguió lectores que se daban a la tarea de comprar sus libros solicitándolos de importación a las librerías, con los altos costos económicos que esto llegó a significar. Así fue como Álvarez se hizo un autor de culto. Muy pocos sabían de su obra. Y menos eran los que se atrevían a comentarla.
Todos tenemos distintos caminos para llegar a los autores y, en mi caso, llegué a José María Álvarez de la mano de uno de sus grandes lectores: Eusebio Ruvalcaba. No conforme con ser uno de los pocos admiradores del maestro español, Ruvalcaba llegó a hacer uso de varios versos de José María Álvarez para utilizarlos como epígrafes ya fuese de uno de sus cuentos, de una de sus novelas o de uno de sus tantos poemarios.
Así llegué yo a la poesía y a la prosa de un José María Álvarez descarnado, de excelsos versos. La curiosidad de cualquier lector (sin importar el género literario que sea de su preferencia) debe ser en todo momento luminosa (incluso en los pasajes más oscuros). Y cuando un agradecido lector da con un autor que realmente vale la pena se debe dar a la tarea de sumergirse en bibliotecas, archivos, sitios de Internet, librerías de usado, con tal de seguir las pistas que de manera previa el autor ha dispuesto para sus lectores. Esta especie de complicidad representa algo más: un enigmático diálogo que sostienen de manera constante los escritores con sus lectores, pues acaso olvidamos que de no existir los segundos difícilmente existirían los primeros. De aquí que la sentencia de Borges, donde se ufana de los libros que ha leído frente a los que ha escrito, constituye uno de los milagros más hermosos de la literatura.
Por eso hay que celebrar que la editorial Sexto Piso haya puesto en el mercado editorial un libro donde no sólo podemos apreciar los gustos poéticos de José María Álvarez sino admirarlo en otra de sus facetas, la de antologador, labor editorial que no es tan sencilla.
La obra de José María Álvarez se puede dividir en distintas obsesiones temáticas. Por un lado está su propia obra, tanto poética como prosística, donde destacan obsesiones como las mujeres, el alcohol, la literatura, la obra imposible y, por supuesto, la dignidad del artista; de hecho también hay que celebrar que Álvarez cuente ya con un sitio oficial en Internet (http://www.josemaria-alvarez.com). ¿Lo mejor? Ahí mismo se pueden leer varios de sus libros, descargarlos gratuitamente, lo cual es un manjar para cualquier lector que recién comience sus pasos por la obra de este autor español.
Otra forma de leer a José María Álvarez es a través de sus epígrafes. Cualquier lector que se acerque por primera ocasión a su obra quizás dirá que José María Álvarez abusa de ellos. Nada más lejos de la realidad. Quien sabe de literatura reconoce que tras de los epígrafes hay un trabajo incansable del autor. En los epígrafes no sólo quedan demostradas las relaciones que se dan entre las obras literarias sino parte de las preferencias literarias del autor.
Son citas que no se sacan de la manga ni se ponen a tontas y ciegas. Tienen su razón de ser y de encabezar el texto. José María Álvarez lo sabe mejor que nadie. Este poeta español admira y habla con los muertos. Con los grandes muertos. Los que dejan tras de sí una obra literaria que traspasa el tiempo.
Y como buen lector que es (un lector agradecido) José María Álvarez ofrece este delicioso libro que hoy trae hasta nosotros la editorial Sexto Piso, editorial a la cual hay que reconocerle el bello trabajo en cada una de sus ediciones, las apuestas que hace por autores que prácticamente son islas ignotas en el mercado editorial hispano, así como su incansable labor por presentar libros dignos de coleccionarse, tal es el ejemplo de los libros ilustrados que ha publicado.
Sexto Piso sabe que si a alguien se le puede ceder la palabra es a José María Álvarez. Por lo tanto Ruiseñores de Inglaterra (Sexto Piso 2017) es una selección de poemas hecha por quien, al igual que Borges, es un gran lector antes que un autor. Son muchos los nombres que se nos presentan en esta bella antología, así que nos daremos a la tarea de citar los que, a mi juicio y gusto, son los más “importantes”: Robert Louis Stevenson, Milton, Yeats, Shakespeare, Coleridge, Wordsworth, entre otros. El título tiene una razón de ser y el mismo José María Álvarez se encarga de ponernos al tanto.
En poesía son pocas las antologías que realmente valen la pena: algunas son reuniones de amigos en cantinas; otras son favores pagados a autores que ni siquiera merecen la pena de estar en una antología; también las hay sin criterios editoriales o generacionales que las definan. Y es que armar una antología son palabras mayores. Esto es algo que aún nos cuesta entender en el mercado editorial mexicano donde lo mismo se saca una antología de los curados de la colonia Obrera, que de los nombres de los perritos y los gatitos de los autores incluidos en las antologías. Más que ser una muestra de lo que se produce actualmente en alguno de los tantos géneros literarios, las antologías pasan a ser mero pretexto de fiestecitas bobas semejantes a las de XV años, donde el antologador, en un momento de la noche, y luego de que lo llaman por el micrófono, se encarga de bailar el vals de su debut y despedida.
Ruiseñores de Inglaterra tiene múltiples posibilidades de lectura, desde la más conocida, es decir, comenzar en el principio y seguir así hasta el final, hasta la de abrirla donde uno se le pegue la gana y quedar hechizado con esa sensación que nos deja la poesía. Acaso no sabremos darle un nombre a lo que experimentamos en ese momento, pero sin duda aceptaremos que entre tanto caos existen hermosas palabras que todavía son capaces de mover nuestro centro, de agitarnos. Supongo que ese fue uno de los pretextos de esta antología para José María Álvarez, quien además de ser un lector agradecido con los tantos autores que lo han marcado es un autor compartido.

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