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martes, 16 abril, 2024
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Entre sofistas, emociones y prudencia

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Ala par que avanza el proceso electoral de este año en nuestro país, acompaño los acontecimientos y el debate con la lectura de Mark Thompson, Presidente del New York Times, y ex Director de BBC, en su libro Sin palabras ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política? Donde es posible identificar todos los tonos de los candidatos, sus estrategias, orígenes de éstas y potenciales consecuencias no solo en la inmediatez, sino en el mediano y largo plazo para nuestra apenas deseable democracia liberal.
Es imposible no identificar sofistas en todos lados: actores que transforman su discurso de un momento a otro utilizando las fortalezas de antes como debilidades presentes, las críticas como reconocimientos y las más remotas conclusiones como hechos dados al tiempo. En palabras de Thompson: utilizan el ensayo y error para determinar lo que la gente quiere oír y después servírselo, con independencia de sí es cierto o enseña algo. Las redes sociales se han vuelto campo idóneo para la experimentación de posturas, cambiantes, apostando no solo a una nula memoria colectiva, sino al juicio fácil, inmediato, premeditado y prejuicioso de una mayoría, cuyas condiciones de formación y de vida, apenas permiten detenerse en el fondo del debate público. Vuelvo al texto: “El ‘análisis de sentimientos’ a tiempo real, que se basa en datos obtenidos de las redes sociales y las búsquedas en internet, puede revelar la reacción inmediata y su evolución al lanzamiento de un producto, a un debate presidencial o a cualquier cosa”.
En un recorrido histórico-académico sobre los antecedentes de las estrategias publicitarias del debate público, Thompson nos permite entender lo que, a conciencia o ignorancia, sucede hoy en el discurso de buena parte de las expresiones políticas que buscan aprovechar un legítimo descontento, a través de tácticas discursivas. Citando a Nancy Duarte en Presentaciones persuasivas, transcribe el citado autor inglés: “La gente se desplaza desde el dolor hacia el placer, de manera que hay que aguijonearla con palabras como “destruir” y “extinguir” para que se sienta incómoda si permanece en su posición actual (…) Usa principios y estructuras narrativas para interesar a tu público desde el principio, que debería plantear cualquier desafío o tensión que la presentación pretenda resolver, hasta el final, que es donde describes lo maravilloso que será su mundo cuando adopten tus ideas”. No hace falta PowerPoint (aunque algunos abusan de él aún en los debates) para que las imágenes de un avión presidencial vendido, ex presidentes sin pensión, otro en prisión y datos falsos o solo ciertos en un contexto de conveniencia electoral, se acerquen a esta descripción.
Son las emociones de enfado, hartazgo, desconfianza y ánimo de que se rinda cuentas (legítimo, democrático, del todo válido e incluso progresivo), lo que nos puede llevar a que los abundantes sofistas se paren frente a nosotros, pretendiendo que olvidemos que a menudo se caracterizan por lo mismo que denuncian, o en el mejor de los casos, si no ellos, todos los que están a su alrededor y nos anuncian como sus instrumentos para llevarnos a ese mundo maravilloso, cuando en los hechos, sus antecedentes no permiten sostener sus pretensiones retóricas. Las emociones nos pueden traicionar (como a menudo lo hacen en nuestra cotidianeidad) y como lo han hecho en democracias avanzadas (como Estados Unidos, Reino Unido) o similares (Colombia).
Pero sé también que es difícil hacer un llamado al perdón sin más que la esperanza de un nuevo comienzo. Quizá la única solución que me atrevo a suponer es la del equilibrio: no permitirle a nadie la posibilidad de gobernar sin contrapesos, ni soltar nuestro encono en forma de confianza a un solo costado de la línea de opciones que tendremos enfrente el día de la elección.
Finalmente (y abusando del argumento de autoridad), cierro con una recomendación en voz de Thompson: la prudencia. “Es la prudencia la que nos arma contra las afirmaciones infundadas del marketing al permitirnos realizar una comprobación de sentido común siempre que algo suena demasiado bueno para ser cierto, y lo mismo vale para cualquier otra variedad de persuasión. En entornos políticos y retóricos maduros y bien engrasados, conoce la capacidad para la prudencia de la opinión pública anima a que se contengan un poco unos políticos que de otro modo podrían sentir la tentación de prometer la luna”.

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@CarlosETorres_

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