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jueves, 18 abril, 2024
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El autor y la obra: dos entes en el mismo condominio

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 332 / Promoción de la lectura / Opinión

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Las recientes, y desafortunadas, declaraciones del Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa han puesto sobre la mesa una serie de opiniones, ofensas, burlas, comentarios, tanto en pro como en contra. Algunas empatan esas opiniones con su trayectoria literaria. No defiendo a Vargas Llosa, pero debemos distinguir la obra en relación al creador. Es decir, quizá y pese a la experiencia y conocimientos acumulados hasta ahora en comparación con los que poseía al momento de escribir sus obras más emblemáticas sean mayores, ello no augura que actualmente esté en condiciones de repetirlas. El autor también cambia de punto de vista.

Estamos tan necesitados de héroes, de una épica diría Borges, que idolatramos e idealizamos a quienes son objeto de nuestra admiración. Aún recuerdo la desilusión que provocó en mí el saber que Jaime Sabines fue político priista. Para muchas personas la poesía de Benedetti o Neruda pierden calidad cuando descubren sus simpatías comunistas. Si somos lo que leemos, ¿somos lo que escribimos?, ¿nos reafirmamos? Si lo anterior es verdad, entonces cabría una pregunta más, ¿cuánto tiempo somos lo que somos? Alguna ocasión escuché que Quino sentía animadversión por la infancia, y su niña Mafalda lo catapultó a la fama. ¿Seguiría con esa repulsión a la infancia?

De ninguna manera asevero que siempre exista un divorcio entre la ficción y la vida, las circunstancias del autor. Por el contrario, estoy convencido que lo segundo influye directamente en lo primero. Y en ese juego, hay autores que hacen de su vida una ficción. Más en tiempo de redes sociales. El reto, la advertencia, es saber distinguir una de otra. Ambas con ojo crítico. Pero tampoco creo que alguien siga en la misma perspectiva desde la que escribió algo. Finalmente cambiamos, la vida, las lecturas, las conversaciones, nos van moldeando. Nuestras lecturas y nuestras letras entran y salen de nosotros como inquilinos de un apartamento de alquiler.

Distinguir el autor de la obra nos permite manifestar, hay que decirlo, simpatía o antipatía por la personalidad del primero y fascinación o repulsión por el eco que provocan sus palabras. Podemos decir: “Es un buen escritor, mamón, pero bueno”; o por el lado contrario: alguien bonachón con pocas expectativas creativas. Aplaudir y celebrar a la obra sólo por quedar bien con el autor, también es inflar el ego de alguien que se enfrenta a sus demonios por medio de la escritura. Algunos están tan acostumbrados al cachondeo que una observación, una crítica literaria, son asumidas como afrentas.

Cuestionemos, pues las opiniones –no sólo de Vargas Llosa- que rayan en la estupidez (aquí una prueba más que leer no nos hace más inteligentes por sí), pongamos el dedo en la llaga de la crítica en la obra de amistades y familiares. Disfrutemos de sus creaciones (si provocan disfrute) y si no podemos separar autor-obra, leamos los contextos. La realidad también debe leerse y eso se nos olvida a menudo a quienes buscamos formar lectores.

 

 

 

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