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viernes, 19 abril, 2024
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Zacatecas, el autoservicio La Quemazón y el Sr. García A los ex trabajadores de La Quemazón

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

A veces una imagen puede llevarnos a la recuperación inmediata de un cúmulo de recuerdos y eventos que han marcado nuestra vida para siempre; el otro día, un amigo del facebook publica la foto de una bolsa de las que daban en el ahora extinto autoservicio La Quemazón, en su tiempo, el único centro comercial que abastecía de ropa y abarrotes a la Capital de Zacatecas y Fresnillo, en la década de los setentas y ochentas cuanto todo era paz y tranquilidad en nuestro querido territorio; el fondo blanco y las rayas rojas sirvían de marco para un bomberito de caricatura que sostenía una manguera; en mi infancia vi pasar cientos de bolsas pues trabajé como cerillo durante algunos años en la citada tienda, época en la que mi padre el Sr. García (Jesús García Vargas), se desempeñaba como subgerente. Después de acudir a clase en el Colegio Sebastián Cabot, que en ese entonces estaba a una cuadra de la tienda y frente a la antigua central de autobuses, me iba por las tardes a acompañar a mi querido viejo con el pretexto de empacar abarrotes. Después de nuestras jornadas laborales, mi padre y yo, emprendíamos el regreso a nuestra casa, allá por el cuartel de la SEDENA ahora Instituto de Cultura de Zacatecas. Disfrutábamos pasar por el centro de la Ciudad, admirábamos todo el centro alumbrado por faroles que irradiaban una luz ambar, nuestra caminata era muy agradable, tranquila y obligatoria pues los camiones amarillos dejaban de pasar después de las nueve de la noche. El autoservicio La Quemazón, representó para nuestra familia muchas cosas, entre ellas, la posibilidad de venir a establecernos a Zacatecas pues originalmente, mi padre inició a trabajar en la sucursal de Valle de Santiago, Gto., donde nosotros radicábamos y en donde gané mis primeros pesos como repartidor de volantes que anunciaban la gran inauguración de la citada tienda. Después de varios meses donde mi padre subió peldaños desde intendente hasta jefe de piso, finalmente llegó la oportunidad de trasladarse a Zacatecas para cubrir una subgerencia y así, la oferta de un mes se convirtió en varios años de trabajo; primero se estableció mi padre y al poco rato mandó por nosotros, llegamos y nos quedamos a vivir aquí. Gracias a La Quemazón salimos de aquellas benditas tierras guanajuatenses a las que regresamos cada que podemos, pues nuestros amigos, primos, tíos y abuelos se quedaron allá. Ahora los abuelos descansan en paz al igual que mi padre en el lugar de donde emigramos hace casi cuarenta años. Tal vez si La Quemazón no se hubiera atravezado en nuestro camino, nunca hubiera podido estudiar pues de donde vengo, no tienen la fortuna de contar con una institución como la Universidad Autónoma de Zacatecas y, aunque ahora existen distintas ofertas educativas, estas eran casi nulas en la década de los ochentas. Recuerdo mi primer diciembre en esta maravillosa Ciudad, hacía frío y había neblina, me quedé asombrado por su arquitectura, su cantera, su clima y su gente, me enamoré de Zacatecas, me sentía en otro país, en un lugar mágico. Cada que podía y entre clase y clase, dibujaba la bufa a la que subía varias veces a la semana en busca de piedras con mineral que brillaba y que yo llevaba de regalo a mi familia en vacaciones; después, ellos vinieron a conocer y disfrutar de la tranquilidad y la belleza de nuestro amado Zacatecas. Mi padre siempre estuvo agradecido con esta tierra, compartimos el mismo amor y la misma gratitud, sabedores de que nuestro destino mejoró y nuestras raíces se quedaron tatuadas para siempre en esta tierra colorada. En estos años, hicimos grandes amigos que nos hicieron sufrir menos por los que habíamos dejado atrás; algunos nos hicimos hermanos, esos que uno elige como tales para compartir las aventuras de la vida. A casi cuarenta años, agradezco al universo, la bendición de haberme cruzado por Zacatecas y establecerme aquí y, aunque también hemos pasado trances difíciles, nunca cambiaría ese capítulo de mi vida en el que afortunadamente, La Quemazón hizo que nuestros destinos fueran mejores. Ojalá pasen muchos años antes de pasar a otro plano astral y, cuando esto suceda, será un honor transmutarme en polvo junto con esta bendita tierra a la que de le debo mucho; que el viento me lleve por donde quiera, sobre todo por esas calles por las cuales mi padre y yo, caminamos tantas veces, compartiendo historias, compartiendo vida. Jamás hubiera pensado en todo lo que una bolsa de autoservicio puede guardar. ■

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*Integrante del Consejo Mundial para la
Defensa de los Derechos Humanos
[email protected]

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