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martes, 19 marzo, 2024
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Y sin embargo

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Por: Carlos Eduardo Torres Muñoz •

Ya vamos a empezar. En unos días el período de campañas iniciará y con ello nos veremos atiborrados de spots, mensajes, debates y noticias en torno a un proceso tan importante como cansado. Es triste que estos dos calificativos estén mezclados hoy en día. Es lamentable el estado en el que se encuentra nuestra democracia, apenas naciente, luego de ser una causa que unió a tantos mexicanos, en la idea de que sus mecanismos y equilibrios nos permitirán arribar a una etapa desconocida en nuestra historia. Es también un asunto preocupante, el que nuestra clase política haya pluralizado los males atribuibles a la hegemonía, sin haber adquirido sus destrezas. Creyendo que avanzábamos hacia una democracia sin adjetivos (Krauze dixit), arribamos a una que, por no desconocer como tal, hemos adjetivado hasta agotar su esencia.
Y sin embargo es de suma importancia reconocer lo logrado, que no ha sido para nada poco. Recientemente escuchaba algo cierto, inobjetable, pero también obviado en estos días: las democracias que hoy admiramos, tardaron siglos en convertirse en lo que hoy son. No se lograron en 50 años, como pretendemos nosotros y sin embargo no estamos siquiera cerca de dónde comenzamos. Al presente hemos desarticulado un poder predominante sin competencia, cuyas facultades metaconstitucionales eran más que claras, a uno que apenas y de pronto pretende mantener su influencia; hemos hecho de nuestro Poder Legislativo uno en el que el consenso puede estar ausente durante meses, y qué a su vez, se permite crear gobernabilidad a través de equilibrios, que si bien, no han atendido las demandas sociales y cívicas como quisiéramos, tampoco han podido evitar ya responder a iniciativas que miraban con recelo. Tenemos un Tribunal Constitucional que ejerce con argumentos su papel de intérprete de la Constitución y las leyes, que nos ha llevado a todos, en todas las latitudes del espectro ideológico y político, a estar en desacuerdo con sus determinaciones en más de una ocasión. En la órbita de los tres poderes mencionados, gravitan un cúmulo de figuras constitucionales autónomas, casi todas emanadas de alguna función antiguamente reservada al Ejecutivo, que hacen realidad igual grupo de derechos humanos, concepto novedoso que ha venido a transformar no solo la visión de los operadores jurídicos, también de la sociedad y sus instituciones en conjunto.
México no es el de 1968, y sin embargo nos falta tanto. Requerimos de un esfuerzo conjunto que permita a nuestra clase política dejar de simular y hacer una labor real por entender el tiempo en el que vivimos, sus retos, complejidades y también, sus bondades. Tenemos retos que son ineludibles: abatir la corrupción, disminuir la desigualdad, prevenir y castigar las violaciones a derechos humanos. Estos tres, son los retos que en global nos permitirán retornar al camino comenzado en 1997, cuando una mayoría de mexicanos decidió darle pluralidad a sus instituciones y con ello, hacer de las elecciones un instrumento que imprimió de constitucionalidad democrática al conjunto del Estado y su sociedad.
Perdone usted el abuso del sabinero “y sin embargo”, pero como la canción del “flaco”, nuestra democracia es, como lo son todas, un sistema complejo más que romántico, una construcción en permanente obra negra, una causa inacabada y una tarea permanente, no solo el ideal, del que, por cierto, estamos más cerca de lo que estábamos.
Atendamos pues el proceso que está por venir con toda la energía que nos requiere ser ciudadanos: críticos, exigentes y consistentes. El México que todos queremos no se construirá mañana, ni el próximo sexenio, pero sí podremos lograr que sea cual sea el resultado, vaya en un solo sentido: el del progreso. ■

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@CarlosETorres_
www.deliberemos.blogspot.mx

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