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jueves, 28 marzo, 2024
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Identidades

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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En el artículo “Algunas reflexiones sobre la filosofía del hitlerismo”, que apareció en la revista católica Esprit en 1934 (publicado en 2002 por el FCE de Argentina), Emmanuel Levinas caracteriza al marxismo por su ruptura con el liberalismo. Según el filósofo lituano este último coloca el espíritu humano en un plano superior al real, guareciéndolo de la aplicación de las categorías del mundo físico para concebirlo autónomo, pero en el pensamiento de Marx ese espíritu se revela lastrado a las cosas por la oposición entre poseedores y desposeídos, relación que codifica la brutalidad de nuestra existencia. Pero esa situación no es definitiva porque “Tomar conciencia de la situación social es para el propio Marx liberarse del fatalismo que esta comporta”. Sigue existiendo la esperanza, imposible de realizar desde el liberalismo, de una “igualdad” que no sea abstracta. Sin embargo cuando se asume que “La esencia del hombre no está en la libertad, sino en una especie de encadenamiento. Ser verdaderamente uno mismo no es echar a volar de nuevo por encima de las contingencias, extrañas siempre a la libertad del yo; es, al contrario, tomar conciencia del encadenamiento original ineluctable, único, a nuestro cuerpo; es, sobre todo, aceptar este encadenamiento”, se introduce una noción opuesta a la de la humanidad europea. Los nazis, según el autor de “Totalidad e infinito”, no son un movimiento europeo porque hacen de la raza la esencia de los seres humanos. Quizá faltó a Levinas una perspectiva crítica para recordar que la construcción del imperio español en América se erigió sobre diferenciaciones de raza, lo que los viejos nazis hicieron fue replicar, en Europa Occidental, las prácticas europeas en sus colonias ultramarinas mostrando la realidad última del ejercicio del poder de dominación. Concluye su ensayo Levinas aduciendo que de la concepción racista del hombre se sigue la expansión “La voluntad de poder de Nietzsche que la Alemania moderna recupera y glorifica no es sólo un nuevo ideal; es un ideal que aporta al mismo tiempo su forma propia de universalización: la guerra, la conquista”. Nada de singular tiene el nazismo en equiparación a los imperios coloniales, excepto que trató al indígena europeo como ya se solía tratar al indígena no europeo. Provocador es, sin embargo, utilizar la formulación de Levinas para conceptualizar las luchas identitarias. La teoría jurídica liberal tiene por doctrina elemental que el Estado debe ser procesual, es decir, no dicta a las personas cómo deben vivir o en qué creer, sino que se limita a proveerlas de derechos que trata de hacer respetar. Casi cualquier lucha dentro de este marco teórico es una lucha por ampliación de derechos civiles (para defenderse del Estado), derechos políticos (por la participación en las decisiones públicas) o derechos sociales (como medio para aliviar las desigualdades), no obstante el Estado liberal tiende a ignorar las dominaciones y discriminaciones de clase, de género, de raza, de orientación sexual o de modos de vida alternos porque, como dijera Levinas, concibe a la humanidad en abstracto, de acuerdo con el idealismo filosófico de inspiración germánica. Entremezclados en la totalidad social están todos los modos de dominación, aunque son independientes y, quizá, de muy distintos orígenes. Su común denominador es que no caben en la doctrina liberal, en particular porque tomarlos en cuenta implica generar derechos diferenciales para los ciudadanos en función de las características de las que surge la opresión. Elemento clave del liberalismo, sobre el que volveremos en el futuro, es que su discurso, a pesar de los sesudos esfuerzos de quienes lo defienden, es incoherente, y el acomodo que hace de las vindicaciones suele generar más problemas que soluciones porque no es una solución sino un paliativo. Carl Schmitt, ideólogo nazi, era consciente del absurdo proceder práctico del liberalismo y diseñó una estrategia conceptual para describirlo. Introdujo el concepto de lo político, y el agonismo en oposición al consenso, para enfrentar teórica y prácticamente a la república de Weimar. Desde ahí la cuestión de las luchas identitarias se cortaba de tajo: no habrá tales luchas porque existirá una sola identidad: la construida por los nazis. Por tanto una solución para quienes vindican los derechos diferenciales, alterna a las tonterías liberales, es el conflicto abierto, lo político en el sentido de Schmitt. Existe otra menos dramática: ignorar y exiliar a la identidad que resiste, tal como ha venido haciendo el Estado mexicano con el zapatismo sin dejar de querer suprimirlo. Por lo visto la constitución de una sola humanidad en paz perpetua, como quería el idealismo kantiano, no está a la vista, por el contrario, los conflictos de todo tipo parecen escalar sin control o motivo aparente debido a la diferenciación constante de la humanidad en grupos, identidades o ideologías que no pueden llegar a un acuerdo. Lo que quizá deberíamos considerar es que las teorías liberales y sus múltiples variaciones están condenadas a mantener la situación hasta que acontezca un derrumbe que lleve a alguna identidad, ideología o raza al poder y desde ahí ejerza el poder sin mesura; o bajo renovadas ideas de su ejercicio. Entretanto Trump bombardeo Siria con el “sexy” argumento de que estaba en posesión de armas de destrucción masiva. ■

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