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jueves, 28 marzo, 2024
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Los instructores o monitores

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Por: LEONEL CONTRERAS BETANCOURT •

La moda educativa en materia de métodos en la primera enseñanza y escuelas de primeras letras que buscó implantarse en el México independiente fue la del método lancasteriano o sistema de enseñanza mutua. Ideado por Andrew Bell y perfeccionado por Joseph Lancaster tuvo sus orígenes en la organización y disciplina jerarquizada de los procesos productivos que debería regir a las fabricas inglesas en el auge de la revolución industrial. Aplicado en la instrucción de la niñez y juventud comenzó a propagarse con éxito publicitado por toda Europa, Norteamérica y algunos países de Sudamérica como Venezuela y Colombia antes de su llegada a la todavía Nueva España. A México llegó dos años antes de la consumación de la independencia. Aunque su instrumentación no ocurrió en la mayoría de los establecimientos debido a lo costoso que exigía “arreglar” en cuanto al mobiliario y utensilios que requerían las escuelas para trabajar con este método, los gobiernos lo recomendaban por las ventajas que tenía con respecto al método antiguo o tradicional una vez que se adoptaba. La principal de estas era la de que un solo maestro con el auxilio de algunos alumnos podía enseñar en un mismo salón de clases hasta 200 alumnos. Lo que permitía economizar recursos mediante el ahorro de los sueldos que implicaba contratar a varios preceptores para instruir a tal cantidad de niños. El alma y esencia del nuevo método descansaba en buena medida en los instructores o monitores con los que el director se apoyaba para organizar las sesiones de las clases, realizar ejercicios y repasar a través de la memorización las lecciones que tomaban al resto de los condiscípulos.
La distribución de los integrantes del grupo, por lo general numeroso en virtud de que el nuevo método se aplicó casi nada más en las ciudades, reales mineros y pueblos de considerable población se hacía en filas o hileras de diez alumnos. Sentados en bancas largas antecedidas de mesas de igual longitud en las que se repartían diez niños, precisamente con cada fila era con la que cada monitor trabajaba con el repaso de las actividades y ejercicios de las sesiones correspondientes a los ramos de lectura, escritura, aritmética o moral ya fuera cívica o religiosa. A la orden del director los alumnos se levantaban de sus asientos, formaban semicírculos alrededor y frente a los muros de salón, era entonces cuando entraban en acción los monitores. Sobre los muros se colocaban con carteles relacionados con los temas de los diferentes ramos. Se aprendía con base en la repetición y la ejercitación de la memoria.
Los instructores eran relevados diariamente tanto por las mañanas como por las tardes. No obstante que se les escogía entre los niños de más “talento y juicio”, se dejaba pasar algunos días para volverlos a designar como instructores. Debido a que las escuelas que adoptaban el sistema de enseñanza mutua contaban con grupos muy numerosos (sobre todo las públicas), sobraban candidatos para escoger. El director por su parte, tenía el suficiente cuidado para seleccionar a los más aptos para tal encargo, aquellos que tuvieran la capacidad de poder corregir las faltas de sus compañeros de clases y orientarlos correctamente. Se puede decir que es propiamente en los instructores en quienes descansa el método lancasteriano. Debido al apoyo que los instructores daban a sus compañeros de cada clase y semicírculo, se deduce porque a este método también se le conoció como sistema de enseñanza mutua. Frente a grupos tan numerosos, los instructores eran los verdaderos profesores, al frente de un método si se quiere, rutinario que basaba su funcionamiento en un memorismo escolástico, pero sistemático y con un rigor y disciplina, que, aunque limitaba la libertad del individuo, debió dar los frutos esperados. Siendo los niños más aplicados quienes eran designados por el director como instructores o monitores, sin necesidad de que permanecieran más allá del horario establecido, tenían la ventaja de ser lo que hoy se llamaría, niños de rápido aprendizaje, aprendían pronto. Al respecto señala el reglamento:
“De esta manera no es necesario que se enseñe aparte a los instructores, ni que se les haga permanecer en la escuela más tiempo que a los demás, esclavizando todo el día a tales niños, sino aún al mismo director, y con tanta menos razón en éste, cuanto que su empleo es uno de los que requieren más constancia, paciencia y dedicación, y que dejan además menos campo para la distracción necesaria del alma después de una penosa tarea” .
No hay duda, esta pequeña apología plasmada en la cita anterior, es la reivindicación que en ella se hace del noble arte de enseñar. Retrata el apostolado de los profesores, en este caso incluyendo a los instructores y su penoso trabajo en ocasiones incomprendido.
Hoy en día, a dos siglos de la llegada del método lancasteriano, conociéndolo o no todavía hay profesores, sobre todo del medio rural que al frente de escuelas unitarias siguen recurriendo a algunas modalidades del sistema mutuo. Ante la necesidad de hacer de tripas corazón, se auxilian de los alumnos más aplicados de los grados superiores para que apoyen y vigilen (enseñen) a compañeros de grados inferiores. Un modelo educativo más allá de su signo administrativo laboral, es exitoso en la medida en la medida de que y como y que tanto aprenden los alumnos. Por eso es que la reforma educativa en marcha debería considerar las diferentes metodologías que se deben seguir en las escuelas de acuerdo a las condiciones en que estas operan. Retomar algunos aspectos de las escuelas lancasterianas decimonónicas que dieron resultados como el trabajo en equipo con sus monitores, verdaderos líderes académicos, valdría la pena.

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Referencias de archivo. ■

1 Archivo Histórico de Zacatecas (AHZ), Fondo Jefatura Política, Serie Instrucción Pública, caja 3, “Reglamento de Enseñanza Mutua tomado del Opúsculo de Ribott con las modificaciones necesarias para que puedan seguirse en los establecimientos municipales de instrucción primaria en el estado, 1862, fj. 10.

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